viernes, 18 de abril de 2014

Populismo y politiquería punitiva (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el pasado 17 de abril de 2014 en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

El pasado jueves 10 de abril, el Gobierno Nacional y la Policía, encabezado por un presidente Santos de ceño fruncido y tono vociferante, dio inicio a la destrucción de las casas en las que han funcionado expendios de droga. Unas 92 casas han sido señaladas en todo el país para la demolición, y los bulldozer ya han empezado la melodramática labor de echar al suelo las antiguas “ollas” de vicio.

La apuesta, aunque torpe, es muy clara: destruir físicamente el espacio donde funciona la distribución menudeada de droga en las ciudades, buscando evitar que se sigan utilizando para este fin.

Demoler las casas donde se vendía droga es la mejor expresión de "vender el sofá" que nos ha dado Colombia en los últimos años. El micro tráfico no se ve afectado, sino tangencialmente, por esta medida, que parece más una excusa para la politiquería de un candidato haciendo agua, que parte de un esfuerzo serio contra la venta de drogas ilegales en las calles colombianas.

De hecho, cualquier coyuntura que gane suficiente tracción en los medios llama, como a los buitres, a los legisladores y politiqueros colombianos. Los recientes ataques con ácido –que no han sido los únicos, el problema es bastante viejo-, y que aunque trágicos y absolutamente censurables, no constituyen la epidemia de degeneración social que algunos alarmistas denuncian.

La candidata conservadora a la presidencia, Martha Lucía Ramírez, en un arranque de arribismo y populismo punitivo, propuso la semana pasada que se castigue con “prisión perpetua” a violadores y personas que agreden a otras con ácido. El Movimiento Mira también aprovechó la coyuntura para retomar una iniciativa para endurecer las penas.

Pero ¿pueden penas mayores prevenir este tipo de delitos?

De acuerdo a lo reportado hasta el momento, los ataques con ácido en Colombia son, ante todo, crímenes pasionales. Penas más duras para estos delitos bien pueden constituir un castigo merecido o sacar de las calles a un personaje peligroso, pero resulta poco probable que disuadan a un futuro atacante de agredir a su víctima.

El caso es que algunos políticos se están aprovechando de un contexto de rentabilidad política, con un tema que logró inscribirse en la agenda mediática y, poco a poco, logra meterse en la agenda institucional, impulsada por la ambición de los politiqueros y la presión sobre los funcionarios.

Así, terminamos con leyes y políticas coyunturales, seguimos pretendiendo que las leyes nos salvarán, que legislar, además de un deporte nacional, puede cambiar realmente los profundos problemas de país.

Peor aún, legislar al ritmo de la distraída y paranoica agenda mediática no solo es dañino –y se presta para populismo y politiquería- sino que puede llevar a que se construyan soluciones simplistas y tontas para problemas que son reales y que merecen, como todos, de una discusión social amplia y juiciosa, no del tire y afloje de las pretensiones electorales de los políticos.


Pie de página: la arepa en la valla de campaña de Santos en la avenida Las Vegas en Medellín es tan ridícula, que por poco ni siquiera resulta ofensiva.

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