Esta es la versión extensa de mi columna del 29 de agosto de 2013 en Catalejo del periódico El Colombiano.
Por Santiago Silva Jaramillo
Santos perdió su reelección en el Catatumbo, los paros y el
descontento social que se esparció a nivel nacional por las protestas en Norte
de Santander no solo golpearán a Colombia, han sentenciado la posibilidad del
presidente de lograr otros cuatro años en el poder.
Y es que en pleno paro nacional es difícil recordar que
fueron los campesinos del Catatumbo los primeros en salir a protestar (en ese
caso, por la no muy santa oposición a las fumigaciones de cultivos ilícitos). El
Gobierno nacional se demoró en reconocer la magnitud de la manifestación y su
tardía respuesta de zanahoria y garrota –Angelino Garzón y SMAD – no funcionó.
Las protestas escalaron, sustentadas en reclamaciones
válidas e intereses particulares y azuzadas por líderes de sectores, opositores
al gobierno e incluso uno que otro guerrillero.
Al desconocer la existencia misma del paro de agricultores,
Santos deja claro que el abandono del agro seguirá; lo que no se reconoce se
olvida. Fue una manera torpe de intentar quitarle importancia al asunto, dar
parte de supuesta tranquilidad y mostrarse competente al mismo tiempo, pero
como le suele pasar al presidente cuando intenta hacer moñonas, terminó solo
desordenando la mesa.
Aunque no hay soluciones fáciles, ni fórmulas claras,
reprimir y negar la existencia del paro no ha hecho sino empeorar la situación.
Lo más preocupante de las recientes noticias en Colombia es que el pesimismo
vuelve a rondar a los colombianos.
Más allá de la encarnizada pelea entre “santistas” y
“uribistas” sobre cuál de sus jefes tiene un proyecto de país mejor, estoy
convencido que el expresidente Uribe no es el único que puede salvarnos de
nosotros mismos; es más, creo que hasta él sabe que no es infalible ni
irremplazable. Pero si percibo el regreso de algo que creíamos superado: la
vieja costumbre colombiana del pesimismo nacional, esa dañina idea de que el
país no solo no va bien, sino que no puede hacerlo, que el fracaso de este
proyecto de nación es inevitable, está condenado.
Y esto se expresa en el tono, en las caras, en las
conversaciones casuales, pero también en las encuestas. De nuevo la gente habla
con resignación y frustración sobre las perspectivas futuras del país.
El Gobierno nacional anunció a principios de esta semana
nuevos recursos para palear la crisis del campo colombiano.
Sin embargo, todos estos esfuerzos parecen haber llegado
demasiado tarde; las posibilidades de relección de Santos se sentenciaron hace
algunos meses, en una montañosa y problemática zona de la periferia de
Colombia.
Sí, Santos no logrará reelegirse, no porque todo lo que haya
hecho sea un error, tampoco porque hayan mejores y posibles alternativas, sino
porque nos quitó a los colombianos algo que ganamos con enormes dificultades y
atesorábamos: la esperanza de que Colombia podía ser un lugar mejor.