viernes, 4 de abril de 2014

Hay que oponerse a la constituyente de las Farc (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna publicada el pasado 03 de abril de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

La propuesta de una nueva asamblea constituyente es inconveniente por dos razones. Primero, porque representa una exigencia ridícula por parte sea una organización criminal sin ninguna legitimidad política. Segundo, porque cambiar nuestra constitución cada veinte años no soluciona nuestros problemas políticos y profundiza ese vicio legalista tan colombiano de creer que todo se soluciona acumulando o haciendo nuevas leyes.

Primero.

Es inconcebible que la propuesta de las Farc tuviera resonancia. Ni oídos merecen, ahora menos, que el Gobierno Nacional lo considere una opción merecedora de reflexión. El rechazo debió sin implacable, como un reflejo. Ante la ausencia de esta posición, la actitud “prudente” del gobierno debe recibirse con profunda sospecha. Los colombianos no podemos permitir que los violentos sigan dándose ínfulas de estadistas y nuestros dirigentes, de sus mandaderos.

La famosa "balota por la paz" no es sino una manipulación barata del electorado colombiano, pegada del "goodwill" del concepto, para otorgar puntos políticos a la reelección del presidente Santos. Y que su promotora sea Piedad Córdoba solo genera una inocente sospecha: ayuda a la certeza de que alrededor de todo este cuento de la asamblea constituyente nos espera una enorme trampa.

Segundo.

La revista The Economist señalaba cómo las constituciones en los países europeos duraban unos 77 años en promedio, mientras en América Latina apenas si llegaban a un promedio de 16.5 años. Es un vicio común de sistemas políticos poco maduros: asumir que nuevas leyes solucionan problemas de fondo.

Y digo esto porque otros dos personajes que han salido a pedir nuevas constituyentes: Gustavo Petro y Álvaro Uribe. Sus orillas son opuestas pero sus pretensiones no. En efecto, ambos pretenden cambiar las reglas de juego para volver a entrar al juego político desde una posición ventajosa.

El entramado legal no es sino eso, un marco de acción en el que los actores sociales escogen (o no) moverse. Sus estrategias, sin embargo, responder a su deseo de cuidar sus intereses y no al de seguir las normas. Al menos, no en tanto son solamente normas.

Ahora bien, cambiar la Constitución por las ambiciones personales de algunas figuras públicas no solo es inconveniente para la política de nuestro país, crea una inestabilidad en todo el sistema que solo puede traer consecuencias negativas en el largo plazo.

Al final.


Tenemos que recordar que no todo tiene que dejarse en una mesa de negociación, que no todo vale para alcanzar la paz, que nuestras reglas de juego –con sus fallas, con sus vacíos, con sus excesos-, son nuestras, han sido establecidas democráticamente, y ningún actor armado o político ambicioso puede extorsionarnos para cambiarlas en su propio beneficio.

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