jueves, 26 de diciembre de 2013

Más capitalismo (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 26 de diciembre de 2013 en Catalejo del periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

A mediados de los años ochenta, un conocido quiso montar una pizzería en la ciudad de Bucaramanga. El día en que inauguró el restaurante lo visitaron dos hombres, haciendo muchas preguntas sobre su negocio. Al final, le advirtieron: “Nosotros somos los pizzeros de la ciudad y usted no puede trabajar en este barrio, debe ir a donde le digamos, si no lo hace, somos capaces de obligar a que nadie le venda queso para sus pizzas”. En efecto, los personajes representaban a la pizzería más grande de Bucaramanga, mi conocido tuvo que resignarse a montar su negocio en un lugar poco atractivo de la ciudad, señalado por los dos hombres.

Esta es solo una anécdota de una tragedia vieja de la sociedad colombiana: la ausencia de capitalismo. Ya sé, ya sé, la palabra ha sido tan denigrado en los últimos años que casi parece un insulto. Pero no lo es. Todo lo contrario, es más capitalismo lo que necesita Colombia. Por supuesto, esto supone que en nuestro país no funciona un sistema económico realmente capitalista. Sino, más bien, una economía de rentistas, latifundios y monopolios. La competencia está coartada por la influencia política y sin ella, la innovación y la productividad son casi imposibles de incentivar ¿para qué mejorar un proceso industrial que reduciría los costos de producción de un producto cuando se puede, por mucho menos, comprar un congresista que mantenga privilegios y subsidios?

Por eso no sorprende la poca innovación que acompaña el desarrollo económico en el país: en los últimos veinte años, Colombia ha registrado menos de trescientas patentes en los últimos veinte años. En 2012 fueron 12 (Chile registró 37 y Brasil 196). Tampoco es extraño que Colombia ocupe el puesto 89 en el Índice de Libertad Económica de 2013.Colombia necesita más capitalismo, sus problemas de innovación y desigualdad no están explicados por el supuesto “neo-liberalismo” o exceso de capitalismo, más bien, por la histórica ausencia de reglas de juego claras, estables e igualitarias, y la consecuente ausencia de real competencia entre empresarios.

El capitalismo es un sistema de iniciativa individual libre, en el que las relaciones económicas y sociales se regulan por unas reglas claras de igualdad; en las que los hombres se comprometen como agentes libres, pero respetuosos en la búsqueda de su sustento. Está determinado por la competencia, por el ideal liberal de que los logros son un asunto de mérito, no de cuna, ni de influencia política.Aunque algunos se revuelquen en sus sillas, el Libre Comercio es una de las mejores maneras de incentivar un capitalismo real, porque incluso cuando lleva tiempo y puede llegar a ser un poco traumático para una sociedad, aumenta la competencia entre empresarios y las opciones entre consumidores. El proteccionismo mantiene los monopolios y beneficia a los rentistas.

Colombia necesita reformas reales y profundas que incentiven la competencia libre y garanticen una arena de acción igualitaria para el desarrollo económico. El país necesita más capitalismo, pero del verdadero capitalismo.


Tuit: Las vías colombianas son su mejor ejemplo de nuestros peores vicios: corrupción política, favoritismo sectorial y desidia estatal.

MÁS CAPITALISMO - El Colombiano

MÁS CAPITALISMO - El Colombiano

...Ya sé, ya sé, la palabra ha sido tan denigrado en los últimos años que casi parece un insulto. Pero no lo es. Todo lo contrario, es más capitalismo lo que necesita Colombia. Por supuesto, esto supone que en nuestro país no funciona un sistema económico realmente capitalista. Sino, más bien, una economía de rentistas, latifundios y monopolios. 

jueves, 19 de diciembre de 2013

Los horrores de la guerra (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada en Catalejo del periódico El Colombiano, el pasado 20 de diciembre de 2013.

Por Santiago Silva Jaramillo

En la madrugada del 13 de diciembre murió el cabo Wilson Alejandro Cortez Rubio en las puertas de la Cuarta Brigada en Medellín, abatido luego de enfrentarse a disparos con agentes de la Policía. El confuso hecho ya es motivo de investigación por parte de las autoridades, sin embargo, algunas explicaciones preliminares vinculan a su posible padecimiento de estrés postraumático, un trastorno nervioso común entre los combatientes.

Un caso similar se presentó el pasado 12 de junio de 2012, cuando el reservista del Ejército Javier Osorio López apuñaló a su siquiatra en el consultorio donde lo atendía. El soldado había prestado servicio hasta el año 2008, y dos años después ganó una tutela para recibir tratamiento psiquiátrico, el doctor Pedro Sánchez Gaviria llevaba una semana viéndolo cuando fue asesinado.

Son dos casos específicos de una realidad preocupante: entre los años 1990 y 2010, 4.207 miembros de la Fuerza Pública colombiana resultaron heridos por caer en campos minados; en la última década, unos 18.999 soldados han sido heridos en combate, 2.377 en el último año, según datos del Ministerio de Defensa.

Sin importar las reservas sobre el futuro y las perspectivas de la negociación en La Habana, si se logra un acuerdo entre las Farc y el Gobierno el país no solo tendrá que reintegrar a un par de miles de guerrilleros desmovilizados. También va a recibir a muchísimos soldados, marinos y policías de los 444.518 que prestan servicio actualmente.

Porque aunque el Gobierno haya desestimado en varias ocasiones que se vaya a reducir el pie de fuerza, lo más probable es que, frente a los desafíos que dejará un supuesto acuerdo en La Habana –esto es, bandas de crimen organizado dedicas al narcotráfico y la extorsión- la apuesta de seguridad pública será muy diferente a la actual en términos del capital humano utilizado.

Ahora bien, los analistas parecen obsesionados con la desmovilización de los guerrilleros, pero probablemente volverán a ser civiles muchísimos más miembros de las Fuerzas Armadas y es una obligación moral de la sociedad colombiana diseñar políticas que los acojan con trabajos de calidad, atención médica y psicológica enfocada en sus necesidades, acompañamiento social y capacitación en nuevos oficios.


Nuestros soldados y policías han hecho enormes sacrificios por ganar y conservar nuestra seguridad y les debemos que su regreso a la civilidad tenga todas las garantías que una sociedad agradecida puede ofrecer. En efecto, morir no es el peor destino que puede esperar a un soldado, el abandono y la traición de sus compatriotas son peores que cualquier muerte física.

LOS HORRORES DE LA GUERRA - El Colombiano

LOS HORRORES DE LA GUERRA - El Colombiano

En la madrugada del 13 de diciembre murió el cabo Wilson Alejandro Cortez Rubio en las puertas de la Cuarta Brigada en Medellín, abatido luego de enfrentarse a disparos con agentes de la Policía. El confuso hecho ya es motivo de investigación por parte de las autoridades, sin embargo, algunas explicaciones preliminares vinculan a su posible padecimiento de estrés postraumático, un trastorno nervioso común entre los combatientes.
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martes, 17 de diciembre de 2013

Ministro de Defensa duda del anunció de tregua de las Farc... - Entrevista en Teleantioquia Noticias

El pasado sábado 14 de diciembre me entrevistaron para una nota sobre el anuncio del cese al fuego de fin de año de las Farc. Acá pueden ver la entrevista.Y acá una columna en donde desarrollo bastante las ideas.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Combatiendo la nueva mafia (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada en Catalejo del periódico El Colombiano el pasado 12 de diciembre de 2013.

Por Santiago Silva Jaramillo

El pasado mes de octubre la ciudad de Medellín logro tener el mes con menos muertes violentas de sus últimos treinta años, según la misma alcaldía de la ciudad. El dato no es una sorpresa, o por lo menos no en tanto hace parte de una increíble tendencia de reducción de homicidios desde mediados de 2013.

Las autoridades, orgullosas, exponen sus operaciones y capturas como las responsables del logro. Pero muchos analistas y expertos levantan las cejas ante la versión oficial. En efecto, en las calles de Medellín –pero también en medios de comunicación como la Revista Semana- se habla sobre el célebre “pacto” entre las dos principales organizaciones criminales de la ciudad: “La Oficina de Envigado” y “Los Urabeños”.

Algunos de los detalles del acuerdo indican que Medellín se enfrenta, ante todo, a estructuras criminales que están asumiendo cada vez más, comportamientos de mafia moderna.

Esta nueva realidad enfrenta a las autoridades con retos para los que quizá no se encuentre preparada. Esta lógica de mafia que parece estarse popularizando en nuestro país –como en algunas zonas de los departamentos de Antioquia y Córdoba- responde a cambios profundos en las cabezas de las organizaciones criminales.

En primer lugar, han entendido que la violencia es un costo de operación y que, en la medida de lo posible, debe evitarse por el bien de la sostenibilidad y la rentabilidad de su negocio. También han comprendido que sus disputas se deben centrar en las rentas ilegales y en la capacidad de “legalizar” sus ganancias –el fin último del mafioso exitoso es hacer el tránsito de la ilegalidad a la legalidad con su fortuna intacta-. Y se han convencido que, la mejor manera de garantizar estas dos cosas no son las armas, sino la influencia política.

Pero a la hora de combatir un enemigo escurridizo y poderoso como este las autoridades deben combinar la eficacia de estrategias probadas con la flexibilidad de la disposición a innovar constantemente.

Ahora bien, el verdadero poder de las mafias reside entonces en su dinero y su influencia. Las estrategias inteligentes para combatirlas deben dirigirse a pelear contra sus billeteras y sus amigos. La fuente de su poder está en las rentas ilegales (todas, incluso las inesperadas) y sus espacios de cooptación y relacionamiento con políticos y autoridades.


De esta forma, las estrategias más violentas para enfrentar a las mafias, esto es, dar de baja cabecillas y capturar miembros de las estructuras solo logran reciclar los mandos y el “capital humano” criminal. Las nuevas estrategias de combate de la criminalidad deben concentrarse en mejorar las capacidades en inteligencia y los procesos de transparencia y control interno de las instituciones. Solo así podremos tener alguna esperanza de enfrentar con eficacia a esta nueva mutación de nuestro viejo problema de violencia.

jueves, 12 de diciembre de 2013

COMBATIENDO A LA NUEVA MAFIA - El Colombiano

COMBATIENDO A LA NUEVA MAFIA - El Colombiano

El pasado octubre la ciudad de Medellín logró tener el mes con menos muertes violentas de sus últimos treinta años, según cifras de la Alcaldía de la ciudad. El dato no es una sorpresa, o por lo menos no en tanto hace parte de una increíble tendencia de reducción de homicidios que viene desde mediados de 2013.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Responsabilidad y política (Versión extensa)


Esta es la versión extensa de mi columna publicada en Catalejo del periódico El Colombiano el pasado 05 de diciembre de 2013.

Por Santiago Silva Jaramillo

La semana pasada, LA FM dio a conocer una investigación sobre las ausencias repetidas y sistemáticas de los congresistas a las sesiones y las excusas médicas de dudosa procedencia que utilizaban para justificarse. El informe nos presentó desde once ausencias por parte de una congresista en menos de seis meses, hasta la extraña figura de las “licencias no remuneradas pagas”.

Pero estas muestras de irresponsabilidad desde el legislativo son claramente incentivadas desde el ejecutivo. Hace no tanto tiempo –aunque en el imparable ritmo de la atención pública parezca una eternidad- el presidente Juan Manuel Santos decidió decretar una prima de compensación a unos 2.000 funcionarios de mediano y alto nivel que compensaba unos ocho millones de pesos que un fallo del Corte Constitucional les había quitado. Los congresistas, por ejemplo, volvieron a ganarse los 24’054.000 de pesos mensuales (sin contar los auxilios y otros beneficios) a los que estaban tan bien acostumbrados.

Incluso si ignoráramos el, por lo menos, dudoso trabajo de muchos de nuestros congresistas, la suma de su salario nos da muchas pistas de nuestros mayores problemas sociales. Esos 24 millones de pesos mensuales es aproximadamente 42,3 veces el salario mínimo mensual en Colombia. Ahora bien, esta proporción –desigualdad le dirían en lugares serios- no es común a nivel internacional. En Estados Unidos, un congresista se gana 10 veces el salario mínimo de su país, mientras en Gran Bretaña un miembro de la Cámara de los Comunes se gana solo 5 veces el del suyo. En Ecuador, la proporción es a la mitad de la colombiana, sus parlamentarios se ganan 20 veces el salario mínimo que es, por otro lado, muy similar al nuestro.

Por supuesto que hay congresistas juiciosos –y no son pocos- pero la irresponsabilidad parece ser la única regla que respeta un grupo importante de nuestros parlamentarios.

En el fondo, el problema es asumir los cargos de elección pública como un privilegio y no como una responsabilidad, asumir que el voto es, al final, una validación de los excesos, una libreta de excusas inagotable para defender únicamente los intereses personales. La irresponsabilidad es el peor de los defectos que pueden tener los líderes políticos, saberse por encima de todos los demás, sin control, sin razones y libres para hacer y deshacer en tanto el esfuerzo les reporte un beneficio individual.


La inclinación de los gobiernos colombianos –todos, de eso pocos se salvan- a constituir su legitimidad política sobre las viejas redes clientelistas, tampoco ayuda. Es difícil combatir contra una “tradición” perversa como esa, pero es una lástima que nuestros políticos se aguanten con tanto esfuerzo las ganas de hacerlo.

RESPONSABILIDAD Y POLÍTICA - El Colombiano

RESPONSABILIDAD Y POLÍTICA - El Colombiano

La semana pasada, LA FM dio a conocer una investigación sobre las ausencias repetidas y sistemáticas de los congresistas a las sesiones, y las excusas médicas de dudosa procedencia que utilizaban para justificarse. El informe nos presentó desde once ausencias por parte de una congresista en menos de seis meses, hasta la extraña figura de las "licencias no remuneradas pagas" que se dan en el Congreso.