Esta es la versión extensa de mi
columna del 27 de junio de 2013 en 'Catalejo' del periódico El Colombiano.
Por Santiago Silva Jaramillo
La semana pasada tuve la
oportunidad de hablar con algunos jóvenes políticos en Medellín. La
conversación llegó inevitablemente a las próximas elecciones y lo que escuché
fue una determinación grande por servir, pero también la frustrante resignación
a lo difícil de competir contra una clase política cooptada por los mismos de
siempre.
Estamos entonces en una
democracia endogámica; es decir, una democracia de dinastías, delfines y familismos;
clientelas y favoritismos; alcahuetas y nepotismos. En la que la política es un
asunto de algunas familias u organizaciones –mafias, las llamarían en lugares
serios- que se ocupan de ganar y mantener el poder sin ninguna repulsión por
pasar por encima de todo; verdaderas empresas con una vocación por la sinergia
anti ética.
La mejor
prueba
de todo esto que escribo está en que, como van las cosas, podríamos tener una
carrera presidencial en la que los principales candidatos son dos primos
hermanos. Eso hiede a republiqueta tropical y nos recuerda que en nuestra
política es demasiado común que las decisiones se terminen tomando entre los
mismos de siempre.
Pero como dijo el presidente del
senado, el señor Roy Barreras, con una involuntaria ironía en una reciente
entrevista, la política nacional es el reflejo de la sociedad colombiana en su
conjunto, pero también –o especialmente- de la política regional y local.
Porque todos sabemos de las familias, esas verdaderas dinastías de poder, que
han gobernado las ciudades y los pueblos del país por décadas.
Sin embargo, a diferencia de la
opinión de algunos, particularmente en la izquierda, que dicen que el relevo no
ha ocurrido porque los políticos convencionales no dejan, yo creo que el relevo
no se ha dado porque los que deben
hacerlo no han querido. Mejor dicho, que esto es más un asunto de apatía que de
captura, que el problema es de pura participación, no de activa exclusión.
Se ha convertido en un horrendo
lugar común los llamados a que los jóvenes asuman la renovación política que
tanta falta le hace al país. Pero que sea cliché no le quita verdad e
importancia.
Hace rato ha pasado la hora de
que alguien empiece a quitarle esos monopolios políticos a los de siempre. Aun
así, confío en que la renovación no solo es necesaria, sino posible y que, con
algo de suerte y valentía, algunas nuevas caras podrían asumir esta
responsabilidad próximamente. Por nuestro bien, espero no equivocarme.