domingo, 7 de octubre de 2012

Sus peores enemigos (Versión larga)

(Esta es la versión extensa de mi columna publicada en el periódico El Colombiano el 4 de octubre de 2012, incluye enlaces y el desarrollo de algunas ideas insinuadas en el texto original). 


Por Santiago Silva Jaramillo
El pasado 30 de septiembre se realizaron las consultas internas de los partidos Verde, Polo Democrático Alternativo y MIRA para escoger delegados a sus congresos nacionales y comités temáticos.  El costo de la consulta fue de unos 36 mil millones de pesos, con unos 500 mil votos registrados y menos de esa cifra de votantes (las personas podían votar en más de una de las consultas), según datos de la Registraduría. Se instalaron 12.907 mesas en 4.931 puestos de votación a nivel nacional. En Antioquia votaron unas 30 mil personas. El proceso es valioso, pero los recursos utilizados fueron a  todas luces desperdiciados.
Empiezo por aclarar que estoy convencido que la democracia es cara. Y que requiere de recursos e inversiones para garantizar su funcionamiento, particularmente a la hora de promover la participación de los ciudadanos.
No podemos pretender regirnos por un sistema político que debe y se consagra a la participación ciudadana y luego renegar cada vez que tenemos que invertirle recursos. Sin embargo, la torpeza no puede constituirse en la única rectora de la política colombiana.
Porque lo más irónico de estas consultas es que fueron pensadas para fortalecer a los desprestigiados partidos políticos, pero su fallida ejecución ha logrado todo lo contrario. En efecto, la opinión de la mayoría de los colombianos respecto a estas consultas parece haber empeorado aún más la percepción negativa de los partidos entre los ciudadanos.
La preocupación tiene que ser real, según la encuesta bimestral de Gallup el 73% de los colombianos tienen una imagen desfavorable de los partidos políticos a junio de 2012. Durante los últimos 5 años esta tendencia se ha mantenido, el desprestigio de los partidos en Colombia ha sido una constante en época reciente. De igual manera, el 71% de los encuestados no se consideran miembros de ningún partido político.
De alguna manera, es entendible la apuesta que hacían los partidos con estas consultas: ganar legitimidad ante los ojos de sus miembros, mientras a la vez avanzaban en la sofisticación de sus mecanismos de transparencia. Es decir, que los rangos internos llegaran a sus cargos con el apoyo y soporte de las personas y no moviéndose dentro de las “roscas” internas del partido. Un propósito loable, pero con una ejecución bastante torpe.
Los tres partidos pidieron a la Registraduría imprimir 7,600.000 tarjetones, de los que no se utilizaron ni el diez por ciento. Los sobrantes, como lo dicta la ley, fueron destruidos en los mismos puestos de votación. La decisión de hacer la consulta no fue unánime en todos los partidos, disidencias se opusieron, particularmente al conocer los recursos que costarían. Pero aislarse por completo habría significado perder la representación dentro de sus organizaciones.
Aunque al final, mirando el asunto en perspectiva lo peor no fue el excesivo gasto, sino las consecuencias de una acción democrática de este tamaño fallida. El peor daño al sistema político colombiano fue la profundización del desprestigio de los partidos y del escepticismo frente a los procesos de participación.
Es claro que hay que fortalecer los partidos políticos. El escepticismo de las personas frente a las organizaciones políticas colombianas está bien ganado, ante la inconsistencia, el clientelismo, la poca representación, la pobre organización de los partidos pequeños y el excesivo centralismo de las decisiones.
Una democracia sin partidos sólidos, representativos y responsables es una “democracia” de caudillos y cada vez menos una democracia. El buen funcionamiento de un sistema democrático exige partidos políticos fuertes para articular los intereses de los diferentes grupos que integran una sociedad moderna. Pero los partidos políticos y sus dirigentes nos demuestran con cada decisión que ellos son sus propios peores enemigos.

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