martes, 1 de julio de 2014

Inseguridad Nacional (En Bajo la Manga y El Espectador Blogs)

"La visibilidad tiene sus lados negativos, hacerse notar implica el riesgo que, además de los buenos comentarios, vengan los malos, con intenciones ocultas o simplemente las burlas. Esta es una lección que nuestro país no ha querido aprender, mucho peor, que suele asumir con una inseguridad absoluta sobre sus propios méritos y sus viejos demonios".


viernes, 23 de mayo de 2014

Evaluando a los candidatos (Versión completa)

(Imagen creada en Wordle)
En los últimos días se me han acercado muchas personas preguntándome “por quién votar”. Es entendible. Por un lado, muchos de estos indecisos son ciudadanos con esporádico interés en política, que ahora se ven desconcertados por la lentitud de la campaña, las extrañas peleas entre los candidatos y algunos temas complejos que ocupan la agenda.
Las elecciones presidenciales se acercan y más vale estar tan informado como sea posible sobre los candidatos de esta contienda electoral. En las próximas semanas escribiré mis opiniones y mi evaluación de los candidatos a la presidencia de nuestro país.
Juan Manuel Santos - Partido de la U, Partido Liberal, Cambio Radical
A Santos hay que evaluarlo, más que como candidato, como gobernante. Su reelección implicaría continuidad de sus políticas y de su liderazgo; por eso lo hecho es la mejor muestra de lo que se hará. La realidad es que el país ha avanzado en estos tres años en reducción de la pobreza y el desempleo. La desigualdad y la informalidad laboral, dos asuntos estructurales que los acompañan, también han tenido reducciones, aunque más modestas.
Empero, la seguridad se ha deteriorado. En parte, por la búsqueda de visibilidad que pretenden las guerrillas en negociación, pero también por la implementación de políticas torpes a la hora de atacar el crimen organizado y la delincuencia común, particularmente en las ciudades.
La destrucción de las antiguas casas de vicio ha sido el epítome del santismo: una medida coyuntural y mediática que no soluciona ningún problema de fondo. Eso, junto a esa dosis exasperante de inocente y a la vez condescendiente centralismo que acompaña a su gobierno.
De igual manera, se han estancado reformas necesarias por culpa de la politiquería o el mal manejo de los actores concernidos por parte del Gobierno Nacional. Las reformas a la justicia, la educación y la salud, están todo menos resueltas. Mientras que la ejecución de legislaciones convenientes para el país, como la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras ha sido lenta y sin mayores resultados.
Santos no es un mal gobernante -por lo menos no tan malo como lo señalan los uribistas-, pero tampoco es uno excepcional. Su liderazgo de los asuntos del país es flaco y se encuentra tan preocupado por su imagen actual y su legado futuro, que en ocasiones premia las coyunturas por el largo plazo, o desestima el ahora, por un futuro idealizado. Las dos alternativas, las escoge comúnmente en los momentos equivocados.
El presidente, por supuesto, propone continuidad, cuatro años más de lo que hemos visto en estos cuatro. Esa es la idea que deben evaluar los ciudadanos en las urnas, votar por Santos es validar su gobierno y querer más.
Enrique Peñalosa - Alianza Verde
Enrique Peñalosa es un mal político. Y esto es, curiosamente, tanto una ventaja, como una desventaja de votar por él. Se siente curiosamente incómodo en su posición de candidato, y lo digo porque, luego de una docena de campañas, uno pensaría que su desempeño en debates, entrevistas y correrías sería mejor que la nerviosa e insegura versión que estamos viendo.
Ágil a la hora de hacer alianzas que lo perjudican y ubicado casi siempre en movimientos o partidos políticos que poco lo quieren dentro de sus filas, Peñalosa ha tomado siempre decisiones políticas de dudoso mérito. Su incapacidad para navegar en el pantano de la política colombiana es un lastre que le ha costado varias elecciones.
De hecho, frente a su principal logro público -esto es, la Alcaldía de Bogotá- las percepciones ciudadanas pueden ser controversiales. En política no se pueden pretender consensos absolutos, pero las visiones encontradas sobre su desempeño como alcalde resultan frustrantes. Acá me refiero, por supuesto, a las ya famosas lozas y bolardos, y al mismo Transmilenio.
Sin embargo, Peñalosa siempre tuvo una idea muy clara de la ciudad que quería, y su trabajo -junto al de Antanas Mockus- le dieron algunos años de respiro a una ciudad que para entonces, parecía condenada a los problemas de una urbe tercermundista. Su versión de Bogotá no supervivió porque, en parte, los capitalinos la perdieron ante mafias y malos alcaldes, pero también, porque Peñalosa no supo capitalizar su buen gobierno.
Marta Lucía Ramírez - Partido Conservador
Marta Lucía Ramírez es la eterna ministra, haciendo parte de los gabinetes de César Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe. Es una tecnócrata que ha jugado el juego político con ciertos aciertos, pero recientes dudas sobre los métodos para conseguirlos. Todavía queda el mal sabor de su elección como candidata del conservatismo en una convención llena de irregularidades.
Sus propuestas y discurso de campaña caen con demasiada facilidad en la demagogia punitiva -como al proponer penas de cadena perpetua a violadores y atacantes con ácido-, o en los lugares comunes de políticas.
La columna de su campaña es su propuesta de lucha contra la corrupción. Ramírez ha tenido una trayectoria política generalmente transparente, pero los eventos de la convención conservadora y los viejos líderes conservadores que conforman buena parte de su equipo de campaña le restan credibilidad a la apuesta. Sin embargo, Ramírez es una mujer juiciosa y su desempeño en ministerios y el Senado fue sobresaliente. Cuenta con amplia experiencia en el sector público, y ha hecho política con relativo éxito.
Óscar Iván Zuluaga - Centro Democrático
Óscar Iván Zuluaga es un hombre juicioso en una situación extraña. Lo apadrina el hombre que es, por sí solo, una fuerza política, pero que siempre ha encontrado múltiples dificultades a la hora de escoger apadrinados y más importante, de endilgarles sus votos. Por otro lado, combina una sobresaliente carrera de servicio público con la incómoda posición de ser “el candidato de Uribe”; una condición que pone en duda tanto su independencia como su desvinculación del equipaje que el expresidente ha acumulado en sus largos años de ejercicio político.
Las calificaciones personales de Zuluaga no son puestas en duda por sus enemigos y contrincantes políticos; se ha preparado con juicio y cumplido su servicio público de manera sobresaliente. Sin embargo, quienes rodean (y en ocasiones integran) su campaña a la Presidencia de la República, despiertan más que dudas. Los recientes escándalos se explican en parte por la misma naturaleza degradada de la contienda política colombiana, pero también por las “regulares compañías” de los equipos de campaña. Zuluaga ha asumido los problemas de frente, acorde a su temperamento, pero los detalles del escándalo siguen acumulándose en su contra. Su pecado ha sido, sobre todo, la tolerancia de ciertas dinámicas perversas dentro de sus filas.
Clara López - Polo Democrático Alternativo
Clara López es una excelente candidata de la izquierda colombiana. El problema, curiosamente, es que las posiciones arcaicas de la izquierda colombiana determinan que su campaña no pueda deslindarse de las ideas anacrónicas que acompañan a este sector político en nuestro país. Así, a falta del progresismo de los partidos de izquierda socialdemócrata modernos, estamos ante la determinada testarudez de la izquierda trasnochada latinoamericana.
Sin embargo, López cuenta con una excelente preparación académica y desempeño público. Incluso logró que, reemplazando a Samuel Moreno en la Alcaldía de Bogotá luego de su destitución, la calificación de su gobierno provisional sobrepasara los setenta puntos.
En buena medida, que el Polo Democrático haya sobrevivido (apenas, pero lo hizo) a la administración distrital de los Moreno, se lo debe al trabajo de Clara López. Ella es, al final, una líder política valiosa y juiciosa, capturada por las posiciones ideológicas de un partido en problemas y de un contexto histórico olvidado. Estos, y los que he comentado en mis últimas dos columnas, son nuestros candidatos.
-------------------------------------------------------
Entre ellos está nuestro próximo presidente. Los invito, lectores, a que tomen una decisión consciente, informada, pero en libertad, y que encontremos buena suerte al depositar los tarjetones en las urnas. Ese es mi deseo, ciudadanos.

sábado, 26 de abril de 2014

Construyendo una sociedad con ejemplos a seguir (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna del pasado 24 de abril de 2014, publicada en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Cuando nuestras acciones e convierten en un reflejo de nuestro carácter, nos inclinamos más hacia las opciones morales y generosas

Paciente lector, lo invito a hacer un corto ejercicio antes de seguir leyendo esta columna. Cierre los ojos y piense en la personaje que le gustaría emular en vida; mejor dicho, en ese modelo a seguir según el cual, usted se comporta como lo hace día a día.

Gracias.

Es muy probable que sea alguien del que tiene una imagen positiva y, aunque con menos seguridad, posiblemente la persona en que pensó represente una imagen de ser un elemento socialmente positivo. Este “ejemplo a seguir” también determina la imagen personal que tenemos de nosotros mismo.

Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si nuestro personaje para emular fuera un bandido?

Pero aún ¿qué pasaría si nuestras oportunidades reales para alcanzar (o superar) el estatus social y alivio económico de nuestro personaje fueran nulas? Los incentivos para buscar canales “alternativos” serían enormes.

Así, muchos de las “desviaciones” de jóvenes en las sociedades modernas se podrían explicar desde la brecha que existe entre las expectativas creadas por sus aspiraciones de estatus y riqueza y las realidades presentadas en pocas oportunidades –legales y socialmente beneficiosas- de alcanzar estos escenarios.

En mi columna Emulación Olímpica (El Colombiano, 2012) hablaba del economista estadounidense Thorstein Veblen, que sostenía  que la emulación es una de las principales motivaciones humanas a la hora de tomar decisiones de vida. Mejor dicho, que los hombres estamos constantemente evaluando lo que otros han hecho o conseguido y si queremos seguir ese mismo camino. Que nos encontramos en una constante búsqueda por personas a las que emular.

De manera similar, un mentor es una persona que, a través de una tutoría cercana, se convierte en referente de conducta moral y comportamiento general para su aprendiz. Inculca valores, comparte experiencia, y aconseja decisiones.

Así, tenemos dos opciones para construir esa imagen personal tan importante: emular a alguna figura, por lejana que sea, en la que nos queramos convertir, o buscar la tutoría de un mentor que nos separe el bien del mal; el camino correcto por el errado.

Ahora bien ¿cuáles son los modelos a seguir y mentores más comunes en Colombia…?

Esto no es un asunto menor, las políticas de educación, juventud e incluso de seguridad bien podrían sacar lecciones de la disposición de las personas a emular figuras representativas y buscar mentores que determinen en muchos niveles, sus comportamientos familiares, profesionales y ciudadanos.

¿Qué podemos hacer entonces?

Primero, estimular modelos a seguir socialmente positivos y pragmáticamente alcanzables. Es decir, que generen externalidades deseables para la sociedad, pero que sean realistas para las personas que buscan emularlos.

Segundo, expandir oportunidades de desarrollo personal por vías convencionales, legales y socialmente beneficiosas. En otras palabras, crear los espacios para alcanzar los objetivos de esa imagen personal, conseguir el estatus social y la riqueza material que estas personas buscan.

Tercero, idear intervenciones públicas que ataquen desde dos frentes. Por un lado, presenten modelos a seguir positivos, y por otro, lleven una lógica de tutoría en cabeza de mentores, a la población juvenil en riesgo.


Cambiar la realidad de las personas pasa por convencerlas que ese cambio es posible y deseable y que existe un mundo de oportunidades más allá de mentores y ejemplos a seguir perversos. Que no todos tenemos que ser un bandido “cuando seamos grandes”.

viernes, 18 de abril de 2014

Populismo y politiquería punitiva (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 17 de abril de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

El pasado jueves 10 de abril, el Gobierno Nacional y la Policía, encabezado por un presidente Santos de ceño fruncido y tono vociferante, dio inicio a la destrucción de las casas en las que han funcionado expendios de droga. Unas 92 casas han sido señaladas en todo el país para la demolición, y los bulldozer ya han empezado la melodramática labor de echar al suelo las antiguas “ollas” de vicio.

La apuesta, aunque torpe, es muy clara: destruir físicamente el espacio donde funciona la distribución menudeada de droga en las ciudades, buscando evitar que se sigan utilizando para este fin.

Demoler las casas donde se vendía droga es la mejor expresión de "vender el sofá" que nos ha dado Colombia en los últimos años. El micro tráfico no se ve afectado, sino tangencialmente, por esta medida, que parece más una excusa para la politiquería de un candidato haciendo agua, que parte de un esfuerzo serio contra la venta de drogas ilegales en las calles colombianas.

De hecho, cualquier coyuntura que gane suficiente tracción en los medios llama, como a los buitres, a los legisladores y politiqueros colombianos. Los recientes ataques con ácido –que no han sido los únicos, el problema es bastante viejo-, y que aunque trágicos y absolutamente censurables, no constituyen la epidemia de degeneración social que algunos alarmistas denuncian.

La candidata conservadora a la presidencia, Martha Lucía Ramírez, en un arranque de arribismo y populismo punitivo, propuso la semana pasada que se castigue con “prisión perpetua” a violadores y personas que agreden a otras con ácido. El Movimiento Mira también aprovechó la coyuntura para retomar una iniciativa para endurecer las penas.

Pero ¿pueden penas mayores prevenir este tipo de delitos?

De acuerdo a lo reportado hasta el momento, los ataques con ácido en Colombia son, ante todo, crímenes pasionales. Penas más duras para estos delitos bien pueden constituir un castigo merecido o sacar de las calles a un personaje peligroso, pero resulta poco probable que disuadan a un futuro atacante de agredir a su víctima.

El caso es que algunos políticos se están aprovechando de un contexto de rentabilidad política, con un tema que logró inscribirse en la agenda mediática y, poco a poco, logra meterse en la agenda institucional, impulsada por la ambición de los politiqueros y la presión sobre los funcionarios.

Así, terminamos con leyes y políticas coyunturales, seguimos pretendiendo que las leyes nos salvarán, que legislar, además de un deporte nacional, puede cambiar realmente los profundos problemas de país.

Peor aún, legislar al ritmo de la distraída y paranoica agenda mediática no solo es dañino –y se presta para populismo y politiquería- sino que puede llevar a que se construyan soluciones simplistas y tontas para problemas que son reales y que merecen, como todos, de una discusión social amplia y juiciosa, no del tire y afloje de las pretensiones electorales de los políticos.


Pie de página: la arepa en la valla de campaña de Santos en la avenida Las Vegas en Medellín es tan ridícula, que por poco ni siquiera resulta ofensiva.

jueves, 10 de abril de 2014

Atajando el robo (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 10 de abril de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

El hurto es el principal delito que afecta la percepción de seguridad de las personas. Las consecuencias sociales del homicidio, la extorsión, el desplazamiento forzado o la desaparición son mayores, pero en la agenda ciudadana prevalece la posibilidad del atraco, el robo o el raponazo.

Y lo es porque es el delito más igualitario, el que nos toca a todos. Los más ricos y los más pobres sufren por igual del robo o atraco callejero, sobre todo, en tanto el objeto más robado es precisamente el que casi todo colombiano tiene: el celular (en efecto, y de acuerdo a datos del Banco Mundial, en Colombia hay más celulares que personas). Y de acuerdo a cifras de la Policía Nacional, el celular es el objeto más hurtado en el país; un enorme mercado ilegal se nutre de lo que los ladrones les arrebatan a los transeúntes en las calles.

Así, el delito más común en las ciudades colombianas es el atraco o raponazo. En efecto, el 71% de las victimizaciones en Medellín responden al hurto a personas. En Manizales el 85%, en Ibagué el 63% y en Bogotá el 77%, de acuerdo a cifras de la Red de Ciudades Cómo Vamos.

En efecto, el hurto se ha convertido en el principal delito que afecta la seguridad ciudadana de los colombianos. De acuerdo a la Alta Consejería para la Convivencia y la Seguridad Ciudadana, de los 18,5% de colombianos que fueron víctimas de un delito o de violencia en 2013, el 11,4% fue por hurto personal.

En Medellín, por ejemplo, el hecho de que la mayoría de los robos se concentren en el Centro da cuenta de lo que hablo. La comuna 10 es el punto de encuentro de muchos ciudadanos, de la administración pública, de algunas de las empresas más grandes, y reúne las diligencias, compras y preocupaciones de casi toda la ciudad. Allí pululan los ladrones, y ningún visitante, por precavido que crea ser, está a salvo.

¿Qué hacer?

Primero, incentivar la denuncia. En efecto, solo el 22,6% de los colombianos que son atracados denuncian el hecho, en parte porque los montos de los robos son generalmente bajos, pero también porque desconfían de la celeridad y transparencia de las autoridades.

Por otro lado, el PNUD recomienda políticas de contención de los mercados ilegales en los cuales se mueven los bienes robados. Así, más que la persecución de los pequeños ladrones, las medidas deben dirigirse a desincentivar los grandes mercados negros que dinamizan y determinan la persistencia de los robos. Ubicar las plazas de comercialización o contrabando de estos bienes, e intervenirlos pertinentemente, resulta fundamental.

De igual forma, atacar a los grupos delincuenciales que se dedican a este delito y las organizaciones criminales encargadas del comercio ilegal de bienes robados. Pero desarticularlas, aunque necesario, no es solución al problema; la prevención de este delito implica intervenciones integrales de personas en riesgo para evitar su vinculación temprana grupos delincuenciales.


Finalmente, comunicar estas medidas y los posibles resultados. La percepción es una construcción de imaginarios sobre una situación. Es una sensación, y como tal, pasa por convencer a las personas que, en efecto, no tienen nada que temer.

viernes, 4 de abril de 2014

Hay que oponerse a la constituyente de las Farc (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna publicada el pasado 03 de abril de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

La propuesta de una nueva asamblea constituyente es inconveniente por dos razones. Primero, porque representa una exigencia ridícula por parte sea una organización criminal sin ninguna legitimidad política. Segundo, porque cambiar nuestra constitución cada veinte años no soluciona nuestros problemas políticos y profundiza ese vicio legalista tan colombiano de creer que todo se soluciona acumulando o haciendo nuevas leyes.

Primero.

Es inconcebible que la propuesta de las Farc tuviera resonancia. Ni oídos merecen, ahora menos, que el Gobierno Nacional lo considere una opción merecedora de reflexión. El rechazo debió sin implacable, como un reflejo. Ante la ausencia de esta posición, la actitud “prudente” del gobierno debe recibirse con profunda sospecha. Los colombianos no podemos permitir que los violentos sigan dándose ínfulas de estadistas y nuestros dirigentes, de sus mandaderos.

La famosa "balota por la paz" no es sino una manipulación barata del electorado colombiano, pegada del "goodwill" del concepto, para otorgar puntos políticos a la reelección del presidente Santos. Y que su promotora sea Piedad Córdoba solo genera una inocente sospecha: ayuda a la certeza de que alrededor de todo este cuento de la asamblea constituyente nos espera una enorme trampa.

Segundo.

La revista The Economist señalaba cómo las constituciones en los países europeos duraban unos 77 años en promedio, mientras en América Latina apenas si llegaban a un promedio de 16.5 años. Es un vicio común de sistemas políticos poco maduros: asumir que nuevas leyes solucionan problemas de fondo.

Y digo esto porque otros dos personajes que han salido a pedir nuevas constituyentes: Gustavo Petro y Álvaro Uribe. Sus orillas son opuestas pero sus pretensiones no. En efecto, ambos pretenden cambiar las reglas de juego para volver a entrar al juego político desde una posición ventajosa.

El entramado legal no es sino eso, un marco de acción en el que los actores sociales escogen (o no) moverse. Sus estrategias, sin embargo, responder a su deseo de cuidar sus intereses y no al de seguir las normas. Al menos, no en tanto son solamente normas.

Ahora bien, cambiar la Constitución por las ambiciones personales de algunas figuras públicas no solo es inconveniente para la política de nuestro país, crea una inestabilidad en todo el sistema que solo puede traer consecuencias negativas en el largo plazo.

Al final.


Tenemos que recordar que no todo tiene que dejarse en una mesa de negociación, que no todo vale para alcanzar la paz, que nuestras reglas de juego –con sus fallas, con sus vacíos, con sus excesos-, son nuestras, han sido establecidas democráticamente, y ningún actor armado o político ambicioso puede extorsionarnos para cambiarlas en su propio beneficio.

viernes, 28 de marzo de 2014

Poniendo en cintura a las mafias (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 27 de marzo de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Tres episodios recientes nos dan cuenta de los enormes desafíos que el Estado colombiano todavía encuentra en términos del control efectivo y la presencia integral en todo su territorio. Tres tragedias, tres abandonos; el Estado encogido de hombros, apegándose con fuerza a la “descarga” histórica de sus irresponsabilidades sobre las periferias en el país; defendiendo ese centralismo cobarde y perezoso que ha dejado a su suerte a todo lo que no parece importante.

Primero, los enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes en Buenaventura. Un fenómeno que no es nuevo, pero que nos presentan como novedad en la esquizofrénica opinión pública: el puerto más grande del Pacífico ha sufrido por años de esa combinación desastrosa entre ser demasiado importante para los criminales y sustancialmente irrelevante para las autoridades nacionales. Ahora el presidente anuncia aumentos de pie de fuerza y los medios y opinadores nos lamentamos de la tragedia, pero ¿cómo sanear décadas de desidia estatal y cooptación criminal con un par de cientos de policías y soldados?

Esos hombres tendrán el desafío imposible de una mafia organizada, con armas de ejército regular, y una determinación apalancada en los enormes intereses en juego; frente a la poca comprometida respuesta del Estado colombiano.

Segundo, los disturbios y el vandalismo contra el sistema de transporte masivo de la ciudad de parte de personajes que han sido asociados a los intereses de los más afectados por este cambio en la movilidad: los transportadores. En este punto, una mafia económica que ve cómo la sacan de un negocio en el que no son ni competitivos ni convenientes, responden con violencia ante las decisiones de beneficio público. La defensa violenta de su monopolio económico, pero particularmente las deficiencias del Estado de controlarla, de nuevo, habla de incapacidad o peor aún, prevención frente a su labor.

Tercero, la desatención de dos crisis ambientales: el incendio de la selva chocoana alrededor del municipio de Unguía y las consecuencias de la sequía en el departamento de Casanare. El Estado central colombiano ha establecido durante su historia reciente una política que permite, según el politólogo estadounidense James Robinson, “la libertad de las élites locales para dirigir las cosas como quieran” en las periferias. Por supuesto, la regla es que las dirijan mal. Casanare es el departamento que mayores recursos de regalías per cápita recibe en el país. Estos recursos, claramente, no han sido utilizados en obras de mitigación de daños ambientales, ni en la adecuación de las redes de acueducto. Los habitantes de Yopal, su capital, llevan años luchando por un acueducto que funcione efectivamente en la ciudad.


Al final, pelear contra las mafias es construir Estado (concentrar el monopolio de la fuerza) y para Colombia y su clase política debería ser la prioridad nacional. El Estado no puede seguir siendo cuestionado por competidores ilegales, encogiéndose de hombros, y dejando a sus ciudadanos a merced del caos y la arbitrariedad.

viernes, 21 de marzo de 2014

El honor en tiempos de injusticia (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 20 de marzo en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Solo en la fortuna adversa se hallan las grandes lecciones del heroísmo
-Lucio Anneo Séneca

En la madrugada del pasado 17 de febrero, el general Javier Rey Navas presentó su renuncia como subjefe del Estado Mayor Conjunto del Comando General de las Fuerzas Militares. La renuncia se debió a la falta de apoyo para los generales de parte del Gobierno Nacional, del presidente y de su Ministro de Defensa, ante las grabaciones reveladas por la revista Semana que pretendían vincular a algunos militares con supuestos casos de corrupción.

Sin embargo, el general Rey solo aparecía nombrado por terceros en los audios; su renuncia fue una respuesta al abandono de sus superiores, a la traición de quienes dan las órdenes.

La difícil decisión del general terminaba con una carrera como pocas en la historia reciente del Ejército Nacional. Rey es un bumangués con 37 años y 7 meses de carrera en el Ejército, lideró la renovación de la División de Aviación Asalto Aéreo del Ejército, que permitió iniciar la ofensiva militar en contra de la guerrilla y modernizar una de las mejores herramientas del Estado colombiano en la lucha contra la insurgencia.

El general Rey también hizo parte de la planeación y ejecución de los golpes más duros propinados a las Farc en los últimos años; desde las operaciones contra “Raúl Reyes”, el “Monojojoy” y “Alfonso Cano”, hasta la operación “Jaque”. Su trabajo ha traído enormes triunfos a la institucionalidad colombina, pero también a sus políticos: el que fuera Ministro de Defensa hace unos años, y ahora presidente, Juan Manuel Santos, utilizó muchas de esas victorias para apalancar sus ambiciones electorales.

Esta semana se reveló que a comienzos del año pasado los altos mandos militares le presentaron al presidente Santos sus reservas sobre el proceso de negociación con las Farc. El escepticismo de los militares se debía a información de inteligencia respecto al “plan b” de la guerrilla en caso de que las negociaciones no cumplieran sus expectativas.

Estas tensiones nos dan más pistas sobre las verdaderas intenciones detrás del artículo de Semana del pasado 16 de febrero. El presidente  decidió que la manera menos traumática –para él- de desoír las reservas de los generales sobre la negociación en La Habana, era acabando con media docena de carreras militares.


Es una verdadera lástima, una tragedia para el país, que el honor de hombres buenos y los méritos de sus sacrificios sean puestos en duda, porque el presidente quiera mantenerse en sus decisiones, en empeños que parecen depender más de sus aspiraciones electorales y los caprichos de su imagen personal, que de lo que es justo.

viernes, 14 de marzo de 2014

El voto resignado (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna publicada el pasado 14 de marzo de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

"La política es el arte de elegir entre lo desastroso y lo insípido"

- John K. Galbraith

Soy politólogo, y por eso, la gente cree que tengo, más claridades sobre la política del país que los demás. No lo hago. Pretendo hacerlo, por mi profesión y por esta columna. En realidad, me invaden las mismas dudas, experimento similares frustraciones y, en ocasiones, me decido entre iguales frustraciones que el resto de ciudadanos.

Les confieso que así me pasó este domingo, frente a ese juzgado de responsabilidad ciudadana que es el tarjetón electoral y al depositar un voto sin ánimo en la urna. Para mí, como para muchos colombianos, la “fiesta de la democracia” se pareció demasiado a un agrio guayabo.

Insisto, Colombia se encuentra en un escenario de "resignación electoral". Pocas ideas, pocas pasiones: La gente vota encogida de hombros; pocas veces tan similar a vacas que entran al matadero cuando entraban a depositar el voto. Así, seguimos renovando nuestra angustiosa democracia; ese esfuerzo constante por proteger las instituciones de las reglas poco claras, los monopolios políticos y la apatía ciudadana.

Pero si la manera como se comportan en campaña da pistas sobre sus calidades ¿cómo entusiasmarse con la clase política que hemos permitido que pulule por la realidad nacional?

El primero es el mismo presidente Santos, cuya pinta de demagogo queda fuera de concurso: camiseta de la selección Colombia y cruz de ceniza en la frente; mientras anuncia la “irreversibilidad” de recursos nacionales para proyectos que ya eran irreversibles y estaban en movimiento para Antioquia. ¿Los mensajes? Primero, que aparentemente, si usted es católico, antioqueño y le gusta la selección Colombia, él es su candidato. Y el segundo, que el presidente claramente subestima nuestra inteligencia.

Abandonando el terreno de lo populista y llegando al absurdo, estuvo el señor Jorge Franco Pineda, candidato de Opción Ciudadana de Representantes por Bogotá, que ganó reconocimiento nacional por sus piezas publicitarias en las que modificaba fotos de famosos para que le “endosaran” votos. El mejor intento del candidato fue utilizar la selfie más retuiteda de la historia (la foto de varios famosos en los premios Oscar) como fondo de una imagen de su campaña. Brandley Cooper, Jared Leto y Kevin Spacy nunca sabrán el empujón que le dieron a la campaña del señor Franco.

Dos ejemplos ridículos, si tenemos en cuenta prácticas realmente ilegales que rodean a las elecciones. De acuerdo a la MOE, desde que monitorea elecciones en Colombia nunca encontró tantas dificultades como en las parlamentarias del pasado domingo.

Henry Kissinger decía que "El noventa por ciento de los políticos, da mala reputación al otro diez por ciento". El problema es encontrar, confiar y votar por ese diez por ciento.


jueves, 6 de marzo de 2014

Oro como fortuna (Versión extensa)




Esta es la versión extensa de mi columna del pasado 06 de marzo de 2014, publicada en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

"El diablo camina por las calles de este pueblo", sostiene el minero, con voz ronca, pero sin ninguna duda. Estamos tomando tinto en una calurosa tienda en el parque de un municipio minero del Nordeste de Antioquia. "Es por el oro", explica su compañero, otro minero artesanal, "el oro vuelve locas a las personas, solo trae cosas malas". Sus expresiones son de tosca resignación; en sus vidas, el oro es odiado y amado en partes iguales, se le tiene un temor reverencial, pero se le ambiciona como a nada.

Pero ¿es el oro bendición o maldición?

A simple vista, el diagnóstico es pesimista. Nordeste salió hace pocos meses de una cruenta guerra entre grupos ilegales por el control de las rentas ilegales asociadas al oro. El enfrentamiento es solo la más visible consecuencia de otras externalidades negativas de la explotación minera en la región. 

Y es que algunos quisieran desembarazarse del mineral precioso, sostienen que nada bueno sale de lo que la tierra nos ha dado por azar. Cientos de libros, estudios y reportajes se han escrito en los últimos años sobre la famosa "maldición" del oro.

Pero ¿es esa la única forma de verlo? ¿Está el Nordeste -y todas las zonas mineras de Colombia- condenado por lo que le tocó en suerte?

Este 6 de marzo, en la Universidad EAFIT de Medellín, se presenta el libro "Oro como fortuna ", resultado de la investigación "Estudios de corrupción en contratación pública y cooptación de los recursos de regalías en Antioquia, Córdoba y Bolívar ", financiado por Colciencias y desarrollado por investigadores de la Universidad EAFIT. 

El libro presenta otra visión sobre las consecuencias de la industria extractiva de oro en las zonas mineras de Colombia. En efecto, el azar no tiene por qué ser una maldición. Ante las apuestas institucionales correctas, puede convertirse en fortuna y apalancar procesos sociales beneficiosos, financiando políticas de desarrollo, incentivando la participación social y aprovechando las reservas de capital social que reposa casi intacto.

"Oro como fortuna " propone, en su capítulo final, la suscripción de Pactos de Gobernanza Minera y Transparencia en los municipios y regiones mineras de Colombia. El Pacto busca incentivar la participación de todos los actores sociales importantes en la vigilancia de la utilización de los recursos de regalías, y un compromiso común sobre la contratación pública.

Por supuesto, el libro no pretende ser fórmula mágica, tampoco simplificar los desafíos que la minería de oro supone para las comunidades; pero sí replantear el problema, suponer que probablemente en las mismas dificultades del fenómeno reposan las soluciones, y que con ingenio social y compromiso político, podemos convertir la maldición en fortuna.

jueves, 27 de febrero de 2014

SOBRE EL HONOR MILITAR - El Colombiano

SOBRE EL HONOR MILITAR - El Colombiano

Si los medios nacionales no pueden prescindir de la presunción de inocencia, mucho menos debe hacerlo el mismo presidente de la República. Para ningún ciudadano. Pero resulta particularmente doloroso que lo haya hecho justo con los militares, que se han ganado a sangre y sudor un puesto que toda la sociedad colombiana reconoce dentro del entramado institucional de nuestro país. 

viernes, 21 de febrero de 2014

El miedo como asesor de campaña (Versión extensa).

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 20 de febrero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

De nuevo, nuestros políticos nos enfrentan a una disyuntiva falsa, a escoger entre dos opciones: “la válida o el desastre”, entre el blanco y el negro ¿lo único que une a estas dos propuestas? El miedo, ese viejo enemigo que sigue regresando en cada periodo electoral.

Los analistas hablan de polarización política en nuestro país y los medios les hacen eco, pero ¿qué tipo de polarización está viviendo el sistema político colombiano? No hay una gran discusión de ideas, ni una profunda división sobre el modelo social o económico, solo una rencilla sobre quién ostenta el poder, sobre quién debe o no estar al mando.

Incluso hay algo de acuerdo en la utilización de una vieja y despreciable estrategia política: generar miedo. En efecto, los dos mayores actores políticos en contienda se han decidido por llenar de temor a los electores, aunque sea con diferentes escenarios, respecto a lo que “pasaría con el país” si gana el contrario.
Gritar que viene el desastre es una estrategia eficaz para conseguir votos, pero injusta con los colombianos. No puede ser que los cantos de sirena sea lo único que alimenta el debate: “que si votan por uno le están abriendo la puerta al castro-chavismo”, o que si votan por el otro, “le están cerrando la puerta a la paz”.

La realidad es que ninguna parece una perspectiva realista; Colombia, con sus desenfrenos y excesos, sus lentitudes tropicales y ausencias históricas, no parece estar al borde del abismo: ni el que se encuentra a la derecha, que denuncian los de izquierda, ni el que está a la izquierda, que denuncian los de derecha.

Ahora bien, ¿por qué digo que nuestro país no se encuentra cerca al abismo? Por un lado, porque por más terrible que sea ver lo que pasa en estos momentos (y ha pasado durante los últimos quince años) en Venezuela e imaginar que el siguiente en la lista, supuestamente, sería Colombia, las verdaderas perspectivas del triunfo de un proyecto socialista de corte autoritario en el país son muy lejanas.

A los colombianos nos gusta ser pesimistas y subestimarnos (es un deporte nacional), pero la fortaleza institucional, la tradición democrática y la responsabilidad ciudadana de Colombia son suficientes por el momento para prevenir este escenario.

Y por otro lado, nadie tiene el monopolio de la paz; no solo no pueden pretenderlo, la realidad ha mostrado que cada nuevo presidente y Congreso pueden, en efecto, abordar el tema. No solo eso, la verdad, el país se encuentra inmerso en transformaciones tan profundas, que la baja intensidad de nuestro conflicto armado parece hacerlo perder cada vez más relevancia en la agenda política nacional.


Dejemos que los argumentos vuelvan a la discusión política, que la campaña electoral vuelva a concentrarse en ideas y no en temores. Hay candidatos que vale la pena escuchar, y que han sido silenciados por las vociferaciones de sus jefes o cabezas de lista. Que los dejen hablar, proponer, pelearse esos votos por méritos en sus propuestas y no por lo fuerte que sean sus gritos o lo bien que apelan al miedo colectivo.

jueves, 20 de febrero de 2014

EL MIEDO COMO ASESOR DE CAMPAÑA - El Colombiano

EL MIEDO COMO ASESOR DE CAMPAÑA - El Colombiano

De nuevo, nuestros políticos nos enfrentan a una disyuntiva falsa, a escoger entre dos opciones: “la válida o el desastre”, entre el blanco y el negro ¿lo único que une a estas dos propuestas? El miedo, ese viejo enemigo que sigue regresando en cada periodo electoral.

jueves, 13 de febrero de 2014

Superando los mitos del voto en blanco (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 13 de febrero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

En las últimas semanas, temerosos por lo que ven crecer en las redes sociales y puntear en las encuestas nacionales, muchos de los viejos políticos han empezado su tradicional campaña de época electoral en contra del voto en blanco. Los rumores sobre engaños y conspiraciones de lado y lado, buscan crear ese miedo que tantas otras veces ha determinado injustamente nuestras decisiones electorales.

La mediocridad de nuestros políticos se explica en nuestra alcahuetería electoral. “Que hay que votar por éste, porque el otro es más malo y de pronto gana…”, sostienen, con el cinismo de los resignados. Pero si esa es la lógica del ejercicio de un derecho ciudadano como el voto ¿vale la pena siquiera ejercerlo?

Algunos analistas han intentado minimizar la disposición de aproximadamente el 30% de los electores colombianos de votar en blanco, diciendo que son un grupo de indecisos que se volcarán a algún candidato en el último momento. Pero existe una diferencia sustancial, que no se puede ignorar, entre no saber por quién votar y querer votar en blanco. Lo que se cuece para las próximas elecciones no es fruto de la indecisión, sino del rechazo ciudadano a nuestra actual parrilla de politiqueros, mediocres y corruptos.

En efecto, la intención de voto blanco actual constituye un hito en las elecciones colombianas y resulta esperanzador respecto a las perspectivas de la cultura política de nuestro país.

Ahora bien, el voto en blanco ni se le suma al primero, ni se lo pagan a nadie. El voto en blanco solo se cuenta por el voto en blanco (es decir, el rechazo de los demás candidatos), por ese siempre buen candidato que es nuestra protesta contra los políticos. Tampoco se lo reponen como votos a nadie; detrás de los votos en la casilla en blanco del tarjetón electoral no hay ningún negocio.

Uno de los mitos más comunes es decir que detrás del voto en blanco hay intereses económicos. En efecto, los ciudadanos pueden conformar comités promotores del voto en blanco, pero estos comités solo reciben reposición de votos si la gente vota por la casilla que se le crea a cada uno de ellos en el tarjetón. Si usted vota por la última casilla, la del voto en blanco, nadie puede reclamar ni un peso.

El voto en blanco es un símbolo. Si, que gane sería un mensaje poderoso, aunque pueda ser poco probable. Sin embargo, tenemos que entender que su naturaleza no busca transformaciones inmediatas, sino hacer saber a los políticos, sus partidos y movimientos que no merecen nuestro voto. Que, al final, somos capaces de encontrar nuestra dignidad.


SUPERANDO LOS MITOS DEL VOTO EN BLANCO - El Colombiano

SUPERANDO LOS MITOS DEL VOTO EN BLANCO - El Colombiano



En las últimas semanas, temerosos por lo que ven crecer en las redes sociales y puntear en las encuestas nacionales, muchos de los viejos políticos han empezado su tradicional campaña de época electoral en contra del voto en blanco. Los rumores sobre engaños y conspiraciones de lado y lado, buscan crear ese miedo que tantas otras veces ha determinado injustamente nuestras decisiones electorales.

viernes, 7 de febrero de 2014

Votar en blanco (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 5 de febrero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Una de las penalidades por reusarse a participar en política es que uno termina siendo gobernado por sus inferiores

-Platón

El 27% de los colombianos, si las elecciones presidenciales fueran mañana, votarían en blanco. De igual forma, el 23% de los encuetados por Ipsos Napoleón Franco para varios medios nacionales esta semana, no sabe por quién votaría. En efecto, la mitad de los colombianos no quiere votar por ninguno de los candidatos actuales a la presidencia de la república. Santos, con todo su poder y el Estado detrás apenas reúne el 25% de la intención de voto, los demás se pelean por no ser opacados por el margen de error.

Pero muchos analistas coinciden en predecir que, de acuerdo a “tendencias históricas”, los colombianos somos incapaces de mantener estas posiciones y que, inevitablemente, apoyaremos a algún candidato y lo terminaremos eligiendo por pura resignación.

Así, como le dijo el académico ingles Malcolm Deas a María Jimena Duzán en una entrevista para la Revista Semana hace unos días, Colombia no ha reformado su sistema político, no ha cambiado su rumbo de democracia fallida porque los colombianos tenemos “expectativas muy bajas de los gobiernos”.

Y es que no tendremos buenos gobernantes hasta que nos preocupemos realmente por tenerlos. Hasta que nuestro ejercicio ciudadano no sea únicamente el voto –siempre tan irresponsable y pasional- y vincule control social, exigencia de cuentas y seguimiento a nuestros funcionarios.

Que exigir está bien, que poner problema y preguntar lo incómodo hacen parte fundamental del sistema democrático. Entender, por fin, que una sociedad que vende sus derechos por unas tejas no tiene dignidad.

Los que aparecen tan sonrientes, prometiendo de nuevo las mismas cuatro cosas que han prometido toda la vida, esos mismos que durante estos últimos cuatro años solo aparecieron para defender sus interés personales, y ahora nos piden que votemos por “cambios y “renovaciones”, son los principales responsables de que nuestro país no sea un lugar decente.

No tienen que votar en blanco, yo lo voy a hacer, pero ese es mi problema –y lo haré porque en nuestras múltiples opciones políticas no tenemos ninguna alternativa, estamos atrapados entre los politiqueros y las cabinas de votación-; solo pensar muy bien en las decisiones y la participación política. Si quiere quedarse ese día en su casa, perfecto, pero hágalo por convicción, no por apatía. Si quiere votar por un apellido y una cara sonriente de picardía, perfecto, pero hágalo por confianza, no por resignación.


Rompamos las “tendencias históricas”, los lugares comunes de nuestra política. Imaginémonos la revolución para nuestro sistema político cuando los políticos vean que, al final, no es tan fácil mantenernos contentos.

viernes, 31 de enero de 2014

Los malabares de la política colombiana (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el 30 de enero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Santos fue ministro de Pastrana, al que Uribe criticó para llegar a la presidencia, en la que tuvo a Santos de ministro y que luego apoyó para que fuera presidente y al que ahora, uniéndose Uribe a Pastrana, intentan impedir que se reelija. Muy sencillo ¿cierto?

Pero estos tres no son, ni mucho menos, los únicos camaleones de la política nacional. El Partido Verde y Progresistas han configurado una alianza pegada por la simple necesidad de no perder la personería jurídica en las próximas elecciones. La unión es incómoda, en parte, porque en el Partido Verde hay santistas e incluso uribistas light, mientras en Progresistas, una disidencia del Polo Democrático para apoyar las ambiciones de Gustavo Petro, hay muchos representantes de la izquierda más trasnochada.

Por el lado del Partido de la U, cuyos miembros solo comparten su consistente habilidad para cambiar de bando según les convenga, dos de sus principales representantes, Armando Benedetti y Roy Barreras se han distinguido por el drástico giro en sus lealtades políticas, de los más uribistas hasta 2010, de los más santistas desde entonces.

La política, en efecto, siempre es cambiante y esto no es necesariamente malo. Churchill se pasó del partido Liberal al partido Conservador en la mitad de su carrera, cruzando de un lado a otro en plena sesión del parlamento británico; Julio César pactó con sus enemigos Pompeyo y Craso para repartirse en poder de Roma en un triunvirato. Sin embargo, la rapidez y brusquedad de los cambios en Colombia pueden ser el síntoma de un fenómeno mucho más preocupante: que los partidos y los líderes se encuentran tan poco interesados en defender ideas, que nunca encuentran límites para pegar sus timonazos y cambiar de toldas, amigos o enemigos.

Al final, si el poder es lo único que importa –ese poder duro y vacío que solo sirve para construir panteones- poco importa cómo o con quién se consiga aferrarse a él.

En anteriores columnas he defendido a un tipo ideal de político, aburrido en primer lugar –es decir, que aspira a gobernar bien, no a entretener-, y responsable –es decir, comprometido con cumplir y rendir cuentas-. Ahora le añado otro elemento a esta especie rara, que poco se da en nuestra política tropical: la coherencia. Es decir, un político que comprenda que en la democracia, perder elecciones es una opción perfectamente válida, que su habilidad política se debe a su capacidad de desarrollar y defender ideas, no de hacer alianzas incómodas que garanticen su victoria.


Ganar votos no puede ser, ni mucho menos, lo único a lo que aspiren nuestros líderes.

jueves, 30 de enero de 2014

LOS MALABARES DE LA POLÍTICA COLOMBIANA - El Colombiano

LOS MALABARES DE LA POLÍTICA COLOMBIANA - El Colombiano



Juan Manuel Santos fue ministro de Andrés Pastrana, a quien Álvaro Uribe criticó para llegar a la presidencia, en la cual tuvo a Santos de ministro y luego apoyó para que fuera presidente y al que ahora, uniéndose a Pastrana, le intentan impedir que se reelija. 
Muy sencillo, ¿cierto?

viernes, 24 de enero de 2014

Sobre percepción y realidades de la seguridad en Medellín (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 23 de enero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Colombia es el país en el que caen más rayos, de diez a doce millones al año, según los expertos. Aun así ¿leer esto lo hace sentirse más cercano a que a usted, por ejemplo, le caiga un rayo? En el 2013, unas trescientas personas murieron o fueron lesionadas por rayos en Colombia, según datos del Informe Forensis de Medicina Legal.  Pero ¿Si por las redes sociales circulara una foto de un hombre bajo el destello de un golpe de relámpago, sentiría que su probabilidad de que le caiga un rayo ha aumentado?

Este es el desafío de la percepción de seguridad. En efecto, la gente se siente sustancialmente más insegura de lo que, por los datos objetivos, debería hacerlo. Esto no quiere decir, por supuesto, que la percepción de seguridad no haga parte de la seguridad ciudadana. Es decir, que el grado de miedo que afecta la vida de las personas no sea uno de los elementos constitutivos de las preocupaciones de las autoridades encargadas de la seguridad de una sociedad.

Sin embargo, el coeficiente de victimización en Colombia es de 18%, según la Encuesta de Convivencia y Seguridad Ciudadana 2013 de la Alta Consejería de Convivencia y Seguridad Ciudadana. En Medellín es del 13%, según el Informe de Percepción Ciudadana 2013 de Medellín Cómo Vamos. En efecto, unas dos personas de cada diez fueron víctimas de algún delito en el transcurso del año en Colombia y un poco más de uno de cada diez en Medellín.

Las personas que han sido víctimas de un delito suelen tener una idea exagerada de su propia probabilidad de que les vuelva a ocurrir. El 44% de las víctimas sienten que su probabilidad de volver a ser victimizados es alta o muy alta. Aunque comprensible, este hecho no necesariamente refleja la realidad.

Ahora bien, las autoridades deben abordar el problema de la percepción con inteligencia y paciencia; sobre todo, comprendiendo que cuando un ciudadano se siente inseguro esto es un sentimiento “objetivo” para él, que tiene consecuencias reales para su vida y que por tanto, no puede ser desacreditado como un tema secundario.
En primer lugar, no ayudan las dificultades para denunciar un delito. De acuerdo a algunos ciudadanos afectados recientemente y entrevistados por El Colombiano, luego de ser asaltados en sus carros, ni la línea 123, ni el celular del policía del Cuadrante respondieron. Sentirse abandonado puede ser mucho más perjudicial para la percepción de seguridad que las fotos de atracos en Twitter o incluso que ser víctima de un delito.

El segundo asunto es la confianza en las autoridades. En efecto, ni la policía ni el sistema judicial cuentan con altos niveles de reconocimiento o confianza por parte de las comunidades, esto afecta la legitimidad de su acción, desincentiva la denuncia y prepara el ambiente para expresiones perversas como los grupos de “limpieza social”. A falta de opciones legales efectivas, las personas pueden sentirse atraídos a buscar alternativas ilegales.


En todo esto el miedo (la percepción de inseguridad) juega un papel fundamental, los gobiernos locales y las autoridades nacionales tienen la obligación de no ignorarlo y reconocer que las personas solo están realmente seguras cuando se sienten seguras.

jueves, 23 de enero de 2014

SOBRE PERCEPCIÓN Y REALIDADES DE LA SEGURIDAD EN MEDELLÍN - El Colombiano

SOBRE PERCEPCIÓN Y REALIDADES DE LA SEGURIDAD EN MEDELLÍN - El Colombiano

Este es el desafío de la percepción de inseguridad. En efecto, la gente se siente sustancialmente más insegura de lo que, por los datos objetivos, debería sentirse. Esto no quiere decir, por supuesto, que la percepción de inseguridad no haga parte de la seguridad ciudadana, ni que no deba ser una de las preocupaciones de las autoridades encargadas de la seguridad de una sociedad.

jueves, 16 de enero de 2014

Hablando de drogas (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna publicada el pasado 16 de enero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

En el año 2011, en Colombia había unas 64.000 hectáreas cultivadas de hoja de coca, pero gracias a los enormes esfuerzos que realiza el Gobierno colombiano, su Fuerza Pública y la ayuda de Estados Unidos, en 2012 había unas 48.000 hectáreas, de acuerdo a cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Lastimosamente, esa reducción del 25% del principal cultivo ilícito del país no se vio representada ni en un aumento del precio de la cocaína en las ciudades (en efecto, en el mismo periodo se hizo 2,4% más barata), ni en una disminución del poder corruptor y violento de las organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico.

Más importante aún, el consumo se mantiene estable. Así, las variaciones en los últimos años de la prevalencia de consumo en la población adulta del mundo apenas si han sufrido cambios, y si lo han hecho, ha sido pequeños aumentos.

Un casi generalizado consenso se empieza a alcanzar a nivel mundial, la guerra contra las drogas, al menos como está planteada actualmente, se está perdiendo. Pero ¿se debe negociar su alternativa con las organizaciones narcotraficantes? ¿Será ese el mejor escenario para plantear la política colombiana respecto a un nuevo rumbo en la lucha contra las drogas?

No parece una buena idea y sin embargo, es el plan del gobierno colombiano para las próximas semanas, una vez retomadas las negociaciones con las Farc en La Habana y abordado el cuarto punto de la agenda: “solución al problema de las drogas ilícitas”.

¿Van a hablar de la despenalización del consumo? De hecho, el gobierno colombiano solo tiene margen de maniobra para despenalizar el consumo de la marihuana. Algo que no estaría de más, pero que tendría poco o ningún efecto sobre la famosa paz, mucho menos sobre la seguridad de los colombianos. En efecto, la marihuana local es un rubro marginal en las cuentas de los narcos, y aunque la legalización de la producción y venta podría ayudar en algo al problema de la inseguridad ciudadana, parece poco probable.

Por otro lado, si se llega a producir una desmovilización a gran escala de la Farc, las estructuras que han construido durante años para la producción y comercialización de drogas se mantendrán. Los problemas de fondo que llevaron a Colombia a ser el principal productor de cocaína todavía se mantienen, y además suman algunas innovaciones perversas, como la misma criminalización de varios frente guerrilleros, dedicados casi exclusivamente al lucrativo negocio de las drogas ilícitas.

El narcotráfico es demasiado lucrativo como para no representar una enorme tentación para los jefes guerrillero con dudas sobre la desmovilización. La columna móvil Teófilo Forero, por ejemplo, recibe unos 26 millones de dólares anuales en ganancias por el narcotráfico, según cálculos de InsightCrime.


Pero toda esta especulación choca con una realidad hasta ahora insalvable: las Farc no reconocen su papel protagónico en el negocio del narcotráfico, lo que impide desde un principio cualquier compromiso respecto a nada. Al final, el problema es que el cuarto punto de la mesa de negociación va a ser una discusión de excusas, un debate de sordos en el que no se terminará acordando nada de verdadera importancia.