Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 20 de febrero de 2014 en el periódico El Colombiano.
Por Santiago
Silva Jaramillo
De nuevo,
nuestros políticos nos enfrentan a una disyuntiva falsa, a escoger entre dos
opciones: “la válida o el desastre”, entre el blanco y el negro ¿lo único que
une a estas dos propuestas? El miedo, ese viejo enemigo
que sigue regresando en cada periodo electoral.
Los analistas
hablan de polarización política en nuestro país y los medios les hacen eco,
pero ¿qué tipo de polarización está viviendo el sistema político colombiano? No
hay una gran discusión de ideas, ni una profunda división sobre el modelo social
o económico, solo una rencilla sobre quién ostenta el poder, sobre quién debe o
no estar al mando.
Incluso hay algo
de acuerdo en la utilización de una vieja y despreciable estrategia política:
generar miedo. En efecto, los dos mayores actores políticos en contienda se han
decidido por llenar de temor a los electores, aunque sea con diferentes
escenarios, respecto a lo que “pasaría con el país” si gana el contrario.
Gritar que viene
el desastre es una estrategia eficaz para conseguir votos, pero injusta con los
colombianos. No puede ser que los cantos de sirena sea lo único que alimenta el
debate: “que si votan por uno le están abriendo la puerta al castro-chavismo”, o que si votan por el
otro, “le están cerrando la puerta a la paz”.
La realidad es
que ninguna parece una perspectiva realista; Colombia, con sus desenfrenos y
excesos, sus lentitudes tropicales y ausencias históricas, no parece estar al
borde del abismo: ni el que se encuentra a la derecha, que denuncian los de
izquierda, ni el que está a la izquierda, que denuncian los de derecha.
Ahora bien, ¿por
qué digo que nuestro país no se encuentra cerca al abismo? Por un lado, porque
por más terrible que sea ver lo que pasa en estos momentos (y ha pasado durante
los últimos quince años) en Venezuela e imaginar que el siguiente en la lista,
supuestamente, sería Colombia, las verdaderas perspectivas del triunfo de un
proyecto socialista de corte autoritario en el país son muy lejanas.
A los
colombianos nos gusta ser pesimistas y subestimarnos (es un deporte nacional),
pero la fortaleza institucional, la tradición democrática y la responsabilidad
ciudadana de Colombia son suficientes por el momento para prevenir este escenario.
Y por otro lado,
nadie tiene el monopolio de la paz; no solo no pueden pretenderlo, la realidad
ha mostrado que cada nuevo presidente y Congreso pueden, en efecto, abordar el
tema. No solo eso, la verdad, el país se encuentra inmerso en transformaciones
tan profundas, que la baja intensidad de nuestro conflicto armado parece
hacerlo perder cada vez más relevancia en la agenda política nacional.
Dejemos que los
argumentos vuelvan a la discusión política, que la campaña electoral vuelva a
concentrarse en ideas y no en temores. Hay candidatos que vale la pena
escuchar, y que han sido silenciados por las vociferaciones de sus jefes o
cabezas de lista. Que los dejen hablar, proponer, pelearse esos votos por
méritos en sus propuestas y no por lo fuerte que sean sus gritos o lo bien que
apelan al miedo colectivo.
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