Esta es la versión extensa de mi
columna, publicada el pasado 13 de febrero de 2014 en el periódico El
Colombiano.
Por Santiago Silva Jaramillo
En las últimas semanas, temerosos
por lo que ven crecer en las redes sociales y puntear en las encuestas
nacionales, muchos de los viejos políticos han empezado su tradicional campaña
de época electoral en contra del voto en blanco.
Los rumores sobre engaños y conspiraciones de lado y lado, buscan crear ese
miedo que tantas otras veces ha determinado injustamente nuestras decisiones
electorales.
La mediocridad de nuestros
políticos se explica en nuestra alcahuetería electoral. “Que hay que votar por
éste, porque el otro es más malo y de pronto gana…”, sostienen, con el cinismo
de los resignados. Pero si esa es la lógica del ejercicio de un derecho
ciudadano como el voto ¿vale la pena siquiera ejercerlo?
Algunos analistas han intentado
minimizar la disposición de aproximadamente el 30% de los electores colombianos
de votar en blanco, diciendo que son un grupo de indecisos que se volcarán a
algún candidato en el último momento. Pero existe una diferencia sustancial,
que no se puede ignorar, entre no saber por quién votar y querer votar en
blanco. Lo que se cuece para las próximas elecciones no es fruto de la
indecisión, sino del rechazo ciudadano a nuestra actual parrilla de
politiqueros, mediocres y corruptos.
En efecto, la intención de voto
blanco actual constituye un hito en las elecciones colombianas y resulta
esperanzador respecto a las perspectivas de la cultura política de nuestro
país.
Ahora bien, el voto en blanco ni
se le suma al primero, ni se lo pagan a nadie. El voto en blanco solo se cuenta
por el voto en blanco (es decir, el rechazo de los demás candidatos), por ese
siempre buen candidato que es nuestra protesta contra los políticos. Tampoco se
lo reponen como votos a nadie; detrás de los votos en la casilla en blanco del
tarjetón electoral no hay ningún negocio.
Uno de los mitos más comunes es
decir que detrás del voto en blanco hay intereses económicos. En efecto, los
ciudadanos pueden conformar comités promotores del voto en blanco, pero estos
comités solo reciben reposición de votos si la gente vota por la casilla que se
le crea a cada uno de ellos en el tarjetón. Si usted vota por la última
casilla, la del voto en blanco, nadie puede reclamar ni un peso.
El voto en blanco es un símbolo.
Si, que gane sería un mensaje poderoso, aunque pueda ser poco probable. Sin
embargo, tenemos que entender que su naturaleza no busca transformaciones
inmediatas, sino hacer saber a los políticos, sus partidos y movimientos que no
merecen nuestro voto. Que, al final, somos capaces de encontrar nuestra
dignidad.
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