Esta es la versión extensa de mi columna del 15 de agosto de 2013 en Catelejo del periódico El Colombiano.
Por Santiago Silva Jaramillo
El crimen no solo florece en la ausencia
del Estado, se nutre de ella. El crimen es falta de orden, el fracaso de
las autoridades y la sociedad de presentar un frente común y coordinado que sea
capaz de vencer a los competidores ilegales del Estado y controlar las rentas
ilegales que alimentan su existencia.
Los criminales nacen y se reproducen en la
ausencia de orden, en el caos.
Desde hace unas pocas semanas, Medellín
vive bajo la “Pax bacrim”, los “urabeños” y la “oficina de Envigado” han
pactado para evitar enfrentamientos. Su acuerdo ha implicado una reducción en
los homicidios en el Área Metropolitana (según el
SISC, en julio de 2013 se presentaron 58 homicidios en Medellín, una reducción
del 44,8% respecto al mismo es del año pasado).
Esto, por supuesto, no implica una mejoría
en la seguridad de la ciudad, más bien, la repartición del control de rentas
ilegales y territorios. Esto es, la institucionalización de hegemonías
criminales.
El gobierno local se encuentra entonces en
una difícil situación ¿Qué hacer? ¿Romper la tregua? ¿Rechazarla solamente?
¿Acomodarse a la nueva realidad?
Es un problema perverso, una situación en
extremo compleja que me ha recordado de una entrevista que en 2010 “O Globo TV”
le hizo a alias “Marcola”, un jefe criminal de las favelas de Sao Paulo en
Brasil, mientras cumplía su condena en la cárcel.
“Marcola”, cínico e inteligente, lúcido y
terrorífico, habla con un agente
del caos, como ese Guasón que nos puso los pelos de punta en la película
“El Caballero de la Noche” del director Christopher Nolan. Empieza refutando la
categorización que le da el entrevistador, “no”, dice, “yo soy más que un
criminal, soy una señal de estos tiempos”.
Luego introduce el elemento del miedo,
sí, ese motor de la tiranía
de los barrios de Medellín. Marcola sostiene que ellos (¡los criminales!) no
tienen miedo de morir mientras “nosotros” estamos muertos del pavor. Ellos, por
supuesto, no tienen nada que perder, la muerte se ha convertido en una dosis
diaria a la que no solo se han acostumbrado, han aprendido a vivir de ella.
Entonces le preguntan por su vida en la
cárcel, le insinúan las consecuencias de enfrentarse al Estado. Marcola se ríe,
él controla su cárcel, él mantiene su celda como un hotel; el asunto no es de
dureza de la pena, ni siquiera de eficacia de los jueces: los millones de
dólares del narcotráfico lo pueden todo, incluso una reclusión de cinco
estrellas.
Los criminales se adaptan y acomodan con
una rapidez que envidiarían las empresas privadas legales. Son enormemente
agiles en comparación al lento y burocrático Estado democrático moderno.
“Ustedes tienen la manía del humanista,
nosotros somos crueles y despiadados” continúa Marcola. Nos enfrentamos a algo
que no entendemos, que tememos y que cambia demasiados rápido, responde a sus
propias dinámicas. Por eso no sabemos que hacer con la tregua; por eso no
sabremos ni aprovecharla ni enfrentarla, pasará y nos veremos desconcertados y
frustrados por su desenlace.
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