Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 10 de abril de 2014 en el periódico El Colombiano.
Por Santiago Silva Jaramillo
El hurto es el principal delito
que afecta la percepción de seguridad de las personas. Las consecuencias
sociales del homicidio, la extorsión, el desplazamiento forzado o la
desaparición son mayores, pero en la agenda ciudadana prevalece la posibilidad
del atraco, el robo o el raponazo.
Y lo es porque es el delito más igualitario,
el que nos toca a todos. Los más ricos y los más pobres sufren por igual del
robo o atraco
callejero, sobre todo, en tanto el objeto más robado es precisamente el que
casi todo colombiano tiene: el celular (en efecto, y de acuerdo a datos del
Banco Mundial, en Colombia hay más celulares que personas). Y de acuerdo a
cifras de la Policía Nacional, el celular es el objeto más hurtado en el país;
un enorme mercado ilegal se nutre de lo que los ladrones les arrebatan a los
transeúntes en las calles.
Así, el delito más común en las
ciudades colombianas es el atraco o raponazo. En efecto, el 71% de las victimizaciones
en Medellín responden al hurto a personas. En Manizales el 85%, en Ibagué el
63% y en Bogotá el 77%, de acuerdo a cifras de la Red de Ciudades Cómo Vamos.
En efecto, el hurto se ha
convertido en el principal delito que afecta la seguridad ciudadana de los
colombianos. De acuerdo a la Alta Consejería para la Convivencia y la Seguridad
Ciudadana, de los 18,5% de colombianos que fueron víctimas de un delito o de
violencia en 2013, el 11,4% fue por hurto personal.
En Medellín, por ejemplo, el hecho
de que la mayoría de los robos
se concentren en el Centro da cuenta de lo que hablo. La comuna 10 es el punto de
encuentro de muchos ciudadanos, de la administración pública, de algunas de las
empresas más grandes, y reúne las diligencias, compras y preocupaciones de casi
toda la ciudad. Allí pululan los ladrones, y ningún visitante, por precavido
que crea ser, está a salvo.
¿Qué hacer?
Primero, incentivar la denuncia.
En efecto, solo el 22,6% de los colombianos que son atracados denuncian el
hecho, en parte porque los montos de los robos son generalmente bajos, pero
también porque desconfían de la celeridad y transparencia de las autoridades.
Por otro lado, el PNUD recomienda
políticas de contención de los mercados ilegales en los cuales se mueven los
bienes robados. Así, más que la persecución de los pequeños ladrones, las
medidas deben dirigirse a desincentivar los grandes mercados negros que
dinamizan y determinan la persistencia de los robos. Ubicar las plazas de
comercialización o contrabando de estos bienes, e intervenirlos
pertinentemente, resulta fundamental.
De igual forma, atacar a los
grupos delincuenciales que se dedican a este delito y las organizaciones
criminales encargadas del comercio ilegal de bienes robados. Pero
desarticularlas, aunque necesario, no es solución al problema; la prevención de
este delito implica intervenciones integrales de personas en riesgo para evitar
su vinculación temprana grupos delincuenciales.
Finalmente, comunicar estas
medidas y los posibles resultados. La percepción es una construcción de
imaginarios sobre una situación. Es una sensación, y como tal, pasa por
convencer a las personas que, en efecto, no tienen nada que temer.
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