Hace unas semanas, en la Universidad EAFIT, el escritor Antioqueño Hector Abád Faciolince participó de un taller de escritura en donde los participantes eran escogidos luego de presentar un relato o un poema y una autobiografía en forma narrativa. No llegué al corte final, pero del fracaso me quedó mi autobiografía narrativa, que les comparto a continuación:
Autobiografía
Por Santiago Silva Jaramillo
Soy politólogo de la Universidad EAFIT. Leer
novelas históricas me indujo a escribir mis propios relatos, cortos y torpes,
pero terriblemente gratificantes. Los han publicado en un par de periódicos
universitarios y en un libro de recopilación de una pequeña editorial española.
Años de concursar en las convocatorias de mi Universidad me llevaron a un
sufrido tercer puesto en el último año en que las normas me permitían
participar. También escribo una columna en El Colombiano desde principios de
este año, ganada a pulso con mucha paciencia y no menos persistencia.
La lista no se hace mucho más larga. Quizá por
eso y por el mismo género que me encanta, es mi obsesión por el pasado.
Hace unos años mi
papá me contó como un viejo familiar de la familia Vanegas (soy Santiago Silva
Jaramillo Vanegas Vallejo), un tío Pedro, un viejo cura al parecer algo
desocupado, había iniciado la tediosa tarea de construir la genealogía del
apellido y rastrear los orígenes de nuestra ascendencia. Durante semanas,
contaba mi papá, el tío cura llegaba a todas las reuniones familiares con
nuevos hallazgos. Que tal abuelo había peleado en la Guerra de los Mil Días,
que tal tatarabuela le había gustado escribir poesía, que otro tatarabuelo
había llevado el primer carro a un perdido pueblo en el sur del Huila en dónde
vivía. Sin embargo, a pocos meses de iniciadas sus indagaciones, el tío cura
desistió de continuar. En otra de las acostumbradas reuniones familiares le
preguntaron el por qué. El viejo respondió: “Revolver el pasado es peligroso;
dejé de hurgar porque en esas cosas uno siempre termina encontrándose con una
‘tataraputa’”.
Intenté retomar el
ejercicio del tío cura hace unos años, ignorando por supuesto su advertencia.
La frustración de conseguir la información me impidió profundizar, más que el
miedo a encontrar parentela indeseada. Logré sin embargo conocer algunas cosas
sobre los inicios de los apellidos, la genealogía más clásica de mi
ascendencia, en un intento infantil por rodear mi nombre de las glorias ajenas.
Silva por ejemplo,
parece provenir de un gobernador militar de la Lusitania romana en tiempo de
Nerón. Silvio se llamaba el romano y su descendencia pobló buena parte de la
península Ibérica. Jaramillo proviene de Asturias y aunque se emparentó con la
realeza española, el rumor es que hace referencia a una vieja banda de ladrones
de caballos. Vanegas proviene de un cortesano de la corte de Carlos V de origen
Flamenco, cuyo apellido era Van der Gast. Sus descendientes cruzaron el
Atlántico y las américas hicieron el resto. Vallejo es de Vizcaya, poco o nada
más se sabe de su origen exacto, aunque como todos los demás, hace alarde de
parentela aristocrática y llena de personajes ilustres.
Lo que inició como
un esfuerzo infantil por darle algo de historia a lo que por demás podría ser
una historia insipiente, pronto degeneró en una cruzada arribista por atribuir
logros ajenos a la lista en blanco propia. Pero está bien, supongo que saber
que provengo de políticos, militares, ladrones, comerciantes y aristócratas
tiene algún mérito.
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