sábado, 28 de septiembre de 2013

La “renovación” política (versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna del 26 de septiembre de 2013 en 'Catalejo' del periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Sostener que la “política es dinámica” es una cínica justificación de los peores vicios de nuestros liderazgos: le produce una risa pícara a los politiqueros y un incomodo escozor a los idealistas. Y es que ya se mueven las fichas para las elecciones del 2014, recientemente, sobre todo, la de candidatos a Senado y Cámara de Representantes. Y regresan las bien conocidas desafecciones de millones con los trucos que nos reservan los políticos.

Se deben reír, cuando llaman "renovación" a lo que bien hiede a reencauche. A que nos presenten como novedad la tradición, a los mismos: porque incluso a los nuevos nombres los suele traicionar un conocido apellido. Y es que lo que muchos colombianos esperamos –superar esta democracia endogámica que es nuestro sistema político- no parece encontrarse en las listas de candidatos al Congreso del próximo año.

Nos encontramos con los mismos bigotes, entradas y canas, expresiones, ceños y mañas. No podemos caer de nuevo en ese tétrico lugar común de "mejor malo conocido que bueno por conocer...". Ese es un lujo que los colombianos no podemos darnos con nuestros políticos; no podemos permitirnos seguir encogiéndonos de hombros ante las urnas.

Porque ellos ya han recurrido a las pericias de siempre: las persecuciones y victimizaciones, al populismo y los cantos de sirena; todos contra todos, en el pantano político colombiano el último de píe llega al Congreso, incluso con el agua al cuello.

Los de siempre siguen en las mismas y los que cargaban con las esperanzas que muchos depositamos en ellos solo han entregado decepciones.

Bien decía la semana pasada Ricardo Silva en su columna que no tenemos la clase política que merecemos sino la que hemos permitido. En efecto, nuestros malos políticos se reproducen en ese ambiente de apatía y negligencia; en donde todo perjuicio se perdona y cualquier vicio se olvida.

Aun así, me gusta pensar que los últimos años han cambiado bastante la cultura política de la mayoría de los colombianos. Si, los vicios, la desidia y la irresponsabilidad continúan influenciando las decisiones políticas, pero se intuye algo de madurez y sano escepticismo en las personas.

En efecto, ciudadanos más cansones son mejores ciudadanos. Y esto se consigue a través de más y mejores fuentes de información, educación y la convicción necesaria –aunque difícil de alcanzar- que no son los males que merecemos, sino los que permitimos, los que condenan la esperada renovación política.


@santiagosilvaj

jueves, 19 de septiembre de 2013

Las esperanzas del Chocó y una viga de Trúntago (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada en 'Catalejo' del periódico El Colombiano el pasado 19 de septiembre de 2013.

El Trúntago es una de las clases más duras de Guayacanes y su madera ha sido muy preciada en el Pacífico, en donde hasta hace poco se utilizaba como viga central de las casas de los colonos. En efecto, cuando una familia se internaba en el monte buscando mejores tierras lo más importante del traslado era el tronco de Trúntago sobre el cuál construía su nueva casa.

De Trúntago, supongo, está hecho el potencial de Chocó, ha resistido años de saqueos, violencia y olvido, pero aún puede llegar a soportar un nuevo rumbo en el más pobre de los territorios colombianos.

Las últimas elecciones habían traído algo de esperanza al departamento. La elección de Luis Guillermo Murillo Urrutia como gobernador implicaba nuevas posibilidades para una región asolada por el olvido central y la pobreza, el desgobierno y la corrupción local. Pero Urrutia, aplicado estudiante, segundo mejor ICFES del país en 1984 y responsable de una muy buena carrera técnica, ya había sido electo y destituido en 1997 por cambiar la destinación de cinco millones de pesos del presupuesto cuando trabajaba en la Corporación Autónoma de Desarrollo Sostenible del Chocó, trasladando fondos destinados a saneamiento ambiental a la reparación de una escuela.

El pasado 9 de septiembre, siguiendo una decisión del Consejo de Estado, la Presidencia de la República destituyó por decreto al gobernador chocoano.

El departamento de Chocó enfrenta enormes desafíos de desarrollo. En efecto, el Índice de Desarrollo Humano para este departamento en 2010 fue de 0,731, poco más de una décima por debajo de los 0,840 puntos del promedio nacional, y muy inferior al mejor puntaje obtenido por Bogotá: 0,904.

En el año 2006, el Índice de Condiciones de Vida del DNP registró un puntaje de 54,91 para el departamento de Chocó, el más bajo en términos nacionales. Para comprender el preocupante lugar que ocupa esta región se debe comparar con el promedio nacional, y con el de la capital de la República; para el primero el puntaje es de 79,45, y para la segunda, de 89,78  (DNP, 2007). Es decir, Chocó se ubica 25 puntos por debajo del promedio nacional, y 35 puntos por debajo de Bogotá.

De otro lado, el Índice de Pobreza Multidimensional, calculado por el DNP, señala una incidencia del 85,79% para el Chocó, la más alta del país, que tiene un promedio del 49%. La desigualdad también afecta al departamento, con un Coeficiente Gini de 0,567 en 2011, superior al puntaje nacional, que se encuentra en los 0,559, de acuerdo a cifras del Banco Mundial.

Estos desafíos de desarrollo son el legado del sistemático aislamiento y la repetitiva irresponsabilidad política central y local. Chocó ha sido dejado a su suerte por el gobierno nacional, mientras sus élites locales se han dedicado a saquearlo impunemente.

Pero en ocasiones, en las señales más pequeñas de cambio se encuentran las más grandes esperanzas de solucionar viejos problemas. Desde hace algunas semanas, veintisiete chocoanos pertenecientes a organizaciones sociales o administración pública de su departamento estudian becados por la Corporación Manos Visibles la Maestría en Gobierno y Políticas Publicas de la Universidad EAFIT. La idea es que al fortalecer las capacidades individuales en gobernabilidad y gerencia de estos líderes, ellos dirijan los esfuerzos de desarrollo de su región.

Mejorar las capacidades técnicas de gobierno del departamento es una muy buena manera de empezar esa transformación que se merecen los chocoanos, aunque las iniciativas de fundaciones como Manos Visibles no pueden remplazar las responsabilidades de un Estado; Chocó necesita inversión en vías, servicios públicos y seguridad, exige que por fin sea tenido en cuenta por el gobierno de Bogotá.


Quizás así, entre esfuerzos privados y aspiraciones públicas, puede por fin levantarse Chocó sobre sus fuertes vigas de madera de Trúntago.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Ahuyentando el Apocalipsis político

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada en Catalejo del periódico El Colombiano el 12 de septiembre de 2013.

Por Santiago Silva Jaramillo

De acuerdo, eso me pasa por intentar otra vez confiar en los políticos. Por supuesto, la decepción estaba anunciada. Sin embargo, en mi defensa sostengo que esperaba que lo más sensato por parte de los principales actores de la política nacional en estos meses sería empezar a proponer y a discutir ideas, en fin, a hacer política de la buena.

Pero no, nuestros líderes tienen esa terca habilidad para decepcionarnos, para tomar las peores decisiones. Las últimas semanas hemos visto como el debate público es secuestrado por los profetas del Apocalipsis que se hacen llamar nuestros políticos. Es una verdadera lástima que en donde necesitamos propuestas, ideas, debates rigurosos y serios, solo se encuentren diatribas y advertencias del final de los tiempos para Colombia.

En efecto, no estamos a las puertas del “castrochavismo”, como tampoco nos estrangula la mano invisible de los Tratados de Libre Comercio. El descontento social, aunque real e importante, no nos llevará a una “Primavera colombiana” —por bueno o malo que esto pueda suponerse-, ni el hecho de que el presidente sea impopular implica que el entramado institucional del país se vendrá abajo.

Los políticos colombianos han subestimado tradicionalmente a los ciudadanos; han pensado que no saben reconocer una buena idea o un desempeño responsable en la arena pública. En Colombia, los políticos no han comprendido que ser juiciosos  bien puede ser más políticamente rentable que ser escandalosos; que proponer es mejor que decaer en cantos de sirena.

Parece que sus asesores han olvidado que los electores podrían preferir a un representante aburrido sobre uno entretenido y por eso todos salen a los medios, a la primera oportunidad, a señalar y vociferar, a acusar y profetizar. Sí, Colombia tiene enormes problemas, pero no se encuentra al borde del abismo y en eso se equivocan los políticos de ambas esquinas. Ni el país se caerá a pedazos, ni mucho menos, ellos son los redentores que pueden prevenirlo.


En fin, ojalá dejen el llamado al Apocalipsis. La buena política se hace con ideas, no con miedo. Ganar elecciones a punta fe terror resulta terriblemente dañino para la salud de nuestra democracia. Y ya es hora de que los colombianos, bombardeados por las profecías de políticos irresponsables y poco creativos, empecemos a demostrarles que no pueden seguir subestimándonos.

AHUYENTAR EL APOCALIPSIS POLÍTICO - El Colombiano

AHUYENTAR EL APOCALIPSIS POLÍTICO - El Colombiano

De acuerdo, eso me pasa por intentar confiar en los políticos otra vez. Por supuesto, la decepción estaba anunciada. Sin embargo, en mi defensa sostengo que esperaba que lo más sensato por parte de los principales actores de la política nacional en estos meses sería empezar a proponer y a discutir ideas, en fin, a hacer política de la buena.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Indignación selectiva (versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada en Catalejo del periódico El Colombiano, el 05 de septiembre de 2013.

Por Santiago Silva Jaramillo

La semana pasada los colombianos nos despertamos en un país en caos. Los campesinos, particularmente paperos de Boyacá y Nariño, cumplían días de bloqueos a las carreteras, estrangulando el flujo de alimentos a algunas ciudades capitales. En Medellín y Bogotá, un par de miles de personas salieron a las calles a expresar su apoyo al paro agrario y cumplir con el lugar común de las manifestaciones colombianas: lo que comenzó como una demostración pacífica degeneró pronto en enfrentamientos con la policía, saqueos y disturbios.

El presidente Santos y su gobierno, como ya le es costumbre, respondieron con inconsistencia, prometía medidas para el campo, pero culpaba a sus sucesores, reprimía las demostraciones, pero insistía en sentarse a negociar con los líderes campesinos.

Ahora bien, más allá de la ineptitud gubernamental para manejar crisis como esta o las acusaciones de infiltración guerrillera en las mismas, me preocupan dos asuntos sobre el paro nacional.

El primero, la irresponsable pereza con la que algunos han salido a señalar responsables por la crisis agrícola. Por un lado, está el gobierno, que encogiéndose de hombros, ha reunido una larga lista de responsable, ninguno de los cuales, convenientemente, tiene algo que ver con los funcionarios: desde las administraciones anteriores, hasta las Farc. En la otra esquina, los cantos de sirena de la izquierda, que no aprovecha ocasión para reciclar su caduco discurso: el senador Jorge Robledo, por ejemplo, se ha lanzado en una irresponsable diatriba contra los tratados de libre comercio recientemente firmados por el gobierno colombiano, cuyas desgravaciones, curiosamente, no han entrado en vigencia en su mayoría.

Numerosos análisis en las últimas semanas han señalado los enormes desafíos del campo colombiano. En un escenario de concentración de tierras, poca tecnificación, deficiencias en infraestructura, monopolios de insumos y transporte, y contrabando a gran escala, los tratados de libre comercio representan el menor de las preocupaciones agrícolas. En efecto, en un sector de alta concentración como el agro, son las grandes empresas -no los campesinos-los beneficiarios de subsidios y proteccionismo. Es más, podrían verse como una manera eficiente de “despertar” algunos sectores, aumentar la competencia de los monopolios colombianos y mejorar los precios de productos internamente.

Mi incomodidad viene, por supuesto, del hecho de que cuando las explicaciones para un problema público son perezosas y politizadas (y por esto me refiero a inscritas en la excesiva polarización), se reúnen los elementos para la construcción de políticas erradas.

El segundo, creo, es mucho más importante. Y es sobre la manera como los colombianos expresamos nuestra frustración política –por merecida que sea-. Empiezo por decir que un acto realmente revolucionario en este país sería respetar la ley, jugar según las reglas; porque tirar piedra es de cobardes, de conformistas. En efecto, la manera como degeneraron las manifestaciones en casi todo el país me generó sentimientos encontrados con el paro, porque aunque entiendo el descontento,  no estoy seguro si esta es la forma, si las cosas se arreglan saliendo a las calles, incluso pacíficamente.

El problema es que sufrimos de indignación selectiva, de inclinación vandálica y activismo apático. Los cambios no se logran dándole “me gusta” a una foto, por muchos campesinos “enruanados” que aparezcan en ella. Que las cacerolas aguanten hasta marzo y mayo de 2014, para ver si descontento nos ayuda a depurar esa camada de bandidos que solemos elegimos.

Protestamos y gritamos al cielo cuando no es tan importante, para luego bajar la cabeza en elecciones y  encogemos de hombros a la hora de ejercer control social efectivo. Ojalá el descontento nos durara hasta las elecciones, a ver si dejamos de votar por los de siempre.


@santiagosilvaj

jueves, 5 de septiembre de 2013

INDIGNACIÓN SELECTIVA_2 - El Colombiano

INDIGNACIÓN SELECTIVA_2 - El Colombiano

"La semana pasada los colombianos nos despertamos en un país en caos. Los campesinos, particularmente paperos de Boyacá y Nariño, cumplían días de bloqueos a las carreteras, estrangulando el flujo de alimentos a algunas ciudades capitales. En Medellín y Bogotá, miles de personas salieron a las calles a expresar su apoyo al paro agrario y cumplir con el lugar común de las manifestaciones colombianas: lo que comenzó como una demostración pacífica degeneró pronto en enfrentamientos con la policía, saqueos y disturbios".