viernes, 26 de julio de 2013

Tragedia colombiana (versión extensa)


Esta es la versión extensa de mi columna "Tragedia colombiana", publicada en 'Catalejo' del periódico El Colombiano.

Por Santiago Silva Jaramillo

"Con alguien desarmado el Gobierno no se sienta a dialogar"
-Alias "El Tigre".

Esta frase, del desmovilizado guerrillero del Eln, resume la tragedia colombiano. Nos ayuda a recordar que los tres grandes problemas de Colombia son la desidia del Estado central, la irresponsabilidad sistemática de sus políticos y la apatía general de su ciudadanía.

Así, ante su incapacidad o falta de voluntad por realizar sus funciones más básicas, el Estado colombiano responde con populismo punitivo y legalismos extremos; ignorando la clara realidad de que la manera más perjudicial para atender la incapacidad es ponerse más responsabilidades. Pero la clase política se beneficia de esta maraña de códigos, leyes y reformas; porque son leguleyos por naturaleza y para aprovecharse del sistema se convierten en doctos en vacíos legales. Al resto de la sociedad solo le queda cumplir selectivamente algunas de las normas, porque la mayoría no se identifican con sus valores culturales y el ambiente general de injusticia e impunidad, los convence de la inutilidad de seguir las leyes que solo son “para los de ruana”.

El Estado central ha escogido entonces estar ausente, abandonado grandes porciones de territorio y población, o descargando su administración en oligarquías locales o bandidos. Los políticos, irresponsables y desconectados, más preocupados por sus redes clientelares que en por labor de representatividad y cuidado del bien público, se alimentan de una ciudadanía apática. En efecto, la sociedad civil, adormecida y pasiva, se encoge de hombros constantemente, solo reaccionando cuando hay que cuidar los intereses individuales o a través de la violencia.

Sobre compensando, como siempre, el Estado intenta regular e intervenir en donde puede la economía, pero incluso en esa perjudicial labor falla y todo se encuentra a la deriva; la corrupción y falta de competitividad nacional se ignoran, porque el ego nacional se alimenta con la explotación de lo que nos tocó en suerte, pero pronto derrocharemos. Los políticos, enceguecidos por patrocinios de campaña y lobistas de lenguas o piernas largas, apenas si chistan sobre las injusticias de los monopolios y la ausencia casi completa de competencia. Mientras tanto, el familismo y la “rosca” determinan el éxito en una economía excluyente que desincentiva cualquier innovación o emprendimiento, los ciudadanos sobreviven en el rebusque y la informalidad.

En este escenario, nos enfrentamos a la revancha de los desposeídos y el miedo prevenido de los poderosos. Así, “el poder del que no tiene”, del que hablaba Ricardo Silva en su última columna, se configura como la inclinación de muchos colombianos a “señorearse” cuando consiguen poder y de los pocos que ya lo tienen a hacer todo lo posible por evitarlo.


Porque en Colombia, la democracia liberal parece escurrírsenos entre los dedos cada vez que parece que la hemos cogido con las manos.


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Legalismo
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Desconexión leyes-cultura
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Ausencia
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Apatía
Economía
Intervención
Cooptación
Exclusión

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