Esta es la versión extensa de mi columna, publicada en Catalejo del periódico El Colombiano el pasado 08 de agosto de 2013.
Se tiene paz cuando las gentes honradas son más fuertes
que los bandidos
-Charles
Maurras
Una de las pocas
causas claras del conflicto colombiano se puede rastrear en la desviación de
las maneras convencionales de conseguir poder dentro del sistema político y
económico local y luego, en la incapacidad del Estado de controlar a los que
quisieron volverse fuertes por medio de la violencia.
Tendremos paz
cuando nuestros bandidos no sean tan poderosos, cuando no se cambie fusiles y
cadáveres por curules en el Congreso y títulos de propiedad de latifundios.
El problema no es, de nuevo, que se negocie la desmovilización de las Farc,
sino su papel en el futuro político de nuestra trajinada democracia.
Lo importante no es
distinguir si lo negociado actualmente logrará que se firme un acuerdo en La
Habana sino cuánto durará. Porque el mérito de la paz está en su estabilidad,
no en su contundencia inicial.
Actualmente,en La
Habana se negocia la “cuota de poder” para desmovilizar los ejércitos privados
de las Farc; pero los jefes guerrilleros no son más que señores de la guerra.
Los escaños que buscan conseguir les garantizan el poder político suficiente
para proteger los beneficios recibidos durante la desmovilización y robados
durante décadas de guerra, por eso su insistencia en crear algo similar a feudos
políticos (como los de cualquier gamonal tradicional).
Ellos han luchado
en contra de lo que consideraban una élite no porque les pareciera injusta,
sino porque querían hacer parte de ella; esa es la triste realidad de nuestros
bandidos y revolucionarios, guerrilleros y terroristas: lo que siempre los ha
movido es la envidia del privilegio ajeno, el deseo profundo de hacer parte de
él, no de cambiarlo.
Por eso acumulan
fortunas y por eso tienen y protegen testaferros, por eso robaron tierras y se terminaron convirtiendo en los terratenientes
que supuestamente combatían, porque en el fondo lo que siempre han querido es
esa curul en el Congreso, esa hacienda de miles de hectáreas, ese respeto
indigno que da tener un carro blindado y una escolta. Que sus peones les
dijeran patrón, doctor o comandante.
La más sincera
muestra de admiración es el plagio y por eso los jefes guerrilleros no han
repartido sus tierras y dinero entre los campesinos, ni siquiera entre sus
hombres. Acumulan todo, se lo robaron para ellos, porque siempre quisieron
convertirse en parte de la oligarquía que decían odiar y a la que supuestamente
pretendían derrocar. Ahora buscan legalizar ese despojo: graduarse de bandidos
a congresistas, pasar de chusma a hacendados.
Y ese es el
problema: que hemos tenido malos políticos, pero peores bandidos. Aunque en
ocasiones, pueda ser difícil diferenciarlos.
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