viernes, 12 de julio de 2013

El tirano (Versión extensa)


Esta es la versión extensa de mi columna del 11 de julio de 2013 publicada en el periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

Esta noche, como tantas en las última décadas, cientos de miles de medellinenses se encerrarán en sus casas temprano, bajo un toque de queda criminal, luego de llegar a sus hogares a la hora impuesta por los bandidos y por los caminos que no toquen sus siempre cambiantes fronteras de control territorial. En la mañana del día que viene, el bus en que viajan al trabajo (si lo hay) pagará vacuna a las bandas que operan en esa ruta, el negocio en el que trabajan probablemente también paga extorsión a los grupos de seguridad ilegal de la cuadra.

Sí, la lista de accionar de nuestros bandidos incluye toques de queda, restricción de la movilidad, desapariciones, desplazamiento, reclutamiento forzado, extorsión y asesinatos.

Y es que en Colombia, nuestro tirano es la violencia, y nuestro dictador, el miedo.

Gregorio López escribía que el poder del tirano venía del miedo; así, se preocupaba por difundir la ignorancia del pueblo,  dividirlo, acabando con la fe pública y destrozando la confianza ínter personal, y crear pobreza y dependencia económica.

Siempre hemos estado orgullosos de haber evitado caer en manos de un dictador como los que en el siglo XX pululaban por Latinoamérica. La "democracia más estable de Sudamérica" solo tuvo la “dictablanda” de Rojas Pinilla. Pero se nos escapa el peor de los autócratas, silencioso, pero siempre presente, sin las excentricidades de los dictadores africanos, ni los discursos de los hombres fuertes latinoamericanos, pero igual de despiadado: la violencia de todo nuestro bestiario de bandidos. Los de izquierda, los de derecha y los de ese centro criminal que solo matan por la plata.

El miedo es una poderosa arma de sometimiento y dominación; y nuestros bandidos bien han sabido utilizarlo, aprendiendo con rapidez que pueden controlar con amenazas y terror, convertirse en tiranos de barrio con una moto DT180 y una pistola 9 milímetros. Así, con el poder de la vida y la muerte tras el gatillo, se instauran como pequeños autócratas de las lomas de la ciudad; bajo su tutela queda la decisión de quién sale y quién entra, quién pertenece y quién no lo hace, quién vive y quién muere.

De esta forma, como han retratado las juiciosas crónicas de la serie de informes especiales “Medellín, retrato de un conflicto” de El Colombiano, nuestros bandidos son también pequeños megalómanos: conquistadores de canchas de fútbol y terminales de buses, saqueadores de tiendas de esquina y carros de alta gama.

Y si esto no los convierte en lo más cercano a un dictador que hayamos tenido, entonces yo no sé que lo hace.

Mucho se discute sobre la definición de “seguridad”, la pelea teórica ha dado para todo y ahora mismo nos encontramos con cientos de definiciones que en ocasiones parecen olvidar lo esencial. Sin ningún ánimo académico, me atrevo a decir que la seguridad es la defensa de la libertad e integridad personal de las arbitrariedades ajenas. Es decir, seguridad es poder tomar decisiones personales con libertad, sin temer amenazas, violencia o restricciones de terceros.


Así, la lucha por la libertad sigue estando vigente en nuestra ciudad, en nuestro país, luego de tanto tiempo; libertad de la violencia arbitraria, libertad cuando nos podamos sentir seguros y nuestra vida no dependa de un bandido de sangre caliente.

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