Por
Santiago Silva Jaramillo
Cuando nuestras acciones e
convierten en un reflejo de nuestro carácter, nos inclinamos más hacia las opciones
morales y generosas
Paciente
lector, lo invito a hacer un corto ejercicio antes de seguir leyendo esta
columna. Cierre los ojos y piense en la personaje que le gustaría emular en
vida; mejor dicho, en ese modelo a seguir según el cual, usted se comporta como
lo hace día a día.
Gracias.
Es
muy probable que sea alguien del que tiene una imagen positiva y, aunque con
menos seguridad, posiblemente la persona en que pensó represente una imagen de
ser un elemento socialmente positivo. Este “ejemplo a seguir” también determina
la imagen personal que tenemos de nosotros mismo.
Pero
¿y si no fuera así? ¿Y si nuestro personaje para emular fuera un bandido?
Pero
aún ¿qué pasaría si nuestras oportunidades reales para alcanzar (o superar) el
estatus social y alivio económico de nuestro personaje fueran nulas? Los
incentivos para buscar canales “alternativos” serían enormes.
Así,
muchos de las “desviaciones” de jóvenes en las sociedades modernas se podrían
explicar desde la brecha que existe entre las expectativas creadas por sus
aspiraciones de estatus y riqueza y las realidades presentadas en pocas
oportunidades –legales y socialmente beneficiosas- de alcanzar estos
escenarios.
En
mi columna Emulación Olímpica (El Colombiano, 2012) hablaba del economista estadounidense Thorstein
Veblen, que sostenía que la emulación es
una de las principales motivaciones humanas a la hora de tomar decisiones de
vida. Mejor dicho, que los hombres estamos constantemente evaluando lo que
otros han hecho o conseguido y si queremos seguir ese mismo camino. Que nos
encontramos en una constante búsqueda por personas a las que emular.
De
manera similar, un mentor es una persona que, a través de una tutoría cercana,
se convierte en referente de conducta moral y comportamiento general para su
aprendiz. Inculca valores, comparte experiencia, y aconseja decisiones.
Así,
tenemos dos opciones para construir esa imagen personal tan importante: emular
a alguna figura, por lejana que sea, en la que nos queramos convertir, o buscar
la tutoría de un mentor
que nos separe el bien del mal; el camino correcto por el errado.
Ahora
bien ¿cuáles son los modelos a seguir y mentores más comunes en Colombia…?
Esto
no es un asunto menor, las políticas de educación, juventud e incluso de seguridad
bien podrían sacar lecciones de la disposición de las personas a emular figuras
representativas y buscar mentores que determinen en muchos niveles, sus
comportamientos familiares, profesionales y ciudadanos.
¿Qué
podemos hacer entonces?
Primero,
estimular modelos a seguir socialmente positivos y pragmáticamente alcanzables.
Es decir, que generen externalidades deseables para la sociedad, pero que sean
realistas para las personas que buscan emularlos.
Segundo,
expandir oportunidades de desarrollo personal por vías convencionales, legales
y socialmente beneficiosas. En otras palabras, crear los espacios para alcanzar
los objetivos de esa imagen personal, conseguir el estatus social y la riqueza
material que estas personas buscan.
Tercero,
idear intervenciones públicas que ataquen desde dos frentes. Por un lado,
presenten modelos a seguir positivos, y por otro, lleven una lógica de tutoría
en cabeza de mentores, a la población juvenil en riesgo.
Cambiar
la realidad de las personas pasa por convencerlas que ese cambio es posible y
deseable y que existe un mundo de oportunidades más allá de mentores y ejemplos
a seguir perversos. Que no todos tenemos que ser un bandido “cuando seamos
grandes”.
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