jueves, 27 de febrero de 2014

SOBRE EL HONOR MILITAR - El Colombiano

SOBRE EL HONOR MILITAR - El Colombiano

Si los medios nacionales no pueden prescindir de la presunción de inocencia, mucho menos debe hacerlo el mismo presidente de la República. Para ningún ciudadano. Pero resulta particularmente doloroso que lo haya hecho justo con los militares, que se han ganado a sangre y sudor un puesto que toda la sociedad colombiana reconoce dentro del entramado institucional de nuestro país. 

viernes, 21 de febrero de 2014

El miedo como asesor de campaña (Versión extensa).

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 20 de febrero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

De nuevo, nuestros políticos nos enfrentan a una disyuntiva falsa, a escoger entre dos opciones: “la válida o el desastre”, entre el blanco y el negro ¿lo único que une a estas dos propuestas? El miedo, ese viejo enemigo que sigue regresando en cada periodo electoral.

Los analistas hablan de polarización política en nuestro país y los medios les hacen eco, pero ¿qué tipo de polarización está viviendo el sistema político colombiano? No hay una gran discusión de ideas, ni una profunda división sobre el modelo social o económico, solo una rencilla sobre quién ostenta el poder, sobre quién debe o no estar al mando.

Incluso hay algo de acuerdo en la utilización de una vieja y despreciable estrategia política: generar miedo. En efecto, los dos mayores actores políticos en contienda se han decidido por llenar de temor a los electores, aunque sea con diferentes escenarios, respecto a lo que “pasaría con el país” si gana el contrario.
Gritar que viene el desastre es una estrategia eficaz para conseguir votos, pero injusta con los colombianos. No puede ser que los cantos de sirena sea lo único que alimenta el debate: “que si votan por uno le están abriendo la puerta al castro-chavismo”, o que si votan por el otro, “le están cerrando la puerta a la paz”.

La realidad es que ninguna parece una perspectiva realista; Colombia, con sus desenfrenos y excesos, sus lentitudes tropicales y ausencias históricas, no parece estar al borde del abismo: ni el que se encuentra a la derecha, que denuncian los de izquierda, ni el que está a la izquierda, que denuncian los de derecha.

Ahora bien, ¿por qué digo que nuestro país no se encuentra cerca al abismo? Por un lado, porque por más terrible que sea ver lo que pasa en estos momentos (y ha pasado durante los últimos quince años) en Venezuela e imaginar que el siguiente en la lista, supuestamente, sería Colombia, las verdaderas perspectivas del triunfo de un proyecto socialista de corte autoritario en el país son muy lejanas.

A los colombianos nos gusta ser pesimistas y subestimarnos (es un deporte nacional), pero la fortaleza institucional, la tradición democrática y la responsabilidad ciudadana de Colombia son suficientes por el momento para prevenir este escenario.

Y por otro lado, nadie tiene el monopolio de la paz; no solo no pueden pretenderlo, la realidad ha mostrado que cada nuevo presidente y Congreso pueden, en efecto, abordar el tema. No solo eso, la verdad, el país se encuentra inmerso en transformaciones tan profundas, que la baja intensidad de nuestro conflicto armado parece hacerlo perder cada vez más relevancia en la agenda política nacional.


Dejemos que los argumentos vuelvan a la discusión política, que la campaña electoral vuelva a concentrarse en ideas y no en temores. Hay candidatos que vale la pena escuchar, y que han sido silenciados por las vociferaciones de sus jefes o cabezas de lista. Que los dejen hablar, proponer, pelearse esos votos por méritos en sus propuestas y no por lo fuerte que sean sus gritos o lo bien que apelan al miedo colectivo.

jueves, 20 de febrero de 2014

EL MIEDO COMO ASESOR DE CAMPAÑA - El Colombiano

EL MIEDO COMO ASESOR DE CAMPAÑA - El Colombiano

De nuevo, nuestros políticos nos enfrentan a una disyuntiva falsa, a escoger entre dos opciones: “la válida o el desastre”, entre el blanco y el negro ¿lo único que une a estas dos propuestas? El miedo, ese viejo enemigo que sigue regresando en cada periodo electoral.

jueves, 13 de febrero de 2014

Superando los mitos del voto en blanco (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 13 de febrero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

En las últimas semanas, temerosos por lo que ven crecer en las redes sociales y puntear en las encuestas nacionales, muchos de los viejos políticos han empezado su tradicional campaña de época electoral en contra del voto en blanco. Los rumores sobre engaños y conspiraciones de lado y lado, buscan crear ese miedo que tantas otras veces ha determinado injustamente nuestras decisiones electorales.

La mediocridad de nuestros políticos se explica en nuestra alcahuetería electoral. “Que hay que votar por éste, porque el otro es más malo y de pronto gana…”, sostienen, con el cinismo de los resignados. Pero si esa es la lógica del ejercicio de un derecho ciudadano como el voto ¿vale la pena siquiera ejercerlo?

Algunos analistas han intentado minimizar la disposición de aproximadamente el 30% de los electores colombianos de votar en blanco, diciendo que son un grupo de indecisos que se volcarán a algún candidato en el último momento. Pero existe una diferencia sustancial, que no se puede ignorar, entre no saber por quién votar y querer votar en blanco. Lo que se cuece para las próximas elecciones no es fruto de la indecisión, sino del rechazo ciudadano a nuestra actual parrilla de politiqueros, mediocres y corruptos.

En efecto, la intención de voto blanco actual constituye un hito en las elecciones colombianas y resulta esperanzador respecto a las perspectivas de la cultura política de nuestro país.

Ahora bien, el voto en blanco ni se le suma al primero, ni se lo pagan a nadie. El voto en blanco solo se cuenta por el voto en blanco (es decir, el rechazo de los demás candidatos), por ese siempre buen candidato que es nuestra protesta contra los políticos. Tampoco se lo reponen como votos a nadie; detrás de los votos en la casilla en blanco del tarjetón electoral no hay ningún negocio.

Uno de los mitos más comunes es decir que detrás del voto en blanco hay intereses económicos. En efecto, los ciudadanos pueden conformar comités promotores del voto en blanco, pero estos comités solo reciben reposición de votos si la gente vota por la casilla que se le crea a cada uno de ellos en el tarjetón. Si usted vota por la última casilla, la del voto en blanco, nadie puede reclamar ni un peso.

El voto en blanco es un símbolo. Si, que gane sería un mensaje poderoso, aunque pueda ser poco probable. Sin embargo, tenemos que entender que su naturaleza no busca transformaciones inmediatas, sino hacer saber a los políticos, sus partidos y movimientos que no merecen nuestro voto. Que, al final, somos capaces de encontrar nuestra dignidad.


SUPERANDO LOS MITOS DEL VOTO EN BLANCO - El Colombiano

SUPERANDO LOS MITOS DEL VOTO EN BLANCO - El Colombiano



En las últimas semanas, temerosos por lo que ven crecer en las redes sociales y puntear en las encuestas nacionales, muchos de los viejos políticos han empezado su tradicional campaña de época electoral en contra del voto en blanco. Los rumores sobre engaños y conspiraciones de lado y lado, buscan crear ese miedo que tantas otras veces ha determinado injustamente nuestras decisiones electorales.

viernes, 7 de febrero de 2014

Votar en blanco (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 5 de febrero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Una de las penalidades por reusarse a participar en política es que uno termina siendo gobernado por sus inferiores

-Platón

El 27% de los colombianos, si las elecciones presidenciales fueran mañana, votarían en blanco. De igual forma, el 23% de los encuetados por Ipsos Napoleón Franco para varios medios nacionales esta semana, no sabe por quién votaría. En efecto, la mitad de los colombianos no quiere votar por ninguno de los candidatos actuales a la presidencia de la república. Santos, con todo su poder y el Estado detrás apenas reúne el 25% de la intención de voto, los demás se pelean por no ser opacados por el margen de error.

Pero muchos analistas coinciden en predecir que, de acuerdo a “tendencias históricas”, los colombianos somos incapaces de mantener estas posiciones y que, inevitablemente, apoyaremos a algún candidato y lo terminaremos eligiendo por pura resignación.

Así, como le dijo el académico ingles Malcolm Deas a María Jimena Duzán en una entrevista para la Revista Semana hace unos días, Colombia no ha reformado su sistema político, no ha cambiado su rumbo de democracia fallida porque los colombianos tenemos “expectativas muy bajas de los gobiernos”.

Y es que no tendremos buenos gobernantes hasta que nos preocupemos realmente por tenerlos. Hasta que nuestro ejercicio ciudadano no sea únicamente el voto –siempre tan irresponsable y pasional- y vincule control social, exigencia de cuentas y seguimiento a nuestros funcionarios.

Que exigir está bien, que poner problema y preguntar lo incómodo hacen parte fundamental del sistema democrático. Entender, por fin, que una sociedad que vende sus derechos por unas tejas no tiene dignidad.

Los que aparecen tan sonrientes, prometiendo de nuevo las mismas cuatro cosas que han prometido toda la vida, esos mismos que durante estos últimos cuatro años solo aparecieron para defender sus interés personales, y ahora nos piden que votemos por “cambios y “renovaciones”, son los principales responsables de que nuestro país no sea un lugar decente.

No tienen que votar en blanco, yo lo voy a hacer, pero ese es mi problema –y lo haré porque en nuestras múltiples opciones políticas no tenemos ninguna alternativa, estamos atrapados entre los politiqueros y las cabinas de votación-; solo pensar muy bien en las decisiones y la participación política. Si quiere quedarse ese día en su casa, perfecto, pero hágalo por convicción, no por apatía. Si quiere votar por un apellido y una cara sonriente de picardía, perfecto, pero hágalo por confianza, no por resignación.


Rompamos las “tendencias históricas”, los lugares comunes de nuestra política. Imaginémonos la revolución para nuestro sistema político cuando los políticos vean que, al final, no es tan fácil mantenernos contentos.