Graffiti en Tarazá, Antioquia |
Esta es la versión extensa de mi columna, publicada da el 07 de noviembre de 2013 en Catalejo del periódico El Colombiano.
Por Santiago
Silva Jaramillo
Algo menos de la
mitad de los robos realizados a almacenes de grandes superficies en el año 2012
se han podido vincular a sus propios empleados, según Fenalco.
Así, ni crimen organizado, ni esfuerzo sistemático, las grandes pérdidas de los
comerciantes se encuentran en las pequeñas deshonestidades de sus mismos
trabajadores.
Y esa es la
corrupción más
invisible, pero más grave.
He sostenido anteriormente
que los valores determinan el comportamiento de las personas dentro de una
sociedad. Los aumentos en la penas, incluso en la posibilidad de captura de los
infractores de las normas solo lleva a que los desviados se vuelvan más
hábiles, solo la terrible carga de la propia conciencia es lo suficientemente
efectiva para reducir en el largo plazo nuestras deshonestidades. La culpa
es el sentimiento más determinante a la hora de tomar la decisión de hacer
trampa, defraudar o mentir.
Ante este
escenario cobra importancia pensar en rescatar algunos valores que ayuden a
incentivar los comportamientos socialmente benéficos. En nuestro contexto,
rescatar el honor
como valor cardinal es apenas lógico.
Pero este no es
solo un discurso sustentado en la nostalgia. En realidad, el honor crea
excelentes incentivos para comportamientos socialmente benéficos. El economista
y sicólogo Dan Ariely ha realizado experimentos que han sugerido que las
personas hacen sustancialmente menos trampa en un examen cuando justo antes de
empezarlo juran sobre un código de conducta honorable.
En efecto, las
personas se preocupan por la manera como se comportan cuando se les recuerdan
que tienen deberes y que violarlos los deshonraría. Y como se preocupan por la buena imagen que
tienen de sí mismas, harán todo lo posible – ¡incluso ser honestos!- para
mantenerla.
Sin principios firmes,
el comportamiento humano se encuentra a merced del vaivén de las circunstancias,
de las conveniencias pasajeras del contexto o el egoísmo.
Así, recuperar
el honor sería un esfuerzo social, una dirección clara y necesaria para el
país, en donde todos los ciudadanos participen. Porque igual daño hace el
político y el empresario corrupto que el transeúnte tramposo; violar las normas
no es un asunto de posición, sus efectos son perjudiciales para todo el cuerpo
social, desde todas las esquinas sociales.
Debemos empezar
entonces por lo que puede fortalecerse. No partimos de la nada, algunos
ejercicios recientes en el país han demostrado que contrario a los prejuicios,
los colombianos somos sustancialmente más
honestos y honorables de los que sugieren los estereotipos.
Puede sonar
inocente, pero las sociedades se construyen a partir de proyectos imposibles y
en ocasiones el exceso de practicidad nos lleva a casarnos con objetivos
sencillos pero poco importantes. Es hora de retomar valores importantes, de
reconstruir el honor olvidado.
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