viernes, 26 de octubre de 2012

Peleando por el botín (Versión larga)

(Esta es la versión extensa de mi columna publicada en el periódico El Colombiano el 25 de octubre de 2012, incluye enlaces y el desarrollo de algunas ideas insinuadas en el texto original).
Por Santiago Silva Jaramillo
Si, podemos negociar la paz, podemos desmovilizar a la guerrilla (supongamos incluso que eso significará el fin de la violencia en el país, lo que es improbable) pero nuestro problema más grave, nuestra maldición más desastrosa es la corrupción. La pequeña, la de todos los días, la de los sobornos a funcionarios para conseguir servicios o evitar multas y la evasión de las obligaciones ciudadanas menores. Y la grande, la de los contratos públicos ganados con trampa e incumplidos y los desfalcos al erario, la de las amenazas y la violencia, la de los contratistas y los politiqueros.
Porque la corrupción del segundo tipo en nuestro país se ha convertido en bastión de bandidos, en una mafia tan peligrosa y evasiva como los grupos armados a los que tanto tememos. Estamos a merced de contratistas dedicados a conseguir contratos y ocasionalmente inclinados a cumplirlos. Expertos en querellas y demandas, en quedar mal y justificarse. Más políticos y abogados que ingenieros, más bandidos que empresarios. Y su botín es el Estado.
La corrupción afecta y condiciona cuestiones básicas de la vida política, las prácticas corruptas no solo empantanan la acción del Estado, sino su legitimidad como representante de los intereses colectivos. La corrupción particulariza la misión estatal y coopta y direcciona sus intervenciones hacia la defensa y promoción de los interés privados. Esto desestimula la participación ciudadana, mina la legitimidad estatal y alimenta las concepciones particularistas y tramposas de la vida social.
De esta forma, el Estado es entendido por las fuerzas políticas como un botín que se gana en las elecciones, el cual debe repartirse entre quienes los apoyaron (redes clientelares y aliados políticos). Este fenómeno implica ver a la corrupción como una amenaza para la estabilidad y la seguridad de un país, en tanto socava las instituciones y los valores democráticos, y afecta la ética, la justicia y el imperio de la ley.
La corrupción es entonces una fuente de deslegitimación y destrucción de la eficacia y eficiencia del Estado, corrompe la transparencia de procesos públicos y privados, afecta los intermediarios justos y transparentes de la economía, crea costos para la inversión y el desarrollo económico, y desestimula la participación de los ciudadanos en actividades políticas, comunitarias y sociales, muchas de la cuales, además, constituirían la mejor herramienta para combatir el problema. 
En palabras de Bertrand de Speville en su libro Superando la corrupción, “el mundo moderno ha llegado a darse cuenta de que los valores éticos, la integridad y el buen gobierno constituyen los cimientos de un Estado exitoso” (de Speville, 2011: 29). En Colombia nos hemos demorado en reconocer esta realidad, pero sobre todo en abordarla.
La inversión y el crecimiento económico del país es otro frente donde la corrupción crea cargas y desincentiva los avances. Según el Reporte Anual de Competitividad 2012 del Foro Económico Mundial, la principal dificultad para hacer negocios identificada por los empresarios del país es la corrupción. El 18% de los encuestados dieron esa respuesta, la más importante, sacándole unos 6 puntos al problema de la infraestructura, e incluso unos 10 al del crimen y la violencia.
Según la Encuesta de Probidad 2006, realizada por Transparencia por Colombia, el 84,4% de los empresarios no participa en procesos de contratación con el Estado porque considera que la competencia no es justa. De igual manera, un 31,74% de los empresarios afirma que durante un proceso de contratación con el Estado, los funcionarios públicos solicitan sobornos, mientras un 16,92% sostiene que es el empresario quien los ofrece.
Los resultados de la Encuesta muestran que el 28,4% de los empresarios colombianos fue víctima de algún tipo de solicitud de sobornos o favores a cambio de algún servicio por parte de un funcionario del Estado, mientras que solo el 8,52% de los involucrados denunció efectivamente el caso.
Según cálculos del mismo Gobierno Nacional, el pago de sobornos en los procesos licitatorios nos cuesta más de un billón de pesos anuales, reflejados en sobrecostos e incumplimientos en las obras. Por otro lado, Transparencia por Colombia estima que un promedio del 10% del gasto en contrataciones públicas se desperdicia en corrupción y soborno.
La semana pasada el gobierno presentó un proyecto de ley que reglamenta una norma del estatuto anticorrupción. La idea es que las empresas que paguen sobornos pierdan su personería jurídica.
Es un avance, aunque deja de lado la otra cara de la moneda. Si, la empresa que da sobornos es sancionada, pero el funcionario que los pide sigue en las mismas. No solo eso, “ponerle dientes” a una norma, como dicen los medios de comunicación, es un inicio, pero la efectividad en prevenir y castigar depende de muchas cosas además de lo fuerte de la pena.
Y esa es la otra lección que nos ha llevado tiempo, que se nos escapa con cada nueva legislación que se presenta en el Congreso, que la corrupción no solo se combate con castigos más duros, que es un asuntos cultural y social, que supone una respuesta integral del Estado en términos de transparencia y de la sociedad en acción colectiva y participación ciudadana. Que solo así, podremos deshacernos de ese enjambre de bandidos que saquean diariamente el dinero y la confianza de todos.

jueves, 25 de octubre de 2012

PELEANDO POR EL BOTÍN - El Colombiano

PELEANDO POR EL BOTÍN - El Colombiano

Sí, podemos negociar la paz, podemos desmovilizar a la guerrilla. Supongamos, incluso, que eso significaría el fin de la violencia en el país, lo que es improbable. Pero nuestro problema más grave, nuestra maldición más desastrosa, es la corrupción. La pequeña, la de todos los días, la de los sobornos a funcionarios para conseguir servicios o evitar multas. Y la grande, la de los contratos públicos ganados con trampa e incumplidos, y los desfalcos al erario; la de las amenazas y la violencia, la de los contratistas y los politiqueros.

viernes, 19 de octubre de 2012

Elecciones y debates (versión larga)

(Esta es la versión extensa de mi columna publicada en el periódico El Colombiano el 18 de octubre de 2012, incluye enlaces y el desarrollo de algunas ideas insinuadas en el texto original).

Por Santiago Silva Jaramillo
Existe algo de consenso en la Ciencia Política respecto a que los debates políticos tienen poco efecto sobre las decisiones finales de los votantes en una elección presidencial. En efecto, los debates se realizan cerrando las campañas y la nueva información (si es que la hay) no logra cambiar las posiciones iniciales de cada uno de los votantes. O por lo menos eso creíamos.

Los dos primeros debates presidenciales de la actual campaña estadounidense nos han recordado la importancia que para algunos votantes tiene el desempeño de sus candidatos durante estos enfrentamientos.
La campaña de Obama subestimó la importancia del primer debate, un error que intentaron evitar en el segundo encuentro. Barack Obama se preparó para el debate del martes desde el sábado pasado, concentrándose con sus colaboradores y asesores más cercanos en un hotel en Virginia. Las declaraciones de su equipo dejaron entrever su preocupación por su pobre desempeño en el primero de los tres debates programados.
Era una preocupación merecida. La campaña de Romney, que parecía estar hundiéndose entre las declaraciones desafortunadas del candidato republicano, aprovechó el empujón de su buen desempeño en el primer debate para remontar en las encuestas. El candidato republicano remontó en la intención de voto, también mejoró la recolección de dinero en donaciones, siendo septiembre, con 170 millones de dólares, el mejor mes de toda su campaña presidencial.
Las encuestas más recientes sugieren un empate en la intención de voto popular, con Romney en 47,4% y Obama en 47,3% para el 15 de octubre. Sin embargo,  la diferencia en los votos electorales (que son los que al final eligen al presidente estadounidense) sigue siendo sustancial, mientras el republicano tiene unos 180, el demócrata se llevaría 255. El mínimo para ganar la presidencia son 270.

El segundo debate se realizó en la Universidad de Hofstra de Nueva York el pasado martes 16 de octubre. Solo falta otro encuentro para las votaciones presidenciales del 6 de noviembre, primer martes del mes, fecha tradicional de las elecciones en Estados Unidos.
Los debates presidenciales parecen tener pocos efectos entre los seguidores fuertes de cada uno de los candidatos, sin embargo, entre los indecisos, el “momentum” ganado por eventos como una buena presentación en un debate puede llevar a tomar una decisión por un candidato. Esta parece ser la explicación más probable para la ligera ventaja que está sacándole Romney a Obama; el candidato republicano está llamando la atención de los votantes indecisos, poco informados y más volátiles a la hora de decidir su voto. 
Para la percepción de estos votantes indecisos es más importante que los medios repitan "Romney u Obama ganó el debate" que su propia opinión sobre el candidato.
A estas alturas de la campaña, los miembros más firmes de ambos partidos se pueden ver como “votantes fijos” con posiciones claras e afiliaciones consistentes, la verdadera pelea se está dando por los independientes, los indecisos y los abstencionistas.
El asunto es que en una campaña tan reñida, el más leve cambio en la intención de voto o lograr asegurarse una ventaja en alguno de los estados claves, puede darle la victoria a uno de los dos candidatos.
De esta manera, los debates, que pueden lograr que esa franja de indecisos se incline hacia un lado u otro se vuelven fundamentales para la campaña estadounidense. El tercer y último debate podría decidir quién será el próximo presidente de los Estados Unidos de América.

jueves, 18 de octubre de 2012

ELECCIONES Y DEBATES - El Colombiano

ELECCIONES Y DEBATES - El Colombiano

Existe algo de consenso en la Ciencia Política respecto a que los debates políticos tienen poco efecto sobre las decisiones finales de los votantes en una elección presidencial. En efecto, los debates se realizan cerrando las campañas y la nueva información (si es que la hay) no logra cambiar las posiciones iniciales de cada uno de los votantes. O por lo menos eso creíamos. 

viernes, 12 de octubre de 2012

La injusticia como ejemplo (Versión larga)

(Esta es la versión extensa de mi columna publicada en el periódico El Colombiano el 12 de octubre de 2012, incluye enlaces y el desarrollo de algunas ideas insinuadas en el texto original). 

Por Santiago Silva Jaramillo
La justicia en Colombia (esto es, la falta de ella) se ha convertido en otro de nuestros ejemplos perversos, de esas emulaciones peligrosas, que logra que la impunidad, las trampas y los engaños en el sistema judicial se haya convertido en otro justificador social de las violaciones de normas del día a día.
La injusticia convence a las personas de que la sociedad y quienes la conforman no están jugando limpio, llevándolos a desconfiar de los demás, del Estado y de las instituciones sobre las que se soportan las dinámicas sociales.
La justicia le rebajó en 19 años la condena a alias "el Cebollero" (El Colombiano, 03/10/2012)
La justicia colombiana enfrenta serios problemas de eficacia y eficiencia. Los datos recogidos por Sergio Clavijo para ANIF, desmienten la idea de que el problema de la rama judicial del país tenga que ver únicamente con los recursos a su disposición. En efecto, Colombia destinaba en 2010 el 3,3% de su PIB a la provisión de justicia, mientras Estados Unidos el 3,1%, Argentina el 2,5% y Chile el 2,4%. La cantidad de jueces y funcionarios asociadas a la rama (otra queja recurrente) es bastante similar en la mayoría de países de la región. Mientras Colombia cuenta con 10 jueces por cada 100.000 habitantes, Estados Unidos tiene 11, Chile 7, Argentina 2 y Perú 8.
Alias "Colas", presunto socio de "Sebastián", tendrá detención domiciliaria (El Colombiano, 04/10/2012)
La trampa, el engaño y la impunidad, esa percepción de que el resto de los miembros de la sociedad no juega por las reglas y se inclina por defraudar a los demás buscando su beneficio individual, o que la ley solo se aplica según el acusado, supone un ejemplo perverso para los ciudadanos. La injusticia, en tanto se convierte en una brecha entre expectativa y resultado, destruye la confianza de las personas y se convierte en una conveniente excusa para violar la ley y las normas.
Familia Dávila fue condenada a 20 y 22 meses de prisión por caso AIS (El Colombiano, 04/10/2012)
La percepción de injusticia mina la confianza de la gente en sus conciudadanos e instituciones. Los convence que solo defraudando pueden lograr sus objetivos y que, al llegar a esa misma conclusión, el resto de la sociedad apunta a defraudarlos también a ellos.
De esta manera, sin una justicia eficaz y eficiente, transparente y confiable, esa inclinación perversa a justificar la violación de la ley a la sombra de la injusticia general seguirá sobre la suerte de todos los colombianos.

jueves, 11 de octubre de 2012

LA INJUSTICIA COMO EJEMPLO - El Colombiano

LA INJUSTICIA COMO EJEMPLO - El Colombiano

La justicia en Colombia (esto es, la falta de ella) se ha convertido en otro de nuestros ejemplos perversos, de esas emulaciones peligrosas que logra que la impunidad, las trampas y los engaños en el sistema judicial se hayan convertido en otro justificador social de las violaciones de normas del día a día.

lunes, 8 de octubre de 2012

Autobiografía

Hace unas semanas, en la Universidad EAFIT, el escritor Antioqueño Hector Abád Faciolince participó de un taller de escritura en donde los participantes eran escogidos luego de presentar un relato o un poema y una autobiografía en forma narrativa. No llegué al corte final, pero del fracaso me quedó mi autobiografía narrativa, que les comparto a continuación:


Autobiografía

Por Santiago Silva Jaramillo

Soy politólogo de la Universidad EAFIT. Leer novelas históricas me indujo a escribir mis propios relatos, cortos y torpes, pero terriblemente gratificantes. Los han publicado en un par de periódicos universitarios y en un libro de recopilación de una pequeña editorial española. Años de concursar en las convocatorias de mi Universidad me llevaron a un sufrido tercer puesto en el último año en que las normas me permitían participar. También escribo una columna en El Colombiano desde principios de este año, ganada a pulso con mucha paciencia y no menos persistencia.

La lista no se hace mucho más larga. Quizá por eso y por el mismo género que me encanta, es mi obsesión por el pasado.

Hace unos años mi papá me contó como un viejo familiar de la familia Vanegas (soy Santiago Silva Jaramillo Vanegas Vallejo), un tío Pedro, un viejo cura al parecer algo desocupado, había iniciado la tediosa tarea de construir la genealogía del apellido y rastrear los orígenes de nuestra ascendencia. Durante semanas, contaba mi papá, el tío cura llegaba a todas las reuniones familiares con nuevos hallazgos. Que tal abuelo había peleado en la Guerra de los Mil Días, que tal tatarabuela le había gustado escribir poesía, que otro tatarabuelo había llevado el primer carro a un perdido pueblo en el sur del Huila en dónde vivía. Sin embargo, a pocos meses de iniciadas sus indagaciones, el tío cura desistió de continuar. En otra de las acostumbradas reuniones familiares le preguntaron el por qué. El viejo respondió: “Revolver el pasado es peligroso; dejé de hurgar porque en esas cosas uno siempre termina encontrándose con una ‘tataraputa’”.

Intenté retomar el ejercicio del tío cura hace unos años, ignorando por supuesto su advertencia. La frustración de conseguir la información me impidió profundizar, más que el miedo a encontrar parentela indeseada. Logré sin embargo conocer algunas cosas sobre los inicios de los apellidos, la genealogía más clásica de mi ascendencia, en un intento infantil por rodear mi nombre de las glorias ajenas.

Silva por ejemplo, parece provenir de un gobernador militar de la Lusitania romana en tiempo de Nerón. Silvio se llamaba el romano y su descendencia pobló buena parte de la península Ibérica. Jaramillo proviene de Asturias y aunque se emparentó con la realeza española, el rumor es que hace referencia a una vieja banda de ladrones de caballos. Vanegas proviene de un cortesano de la corte de Carlos V de origen Flamenco, cuyo apellido era Van der Gast. Sus descendientes cruzaron el Atlántico y las américas hicieron el resto. Vallejo es de Vizcaya, poco o nada más se sabe de su origen exacto, aunque como todos los demás, hace alarde de parentela aristocrática y llena de personajes ilustres.

Lo que inició como un esfuerzo infantil por darle algo de historia a lo que por demás podría ser una historia insipiente, pronto degeneró en una cruzada arribista por atribuir logros ajenos a la lista en blanco propia. Pero está bien, supongo que saber que provengo de políticos, militares, ladrones, comerciantes y aristócratas tiene algún mérito.

domingo, 7 de octubre de 2012

Sus peores enemigos (Versión larga)

(Esta es la versión extensa de mi columna publicada en el periódico El Colombiano el 4 de octubre de 2012, incluye enlaces y el desarrollo de algunas ideas insinuadas en el texto original). 


Por Santiago Silva Jaramillo
El pasado 30 de septiembre se realizaron las consultas internas de los partidos Verde, Polo Democrático Alternativo y MIRA para escoger delegados a sus congresos nacionales y comités temáticos.  El costo de la consulta fue de unos 36 mil millones de pesos, con unos 500 mil votos registrados y menos de esa cifra de votantes (las personas podían votar en más de una de las consultas), según datos de la Registraduría. Se instalaron 12.907 mesas en 4.931 puestos de votación a nivel nacional. En Antioquia votaron unas 30 mil personas. El proceso es valioso, pero los recursos utilizados fueron a  todas luces desperdiciados.
Empiezo por aclarar que estoy convencido que la democracia es cara. Y que requiere de recursos e inversiones para garantizar su funcionamiento, particularmente a la hora de promover la participación de los ciudadanos.
No podemos pretender regirnos por un sistema político que debe y se consagra a la participación ciudadana y luego renegar cada vez que tenemos que invertirle recursos. Sin embargo, la torpeza no puede constituirse en la única rectora de la política colombiana.
Porque lo más irónico de estas consultas es que fueron pensadas para fortalecer a los desprestigiados partidos políticos, pero su fallida ejecución ha logrado todo lo contrario. En efecto, la opinión de la mayoría de los colombianos respecto a estas consultas parece haber empeorado aún más la percepción negativa de los partidos entre los ciudadanos.
La preocupación tiene que ser real, según la encuesta bimestral de Gallup el 73% de los colombianos tienen una imagen desfavorable de los partidos políticos a junio de 2012. Durante los últimos 5 años esta tendencia se ha mantenido, el desprestigio de los partidos en Colombia ha sido una constante en época reciente. De igual manera, el 71% de los encuestados no se consideran miembros de ningún partido político.
De alguna manera, es entendible la apuesta que hacían los partidos con estas consultas: ganar legitimidad ante los ojos de sus miembros, mientras a la vez avanzaban en la sofisticación de sus mecanismos de transparencia. Es decir, que los rangos internos llegaran a sus cargos con el apoyo y soporte de las personas y no moviéndose dentro de las “roscas” internas del partido. Un propósito loable, pero con una ejecución bastante torpe.
Los tres partidos pidieron a la Registraduría imprimir 7,600.000 tarjetones, de los que no se utilizaron ni el diez por ciento. Los sobrantes, como lo dicta la ley, fueron destruidos en los mismos puestos de votación. La decisión de hacer la consulta no fue unánime en todos los partidos, disidencias se opusieron, particularmente al conocer los recursos que costarían. Pero aislarse por completo habría significado perder la representación dentro de sus organizaciones.
Aunque al final, mirando el asunto en perspectiva lo peor no fue el excesivo gasto, sino las consecuencias de una acción democrática de este tamaño fallida. El peor daño al sistema político colombiano fue la profundización del desprestigio de los partidos y del escepticismo frente a los procesos de participación.
Es claro que hay que fortalecer los partidos políticos. El escepticismo de las personas frente a las organizaciones políticas colombianas está bien ganado, ante la inconsistencia, el clientelismo, la poca representación, la pobre organización de los partidos pequeños y el excesivo centralismo de las decisiones.
Una democracia sin partidos sólidos, representativos y responsables es una “democracia” de caudillos y cada vez menos una democracia. El buen funcionamiento de un sistema democrático exige partidos políticos fuertes para articular los intereses de los diferentes grupos que integran una sociedad moderna. Pero los partidos políticos y sus dirigentes nos demuestran con cada decisión que ellos son sus propios peores enemigos.

jueves, 4 de octubre de 2012

SUS PEORES ENEMIGOS - El Colombiano

SUS PEORES ENEMIGOS - El Colombiano

El pasado 30 de septiembre se realizaron las consultas internas de los partidos Verde, Polo Democrático Alternativo y Mira para escoger delegados a sus congresos nacionales y comités temáticos. El costo de la consulta fue de unos 36 mil millones de pesos, con unos 500 mil votos registrados y menos de esa cifra de votantes (las personas podían votar en más de una de las consultas), según datos de la Registraduría. 

lunes, 1 de octubre de 2012

Coca, petróleo, oro y balas (Versión larga)



(Esta es la versión extensa de mi columna publicada en el periódico El Colombiano el 2 de agosto de 2012, incluye enlaces y el desarrollo de algunas ideas insinuadas en el texto original). 

Por Santiago Silva Jaramillo

El pasado miércoles 25 de julio la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC) presentó su informe anual sobre cultivos ilícitos y producción de droga en Colombia. El informe detalla el comportamiento de los cultivos, sobre todo, su distribución geográfico.

Y esto es importante porque nos señala los retos futuros de la guerra colombiana contra el narcotráfico y el crimen organizado. 

Existe una relación clarísima entre el aumento de la violencia y de cultivos de coca en varias regiones del país. El narcotráfico, como bien conocemos, es también fuente de inestabilidad estatal, degeneración social y económica, deslegitimación de las instituciones y padrino de otras actividades ilegales.

Según el informe, la tendencia de reducción de cultivos se detuvo por primera vez desde 2007, esto a causa del aumento de los cultivos en Nariño, Putumayo, Guaviare, Cauca y Norte de Santander. La violencia que en los últimos meses ha desestabilizado estas regiones no es una coincidencia, mayor presencia cocalera desemboca inevitablemente en un deterioro del orden público.


Fuente: UNODC “Colombia. Censo de cultivos de coca 2011”. Junio de 2012.

Una primer hipótesis para este aumento puede verse en la disminución de la ayuda estadounidense en la lucha contra las drogas (este año se contrajo en más del 20%), unos recursos difíciles de conseguir en el corto plazo dentro del presupuesto de defensa nacional.

El informe también sugiere un cambio en las economías ilegales que atraen a los mafiosos. La minería ilegal en Antioquia es el mejor ejemplo. Muchos narcotraficantes han cambiado el negocio de las drogas al del oro en los últimos dos años. EL COLOMBIANO señalaba en una nota del 30 de julio que la reducción de algo más del 50% de los cultivos de coca en Antioquia de 2010 a 2011 se ha dado por este tránsito entre negocios ilícitos.

Mejor dicho, que la acción del Estado no está eliminando las economías ilegales del departamento, las estructuras ilegales solo están diversificando sus actividades.

Lo anterior también es cierto para la explotación petrolera. Colombia ha casi duplicado su producción en la última década, acercándose cada vez más al millón de barriles diarios. Sin embargo, los grupos criminales han estado atentos a la tendencia de los hidrocarburos y sus acciones en contra de la infraestructura física y la extorción a contratistas y empleados de las petroleras ha aumentado exponencialmente.

De acuerdo al Centro de Seguridad y Democracia el secuestro ha aumentado de 158 casos en 2009 a 229 en 2011. Los atentados a la infraestructura económica han pasado de 233 en 2010 a 308 en 2011 y el sabotaje de la infraestructura petrolera se ha triplicado desde 2009. 

Por supuesto, el aumento del interés de los grupos criminales en estas zonas del país implica mayor violencia y afectaciones al sistema electoral. En efecto, la guerracontra lasguerrillas se ha concentrado en las zonas de frontera (Arauca, Norte de Santander, Putumayo y Nariño) y en viejos bastiones como el Sur de Bolívar y Cauca.

De igual manera, según la MOE, los departamentos y municipios con mayor riesgo electoral en las elecciones locales de 2011 pertenecían a las zonas de frontera o a regiones de interés para narcotraficantes, guerrilleros o bandas criminales por su petróleo, oro o coca. 

Cinco conclusiones pueden delinearse de todo este panorama. La primera es que las bandas criminales funcionan con una lógica económica tan dinámica como cualquier otra empresa y que sus intereses pueden variar con rapidez, dejando grandes esfuerzos de las autoridades en la basura. 

Por otro lado, la guerrilla se comporta cada vez más según sus rentas del narcotráfico y la extorsión, la mayoría de sus acciones recientes han sido dirigidas a proteger o promover estos intereses económicos. 

También, que cualquier parpadeo en la acción estatal puede significar un recrudecimiento de la violencia en el país; los criminales son rápidos, adaptables y tienen un olfato muy ajustado para recoger nuevas tendencias nacionales. 

De igual forma, las actividades ilegales se entrecruzan y relacionan unas con otras, la lucha contra la ilegalidad y la informalidad económica debe ser frontal e integral, incluir aspectos represivos, pero también desarrollo e institucionalidad. 

Y finalmente, que es la debilidad de nuestro gobierno central, del Estado en su conjunto, lo que ha llevado a que las zonas marginadas, lejanas y olvidadas de la geografía se conviertan en bastión de bandidos; un fortalecimiento institucional transversal debe ser la respuesta en las regiones del territorio nacional en dónde nunca o esporádicamente, ha existido un Estado colombiano.