Esta es la versión extensa de mi columna del 20 de junio de 2013 en Catalejo del periódico El Colombiano.
Por Santiago Silva Jaramillo
Las fichas políticas para las
elecciones presidenciales de 2014 en Colombia se siguen moviendo; alianzas,
contra alianzas, rumores y peleas, todo augurando una carrera mediocre, con
candidatos a medio hacer y un presidente que buscará reelegirse ante la falta
de nadie
mejor. Pero a pesar de lo que digan los escépticos, ir preparando el voto
en blanco es una opción democráticamente válida.
Santos no ha sido un buen
presidente (como jura Gabriel Silva Luján, la única persona realmente “santista”
del país), y aunque tampoco ha sido el desastre apocalíptico que dicen los
uribistas más acérrimos, no merece
ser reelegido. En primer lugar, porque desaprovechó un momento crucial de la
historia del país para realizar reformas modernizadoras urgentes y las que
intentó hacer (ley de víctimas y tierras,
por ejemplo) mostraron ejecutorias que son, en el mejor de los casos,
mediocres.
En segundo lugar, su carácter blando
y sus decisiones improvisadas nos mostraron a un presidente obsesionado por las
encuestas y que suele coquetear con el populismo cuando los resultados de
Gallup se lo sugieren. En efecto, en donde algunos veían actuar la supuesta
mente estratégica de jugador de póker del presidente, muchos solo hemos visto
indecisión y disparos en la oscuridad; riesgos innecesarios y seguridades
ficticias.
Sin embargo, los candidatos que
se perfilan para competir actualmente tampoco parecen representar alternativas
realmente positivas a los cuatro años de gobierno de Santos.
El uribismo se encuentra perdido
en la indecisión respecto a sus precandidatos; el mismo ex presidente Uribe,
tan bueno escogiendo sucesores que luego se le “voltean”, parece excesivamente
indeciso respecto a quién será el ungido del Centro Democrático. Mientras
tanto, sus candidatos patalean entre gritos para llamar la atención y anónimas
campañas que no despegan.
Y la decepción rodea a las otras
“alternativas” también; los que gritaban que eran diferentes ahora son iguales,
o peores, porque se esfuerzan demasiado en mantener la pátina de su hipocresía.
En efecto, el Polo nunca se recuperó del saqueo que los Moreno le hicieron a
Bogotá, mientras la disidencia de izquierda de Progresistas se comprometía con
otra alcaldía fallida de un político que nunca debió administrar nada más
grande que una oficina en el Congreso. Y los Verdes ahí, entre peleas de
personas inocuos que solo parecen ser el preludio de su pérdida de la
personería jurídica.
Quienes afirman que votar en
blanco es botar el voto confunden la democracia de un sistema de decisiones
ciudadanas soberanas con uno de elección de soberanos. El voto en blanco es más
poderoso que el voto por un color o un personaje precisamente porque más que
una balota más, es un mensaje: "ninguno de estos candidatos se merece mi
derecho, ni se gana mi apoyo".
Unas semanas atrás defendía al “político
aburrido” y escribía en esta columna
que estaba “convencido del valor de la seriedad y la prudencia como asuntos
cardinales en la política responsable”. Lo sigo haciendo, y la única foto de lo
que será el tarjetón de 2014 que por ahora parece reunir estas características
es la que está en blanco.
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