viernes, 16 de agosto de 2013

La frustración de los condenados (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna del 15 de agosto de 2013 en Catelejo del periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

El crimen no solo florece en la ausencia del Estado, se nutre de ella. El crimen es falta de orden, el fracaso de las autoridades y la sociedad de presentar un frente común y coordinado que sea capaz de vencer a los competidores ilegales del Estado y controlar las rentas ilegales que alimentan su existencia.
Los criminales nacen y se reproducen en la ausencia de orden, en el caos.

Desde hace unas pocas semanas, Medellín vive bajo la “Pax bacrim”, los “urabeños” y la “oficina de Envigado” han pactado para evitar enfrentamientos. Su acuerdo ha implicado una reducción en los homicidios en el Área Metropolitana (según el SISC, en julio de 2013 se presentaron 58 homicidios en Medellín, una reducción del 44,8% respecto al mismo es del año pasado).

Esto, por supuesto, no implica una mejoría en la seguridad de la ciudad, más bien, la repartición del control de rentas ilegales y territorios. Esto es, la institucionalización de hegemonías criminales.

El gobierno local se encuentra entonces en una difícil situación ¿Qué hacer? ¿Romper la tregua? ¿Rechazarla solamente? ¿Acomodarse a la nueva realidad?

Es un problema perverso, una situación en extremo compleja que me ha recordado de una entrevista que en 2010 “O Globo TV” le hizo a alias “Marcola”, un jefe criminal de las favelas de Sao Paulo en Brasil, mientras cumplía su condena en la cárcel.

“Marcola”, cínico e inteligente, lúcido y terrorífico, habla con un agente del caos, como ese Guasón que nos puso los pelos de punta en la película “El Caballero de la Noche” del director Christopher Nolan. Empieza refutando la categorización que le da el entrevistador, “no”, dice, “yo soy más que un criminal, soy una señal de estos tiempos”.

Luego introduce el elemento del miedo, sí, ese motor de la tiranía de los barrios de Medellín. Marcola sostiene que ellos (¡los criminales!) no tienen miedo de morir mientras “nosotros” estamos muertos del pavor. Ellos, por supuesto, no tienen nada que perder, la muerte se ha convertido en una dosis diaria a la que no solo se han acostumbrado, han aprendido a vivir de ella.

Entonces le preguntan por su vida en la cárcel, le insinúan las consecuencias de enfrentarse al Estado. Marcola se ríe, él controla su cárcel, él mantiene su celda como un hotel; el asunto no es de dureza de la pena, ni siquiera de eficacia de los jueces: los millones de dólares del narcotráfico lo pueden todo, incluso una reclusión de cinco estrellas.

Los criminales se adaptan y acomodan con una rapidez que envidiarían las empresas privadas legales. Son enormemente agiles en comparación al lento y burocrático Estado democrático moderno.

“Ustedes tienen la manía del humanista, nosotros somos crueles y despiadados” continúa Marcola. Nos enfrentamos a algo que no entendemos, que tememos y que cambia demasiados rápido, responde a sus propias dinámicas. Por eso no sabemos que hacer con la tregua; por eso no sabremos ni aprovecharla ni enfrentarla, pasará y nos veremos desconcertados y frustrados por su desenlace.


Y es que al final, y como concluye en tono tenebrosamente burlón el mismo Marcola cuando le preguntan por una solución al problema del crimen organizado, responde, citando a Dante: “Perded toda esperanza. Estamos todos en el infierno”.

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