Por Santiago Silva Jaramillo
“Violento duelo a bala hubo en el recinto de la Cámara” tituló el
periódico El Tiempo del 28 de agosto de 1942 su nota principal en portada.
El representante por Bolívar, Efraín Delvalle, había convocado a sesión para denunciar las supuestas
irregularidades en la contratación de la Secretaría General de la corporación,
presuntamente utilizadas para pagar servicios electorales. Desde su casa, su
suplente Carlos Arturo Pareja lo escuchaba por la radio; pero sintiéndose
aludido por las acusaciones de Delvalle, Pareja se presentó en la Cámara poco
después de concluido el debate.
Según los testigos, los dos hombres intercambiaron algunas palabras
y de improviso, Pareja le propinó un fuerte puñetazo a Delvalle en el rostro,
el representante cayó sobre una de las sillas del recinto con la nariz rota, se
levantó rápidamente y extrajo su revolver. Pareja no le dio espera y sacó de su
bolsillo trasero una pistola. Ambos congresistas se emparapetaron detrás de las
curules, cual trincheras.
Ya el pánico recorría el hemiciclo de la Cámara de Representantes y
la mayoría de sus miembros huían del lugar, pero unos quince representantes
quedaron atrapados en el inesperado campo de batalla. Entonces se oyeron
disparos; en la confusión fue difícil determinar quién había sido el primero en
abrir fuego, aunque el consenso posterior culpaba a Delvalle. El corresponsal
legislativo de El Tiempo, quién relata su experiencia en medio de la balacera,
sostiene que fueron unos cinco disparos.
Así, entre las astillas de los pupitres que volaban por los aires,
una bala hirió al representante por Cundinamarca Manuel Castro en el brazo.
Pronto, el arma de Delvalle se encasquilló y el representante se levantó
señalando a su contendor el problema. Pareja se contuvo también, dando por
terminado el poco honroso duelo.
La policía desarmó entonces a los representantes. La confusión se
apoderó del reciento, mientras los demás legisladores regresaban a la Cámara y
en la gradas se discutía si a Delvalle y Pareja los cobijaba la inmunidad
parlamentaria. La comisión de justicia que debía decidir sobre ellos no
funcionaba ese año por la inasistencia de sus miembros, por lo que se
constituyó una a toda carrera con algunos de los representantes presentes.
Castro, todavía quejándose por la herida y terriblemente pálido,
había decidido a esa altura no presentar una denuncia contra los duelistas. Al
final del día, los encargados del aseo del Congreso recogieron casquillos,
arreglaban pupitres agujeradas y dejaban todo a punto para recibir a los
honorables congresistas en el recinto de la democracia colombiana.
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