Por Santiago Silva Jaramillo
Nos hemos acostumbrado a pensar
que nuestros líderes son hombres que superan la media; inteligentes,
cuidadosos, calculadores, incluso eficientemente pícaros en algunos casos. Sin
embargo, un examen detenido de la mayoría de las decisiones políticas importantes
nos deja entrever a seres humanos de carne y hueso, susceptibles a confundirse,
utilizar información incompleta, en esencia, a errar.
Tengo por regla general creer más
en la torpeza de la gente que en sus capacidades increíbles de influir las
circunstancias. Y suele pasar que las cosas se mueven por la fuerza de la
confusión y no de la iluminación de las mentes de las personas.
Así pues, la mayoría de las
personas (pero sobre todo nuestros líderes) se ven diariamente a merced de todo
lo que pasa a su alrededor y no conocen o no pueden controlar. Un líder no es
un inspector de seguridad; es un bombero, le es casi imposible prevenir incendios,
su medida se da en tanto es capaz de apagarlos o controlarlos.
En realidad, lo que al final
separa a un buen líder de uno malo no es su capacidad extraordinaria de
predecir el futuro o influenciar las circunstancias, sino la de asumir sus
errores o enfrentar las dificultades que le trae el azar. En efecto, es su carácter,
no su inteligencia sobrehumana, lo que lo hace valioso.
Por eso resulta tan
desconcertante el desempeño del presidente Juan Manuel Santos en los últimos
meses. Pues las dificultades que le han aparecido a su gobierno (algunas por
azar, otras predecibles) han sido atendidas de una manera frustrantemente incompetente.
Y esto no solo ha sido perjudicial para su gobierno y popularidad, sino que ha
tenido consecuencias funestas para el futuro de Colombia.
Es el caso de la pérdida de una
porción importante del mar caribe por el reciente fallo de la Corte
Internacional de Justicia de La Haya. En realidad, la decisión no fue culpa de
Santos, sino un acumulado de varios gobiernos anteriores y un funesto error
inicial en el 2001, pero el comportamiento del gobierno en las últimas semanas
ha planteado serias dudas sobre el carácter del presidente.
Santos parece empecinado en que
lo veamos como un líder tibio, demasiado preocupado por lo que dicen las
encuestas un día y al siguiente, obsesionado sobre su legado para el futuro. Su
inconsistencia se ha convertido en marca personal; pero cuando se abusa de la
capacidad para cambiar se peca por blando, no por versátil.
Y eso es nuestro presidente,
blando y por eso no asume sus errores y no maneja las crisis; no es un buen
líder y es una lástima que sea el nuestro.