viernes, 31 de enero de 2014

Los malabares de la política colombiana (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el 30 de enero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Santos fue ministro de Pastrana, al que Uribe criticó para llegar a la presidencia, en la que tuvo a Santos de ministro y que luego apoyó para que fuera presidente y al que ahora, uniéndose Uribe a Pastrana, intentan impedir que se reelija. Muy sencillo ¿cierto?

Pero estos tres no son, ni mucho menos, los únicos camaleones de la política nacional. El Partido Verde y Progresistas han configurado una alianza pegada por la simple necesidad de no perder la personería jurídica en las próximas elecciones. La unión es incómoda, en parte, porque en el Partido Verde hay santistas e incluso uribistas light, mientras en Progresistas, una disidencia del Polo Democrático para apoyar las ambiciones de Gustavo Petro, hay muchos representantes de la izquierda más trasnochada.

Por el lado del Partido de la U, cuyos miembros solo comparten su consistente habilidad para cambiar de bando según les convenga, dos de sus principales representantes, Armando Benedetti y Roy Barreras se han distinguido por el drástico giro en sus lealtades políticas, de los más uribistas hasta 2010, de los más santistas desde entonces.

La política, en efecto, siempre es cambiante y esto no es necesariamente malo. Churchill se pasó del partido Liberal al partido Conservador en la mitad de su carrera, cruzando de un lado a otro en plena sesión del parlamento británico; Julio César pactó con sus enemigos Pompeyo y Craso para repartirse en poder de Roma en un triunvirato. Sin embargo, la rapidez y brusquedad de los cambios en Colombia pueden ser el síntoma de un fenómeno mucho más preocupante: que los partidos y los líderes se encuentran tan poco interesados en defender ideas, que nunca encuentran límites para pegar sus timonazos y cambiar de toldas, amigos o enemigos.

Al final, si el poder es lo único que importa –ese poder duro y vacío que solo sirve para construir panteones- poco importa cómo o con quién se consiga aferrarse a él.

En anteriores columnas he defendido a un tipo ideal de político, aburrido en primer lugar –es decir, que aspira a gobernar bien, no a entretener-, y responsable –es decir, comprometido con cumplir y rendir cuentas-. Ahora le añado otro elemento a esta especie rara, que poco se da en nuestra política tropical: la coherencia. Es decir, un político que comprenda que en la democracia, perder elecciones es una opción perfectamente válida, que su habilidad política se debe a su capacidad de desarrollar y defender ideas, no de hacer alianzas incómodas que garanticen su victoria.


Ganar votos no puede ser, ni mucho menos, lo único a lo que aspiren nuestros líderes.

jueves, 30 de enero de 2014

LOS MALABARES DE LA POLÍTICA COLOMBIANA - El Colombiano

LOS MALABARES DE LA POLÍTICA COLOMBIANA - El Colombiano



Juan Manuel Santos fue ministro de Andrés Pastrana, a quien Álvaro Uribe criticó para llegar a la presidencia, en la cual tuvo a Santos de ministro y luego apoyó para que fuera presidente y al que ahora, uniéndose a Pastrana, le intentan impedir que se reelija. 
Muy sencillo, ¿cierto?

viernes, 24 de enero de 2014

Sobre percepción y realidades de la seguridad en Medellín (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 23 de enero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Colombia es el país en el que caen más rayos, de diez a doce millones al año, según los expertos. Aun así ¿leer esto lo hace sentirse más cercano a que a usted, por ejemplo, le caiga un rayo? En el 2013, unas trescientas personas murieron o fueron lesionadas por rayos en Colombia, según datos del Informe Forensis de Medicina Legal.  Pero ¿Si por las redes sociales circulara una foto de un hombre bajo el destello de un golpe de relámpago, sentiría que su probabilidad de que le caiga un rayo ha aumentado?

Este es el desafío de la percepción de seguridad. En efecto, la gente se siente sustancialmente más insegura de lo que, por los datos objetivos, debería hacerlo. Esto no quiere decir, por supuesto, que la percepción de seguridad no haga parte de la seguridad ciudadana. Es decir, que el grado de miedo que afecta la vida de las personas no sea uno de los elementos constitutivos de las preocupaciones de las autoridades encargadas de la seguridad de una sociedad.

Sin embargo, el coeficiente de victimización en Colombia es de 18%, según la Encuesta de Convivencia y Seguridad Ciudadana 2013 de la Alta Consejería de Convivencia y Seguridad Ciudadana. En Medellín es del 13%, según el Informe de Percepción Ciudadana 2013 de Medellín Cómo Vamos. En efecto, unas dos personas de cada diez fueron víctimas de algún delito en el transcurso del año en Colombia y un poco más de uno de cada diez en Medellín.

Las personas que han sido víctimas de un delito suelen tener una idea exagerada de su propia probabilidad de que les vuelva a ocurrir. El 44% de las víctimas sienten que su probabilidad de volver a ser victimizados es alta o muy alta. Aunque comprensible, este hecho no necesariamente refleja la realidad.

Ahora bien, las autoridades deben abordar el problema de la percepción con inteligencia y paciencia; sobre todo, comprendiendo que cuando un ciudadano se siente inseguro esto es un sentimiento “objetivo” para él, que tiene consecuencias reales para su vida y que por tanto, no puede ser desacreditado como un tema secundario.
En primer lugar, no ayudan las dificultades para denunciar un delito. De acuerdo a algunos ciudadanos afectados recientemente y entrevistados por El Colombiano, luego de ser asaltados en sus carros, ni la línea 123, ni el celular del policía del Cuadrante respondieron. Sentirse abandonado puede ser mucho más perjudicial para la percepción de seguridad que las fotos de atracos en Twitter o incluso que ser víctima de un delito.

El segundo asunto es la confianza en las autoridades. En efecto, ni la policía ni el sistema judicial cuentan con altos niveles de reconocimiento o confianza por parte de las comunidades, esto afecta la legitimidad de su acción, desincentiva la denuncia y prepara el ambiente para expresiones perversas como los grupos de “limpieza social”. A falta de opciones legales efectivas, las personas pueden sentirse atraídos a buscar alternativas ilegales.


En todo esto el miedo (la percepción de inseguridad) juega un papel fundamental, los gobiernos locales y las autoridades nacionales tienen la obligación de no ignorarlo y reconocer que las personas solo están realmente seguras cuando se sienten seguras.

jueves, 23 de enero de 2014

SOBRE PERCEPCIÓN Y REALIDADES DE LA SEGURIDAD EN MEDELLÍN - El Colombiano

SOBRE PERCEPCIÓN Y REALIDADES DE LA SEGURIDAD EN MEDELLÍN - El Colombiano

Este es el desafío de la percepción de inseguridad. En efecto, la gente se siente sustancialmente más insegura de lo que, por los datos objetivos, debería sentirse. Esto no quiere decir, por supuesto, que la percepción de inseguridad no haga parte de la seguridad ciudadana, ni que no deba ser una de las preocupaciones de las autoridades encargadas de la seguridad de una sociedad.

jueves, 16 de enero de 2014

Hablando de drogas (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna publicada el pasado 16 de enero de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

En el año 2011, en Colombia había unas 64.000 hectáreas cultivadas de hoja de coca, pero gracias a los enormes esfuerzos que realiza el Gobierno colombiano, su Fuerza Pública y la ayuda de Estados Unidos, en 2012 había unas 48.000 hectáreas, de acuerdo a cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Lastimosamente, esa reducción del 25% del principal cultivo ilícito del país no se vio representada ni en un aumento del precio de la cocaína en las ciudades (en efecto, en el mismo periodo se hizo 2,4% más barata), ni en una disminución del poder corruptor y violento de las organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico.

Más importante aún, el consumo se mantiene estable. Así, las variaciones en los últimos años de la prevalencia de consumo en la población adulta del mundo apenas si han sufrido cambios, y si lo han hecho, ha sido pequeños aumentos.

Un casi generalizado consenso se empieza a alcanzar a nivel mundial, la guerra contra las drogas, al menos como está planteada actualmente, se está perdiendo. Pero ¿se debe negociar su alternativa con las organizaciones narcotraficantes? ¿Será ese el mejor escenario para plantear la política colombiana respecto a un nuevo rumbo en la lucha contra las drogas?

No parece una buena idea y sin embargo, es el plan del gobierno colombiano para las próximas semanas, una vez retomadas las negociaciones con las Farc en La Habana y abordado el cuarto punto de la agenda: “solución al problema de las drogas ilícitas”.

¿Van a hablar de la despenalización del consumo? De hecho, el gobierno colombiano solo tiene margen de maniobra para despenalizar el consumo de la marihuana. Algo que no estaría de más, pero que tendría poco o ningún efecto sobre la famosa paz, mucho menos sobre la seguridad de los colombianos. En efecto, la marihuana local es un rubro marginal en las cuentas de los narcos, y aunque la legalización de la producción y venta podría ayudar en algo al problema de la inseguridad ciudadana, parece poco probable.

Por otro lado, si se llega a producir una desmovilización a gran escala de la Farc, las estructuras que han construido durante años para la producción y comercialización de drogas se mantendrán. Los problemas de fondo que llevaron a Colombia a ser el principal productor de cocaína todavía se mantienen, y además suman algunas innovaciones perversas, como la misma criminalización de varios frente guerrilleros, dedicados casi exclusivamente al lucrativo negocio de las drogas ilícitas.

El narcotráfico es demasiado lucrativo como para no representar una enorme tentación para los jefes guerrillero con dudas sobre la desmovilización. La columna móvil Teófilo Forero, por ejemplo, recibe unos 26 millones de dólares anuales en ganancias por el narcotráfico, según cálculos de InsightCrime.


Pero toda esta especulación choca con una realidad hasta ahora insalvable: las Farc no reconocen su papel protagónico en el negocio del narcotráfico, lo que impide desde un principio cualquier compromiso respecto a nada. Al final, el problema es que el cuarto punto de la mesa de negociación va a ser una discusión de excusas, un debate de sordos en el que no se terminará acordando nada de verdadera importancia.

HABLANDO DE DROGAS - El Colombiano


Un consenso se empieza a alcanzar a nivel mundial, la guerra contra las drogas, al menos como está planteada actualmente, se está perdiendo. Pero ¿se debe negociar su alternativa con las organizaciones narcotraficantes?
No parece una buena idea y sin embargo, es el plan del Gobierno colombiano para las próximas semanas, una vez retomadas las negociaciones con las Farc en La Habana y abordado el cuarto punto de la agenda: "solución al problema de las drogas ilícitas".