jueves, 17 de octubre de 2013

Innovación criminal (Versión extensa)

Esta es la versión extensa de mi columna, publicada el 17 de octubre de 2013 en Catalejo del periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Cambiante como siempre, la violencia en Colombia se sigue aprovechando de los viejos vicios para encontrar nuevos espacios e innovar en sus formas de sobrevivir, expandirse y fortalecerse. Ese tirano del que varias veces he hablado en esta columna, el miedo y la arbitrariedad de quienes lo utilizan como arma; la fuente del poder de los bandidos que someten a diario las calles de las ciudades y pueblos de nuestro país.

La primera señal de esta mutación es la ausencia completa de cualquier residuo ideológico; a las nuevas bandas poco les importan los fines políticos, aunque tengan una necesidad de cooptar los medios. De hecho, aunque entienden lo valioso que puede ser controlar algunos sectores políticos (incluso algunos sociales) en sus centros de operación, lejos están los tiempos en los que esta captura buscaba cambios sobre la estructura de las cosas públicas.

El más reciente y preocupante ejemplo es la captura del gobernador de la Guajira, Juan Francisco Gómez.  El líder político es acusado de haber mantenido vínculos con los grupos de autodefensa y luego con las bandas criminales, además de supuestamente participar en la ejecución de tres homicidios de rivales y viejos aliados políticos de la región.

Según lo han reportado varios medios de comunicación (y en parte evidenció la oposición de la clientela política de Gómez a su captura), el gobernador guajiro mantiene un férreo control sobre las dinámicas políticas y sociales de amplios territorios en el norte del país.

Por otro lado, desde julio de este año, según  InSight Crime, las dos grandes estructuras criminales de Medellín, “los urabeños” y “la oficina de Envigado”, alcanzaron un acuerdo que busca regular sus conflictos económicos y de control de los combos en la ciudad. El pacto sería el principal responsable de la reciente reducción en los homicidios. En efecto, la Alcaldía de Medellín reportó que los homicidios se habían reducido en un 13,4% en agosto en comparación con datos del año pasado.

Los últimos años nos han mostrado cómo los criminales entienden que la violencia es mal negocio, que contratar sicarios, comprar armas y munición y sostener enfrentamientos son gastos de operación que mejor valdría evitar.

Nos enfrentamos entonces a una mafia con el poder militar de un grupo paramilitar, los recursos de uno narcotraficante y la intención de ocultamiento de las mafias tradicionales. En términos de innovación criminal, nos parecemos estar poniendo de nuevo a la vanguardia.

Así, los pactos, la cooptación política y las hegemonías criminales pueden llevar a una reducción de la violencia homicida, pero fenómenos como la extorsión, el desplazamiento forzado y la protección violenta tienden a empeorar. Al final, los ciudadanos terminamos cambiando los muertos por nuestras libertades.


Y aunque pareciera, esto no es un buen negocio, pues el intercambio no debería ser una opción social o éticamente válida para ninguno de nosotros.

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