Por Santiago Silva
Jaramillo
Esta semana,
Catalejo, mi columna de opinión en el periódico El Colombiano, cumple un año de
estarse publicando. Y sería injusto de mi parte no dar algunos agradecimientos
y recordar un par de anécdotas alrededor de este asunto.
Lo primero,
agradecer. Empecé a escribir textos de opinión porque mi hermano, que tiene la
capacidad de persuasión de todo buen paisa, me convenció que un politólogo con
pretensiones de escritor tenía que hacerlo. En EAFIT, el profesor Adolfo Eslava
fue el primero en publicar mis torpes intentos de columnas en el blog del pregrado
en Ciencias Políticas. Esta primera experiencia me ayudó enormemente para lo
que vendría, particularmente porque mis compañeros politólogos siguen siendo,
de lejos, los comentaristas más rigurosos que he tenido.
Poco después,
empecé a publicar mi propio blog, RealpolitikMundial.
La idea era analizar temas de política internacional, aunque en ocasiones me
permitía dar algunas opiniones personales. El blog ha sido un ejercicio
fundamental; me ha enseñado disciplina y responsabilidad con lo que escribo y
publico. El blog sobrevive ahora más por nostalgia que cualquier otra cosa; se
me ha convertido en el amuleto de la buena suerte. (A propósito, esta semana,
el blog también tiene su fecha especial, en efecto, acumuló las 50.000
visitas).
A comienzos de
2011, por insistencia de María Juliana Rey (la justicia es dar a cada quién lo
que se merece, sin importar las circunstancias del momento, y yo sería injusto
si no le agradeciera a ella por años de apoyo incondicional, su compañía fue
clave para la publicación de esta columna durante mucho tiempo), envié mi
primera columna, “Hedor
a Jazmín”, a El Colombiano.
De esta manera me
uní al grupo de “Jóvenes pioneros”, que publicaban esporádicamente en el
periódico. Pocas veces releí tanto una columna o tuve tanta ansiedad al
enviarla; sin embargo, la respuesta que
obtuve fue muy gratificante y me permitió seguir enviado textos. Lo asumí como
un reto, el editor de la sección de opinión del periódico, Luis Fernando
Ospina, me sugirió que escribiera una columna semanal, aunque no podía
garantizar que en el reducido espacio, todas se publicaran a tiempo.
La persistencia y
paciencia pagó sus frutos y un año después, en la nueva edición del periódico
luego de la conmemoración de 100 años de publicación, nació Catalejo. La
primera columna hablaba sobre la debilidad estructural de las Farc que
demostraba una reciente ola terrorista, “Una
muestra de debilidad”, se titulaba.
Uno de los primeros
retos a los que me enfrenté fue el asunto del tono. En efecto, asumí que mi
columna debería tener una voz particular, fuera por los temas que trataba o la
estructura en que la presentaba. Mi primera gran lección vino cuando me tropecé
con una realidad algo desalentadora: a veces no podemos ser quienes queremos
ser, nos toca ser quienes podemos ser. Lo digo porque mi ideal de columnista
(los textos que realmente disfruto leyendo) es Juan Esteban
Constain de El Tiempo, pero yo nunca pude lograr la combinación de ingenio
y conocimiento que hacen de sus columnas probablemente las mejores actualmente
en Colombia.
Me contenté
entonces con el papel de analista político; en principio con aspiraciones a
observar mayormente las relaciones internacionales, pero cayendo
inevitablemente en el sucio, pero tentador pantano de la realidad política
nacional.
Ahora bien, Catalejo
no ha sido ni es, de lejos, un esfuerzo individual; se nutre de los
comentarios, reclamos, concejos, regaños e interés de muchas personas a las que
solo puedo ofrecer este tímido agradecimiento.
En primer lugar,
mis “editores”. En efecto, desde que empecé a escribir columnas de opinión, mis
papás, mi hermano, y mi tío Jairo Quiróz, han representado el mejor de los
paneles de edición de los que podría desear. Tanto ellos, que son los
habituales y juiciosos, como muchas otras personas que han ojeado mis columnas
antes que sean publicadas y han evitado que cometa errores, e incluso un par de injusticias.
Aunque suene a discurso de reina, todo lo hago por los lectores. Tengo algunos que siguen la columna con juicio y tienen comentarios valiosos y críticas agudas; ellos son el principal incentivo en este oficio de cada semana. También me han tocado los famosos trolls, pero confieso que a diferencia del desprecio que algunos columnistas les tienen, para mi hacen que todo esto sea mucho más divertido.
Aunque suene a discurso de reina, todo lo hago por los lectores. Tengo algunos que siguen la columna con juicio y tienen comentarios valiosos y críticas agudas; ellos son el principal incentivo en este oficio de cada semana. También me han tocado los famosos trolls, pero confieso que a diferencia del desprecio que algunos columnistas les tienen, para mi hacen que todo esto sea mucho más divertido.
A algunos los
recuerdo muy bien, como cuando recibí en mi correo personal un mensaje de una
lectora sobre una columna
que había escrito del terremoto en Japón y la importancia de prevenir el
riesgo. Ella, luego de hacer algunas anotaciones del tipo "es un tema muy
importante" y "no recibe la atención que se merece", me decía:
"ya que usted considera el riesgo como un asunto fundamental y le preocupa
las dificultades del futuro, me permito ofrecerle el siguiente paquete de
seguros...".
Respecto a los
comentarios, han variado desde la intervención divina:
Hasta lo
simplemente inexplicable:
Y he sido victima
de lo que solo puedo explicar como lo que hacen Hugo Chávez y Nicolás Maduro en
su tiempo libre:
Y finalmente, está
este maestro, el mejor comentario que me han hecho, un insulto y elogio a
partes iguales:
Si, cargo ese
título con orgullo, “moralista del siglo XXI”.
Muchas gracias a
los que leen, comentan y comparten. A los que me han ayudado en algún punto y a
los que lo siguen haciendo; espero, y en esto pongo todo mi empeño cada semana,
cumplir sus expectativas y no defraudar su confianza.
Un saludo
Felicitaciones Santy, siempre he confiado y creído en vos, por ello siempre encontrarás palabras de apoyo y reconocimiento a tu labor. Un abrazo, tu hermano.
ResponderEliminarMuchas gracias, Milo, por todo el apoyo de tantos años.
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