lunes, 8 de octubre de 2012

Autobiografía

Hace unas semanas, en la Universidad EAFIT, el escritor Antioqueño Hector Abád Faciolince participó de un taller de escritura en donde los participantes eran escogidos luego de presentar un relato o un poema y una autobiografía en forma narrativa. No llegué al corte final, pero del fracaso me quedó mi autobiografía narrativa, que les comparto a continuación:


Autobiografía

Por Santiago Silva Jaramillo

Soy politólogo de la Universidad EAFIT. Leer novelas históricas me indujo a escribir mis propios relatos, cortos y torpes, pero terriblemente gratificantes. Los han publicado en un par de periódicos universitarios y en un libro de recopilación de una pequeña editorial española. Años de concursar en las convocatorias de mi Universidad me llevaron a un sufrido tercer puesto en el último año en que las normas me permitían participar. También escribo una columna en El Colombiano desde principios de este año, ganada a pulso con mucha paciencia y no menos persistencia.

La lista no se hace mucho más larga. Quizá por eso y por el mismo género que me encanta, es mi obsesión por el pasado.

Hace unos años mi papá me contó como un viejo familiar de la familia Vanegas (soy Santiago Silva Jaramillo Vanegas Vallejo), un tío Pedro, un viejo cura al parecer algo desocupado, había iniciado la tediosa tarea de construir la genealogía del apellido y rastrear los orígenes de nuestra ascendencia. Durante semanas, contaba mi papá, el tío cura llegaba a todas las reuniones familiares con nuevos hallazgos. Que tal abuelo había peleado en la Guerra de los Mil Días, que tal tatarabuela le había gustado escribir poesía, que otro tatarabuelo había llevado el primer carro a un perdido pueblo en el sur del Huila en dónde vivía. Sin embargo, a pocos meses de iniciadas sus indagaciones, el tío cura desistió de continuar. En otra de las acostumbradas reuniones familiares le preguntaron el por qué. El viejo respondió: “Revolver el pasado es peligroso; dejé de hurgar porque en esas cosas uno siempre termina encontrándose con una ‘tataraputa’”.

Intenté retomar el ejercicio del tío cura hace unos años, ignorando por supuesto su advertencia. La frustración de conseguir la información me impidió profundizar, más que el miedo a encontrar parentela indeseada. Logré sin embargo conocer algunas cosas sobre los inicios de los apellidos, la genealogía más clásica de mi ascendencia, en un intento infantil por rodear mi nombre de las glorias ajenas.

Silva por ejemplo, parece provenir de un gobernador militar de la Lusitania romana en tiempo de Nerón. Silvio se llamaba el romano y su descendencia pobló buena parte de la península Ibérica. Jaramillo proviene de Asturias y aunque se emparentó con la realeza española, el rumor es que hace referencia a una vieja banda de ladrones de caballos. Vanegas proviene de un cortesano de la corte de Carlos V de origen Flamenco, cuyo apellido era Van der Gast. Sus descendientes cruzaron el Atlántico y las américas hicieron el resto. Vallejo es de Vizcaya, poco o nada más se sabe de su origen exacto, aunque como todos los demás, hace alarde de parentela aristocrática y llena de personajes ilustres.

Lo que inició como un esfuerzo infantil por darle algo de historia a lo que por demás podría ser una historia insipiente, pronto degeneró en una cruzada arribista por atribuir logros ajenos a la lista en blanco propia. Pero está bien, supongo que saber que provengo de políticos, militares, ladrones, comerciantes y aristócratas tiene algún mérito.

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