Esta es la versión extensa de mi columna, publicada en Catalejo del periódico El Colombiano el pasado 12 de diciembre de 2013.
Por Santiago
Silva Jaramillo
El pasado mes de
octubre la ciudad de Medellín logro tener el mes con menos muertes violentas de
sus últimos treinta años, según la misma alcaldía
de la ciudad. El dato no es una sorpresa, o por lo menos no en tanto hace
parte de una increíble tendencia de reducción de homicidios desde mediados de
2013.
Las autoridades,
orgullosas, exponen sus operaciones y capturas como las responsables del logro.
Pero muchos analistas y expertos levantan las cejas ante la versión oficial. En
efecto, en las calles de Medellín –pero también en medios de comunicación como
la Revista Semana- se habla sobre el célebre “pacto”
entre las dos principales organizaciones criminales de la ciudad: “La Oficina
de Envigado” y “Los Urabeños”.
Algunos de los
detalles del acuerdo indican que Medellín se enfrenta, ante todo, a estructuras
criminales que están asumiendo cada vez más, comportamientos de mafia moderna.
Esta nueva
realidad enfrenta a las autoridades con retos para los que quizá no se
encuentre preparada. Esta lógica de mafia que parece estarse popularizando en
nuestro país –como en algunas zonas de los departamentos de Antioquia y Córdoba-
responde a cambios profundos en las cabezas de las organizaciones criminales.
En primer lugar,
han entendido que la violencia es un costo de operación y que, en la medida de
lo posible, debe evitarse por el bien de la sostenibilidad y la rentabilidad de
su negocio. También han comprendido que sus disputas se deben centrar en las
rentas ilegales y en la capacidad de “legalizar” sus ganancias –el fin último
del mafioso exitoso es hacer el tránsito
de la ilegalidad a la legalidad con su fortuna intacta-. Y se han
convencido que, la mejor manera de garantizar estas dos cosas no son las armas,
sino la influencia política.
Pero a la hora
de combatir un enemigo escurridizo y poderoso como este las autoridades deben
combinar la eficacia de estrategias probadas con la flexibilidad de la
disposición a innovar constantemente.
Ahora bien, el
verdadero poder de las mafias reside entonces en su dinero y su influencia. Las
estrategias inteligentes para combatirlas deben dirigirse a pelear contra sus
billeteras y sus amigos. La fuente de su poder está en las rentas ilegales
(todas, incluso las inesperadas) y sus espacios de cooptación y relacionamiento
con políticos y autoridades.
De esta forma,
las estrategias más violentas para enfrentar a las mafias, esto es, dar
de baja cabecillas y capturar miembros de las estructuras solo logran
reciclar los mandos y el “capital humano” criminal. Las nuevas estrategias de
combate de la criminalidad deben concentrarse en mejorar las capacidades en inteligencia
y los procesos de transparencia y control interno de las instituciones. Solo
así podremos tener alguna esperanza de enfrentar con eficacia a esta nueva
mutación de nuestro viejo problema de violencia.
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