viernes, 8 de febrero de 2013

Levantarse de la mesa (versión extensa)


Por Santiago Silva Jaramillo

El escepticismo ha definido la actitud general de la mayoría de los colombianos respecto a las negociaciones que el gobierno nacional adelanta con las Farc en La Habana. En efecto, aunque algunas encuestas han mostrado un apoyo importante al proceso, al preguntar por la confianza en el éxito del mismo o los resultados esperados, los ciudadanos son bastante pesimistas.

Pero esto no es una sorpresa; la larga historia de desengaños alrededor de las negociaciones con las guerrillas bien explica nuestras reservas. Peor aun, nuestro escepticismo no ha sido defraudado; la manera cómo se ha dirigido este último intento nos ha recordado por qué no creíamos en él en primer lugar.

Sin embargo, todo lo empeora la actitud complaciente del gobierno (con excepciones notables, como las recientes declaraciones de Humberto de la Calle) respecto al secuestro de dos policías por parte de las Farc y la violación de su propia tregua unilateral en diciembre y enero. En el primer caso, la guerrilla había declarado que dejaba atrás el secuestro para cumplir una de las supuestas condiciones que Santos había puesto al inicio de los diálogos. No lo cumplieron entonces, pues las denuncias de secuestrados anónimas superan los cientos, ni ahora, con su supuesto y cínico “derecho a retener policías y militares”.

En el segundo caso, el gobierno exculpó con un descaro pasmoso el incumplimiento de la tregua autoimpuesta; al sostener el ya tristemente célebre: “las Farc cumplieron”, incluso cuando cometieron en ese mes casi cincuenta acciones armadas.

Lo que el gobierno no ha planteado con claridad, y que resulta fundamental para los colombianos e incluso para las Farc, es el límite luego del cual se levantaría de la mesa. De hecho, la ausencia de fundamentales claros ha permitido que la guerrilla continúe sus actividades criminales con tranquilidad mientras sus negociadores ganan tiempo y obtienen prerrogativas en Cuba.

Lo preocupante es que estas acciones siguen “midiendo el aceite” al gobierno, mientras éste no parece tener claro cuál es su punto de quiebre.

El problema es que luego de dos años de un gobierno con resultados mediocres, el presidente Santos le ha apostado todas sus fichas por una reelección al desarrollo del proceso con las Farc. En esencia, esto supone entregarle un enorme poder político a Iván Márquez y los negociadores del grupo guerrillero. Ellos, que son de todo menos tontos, saben muy bien la cómoda situación en la que se encuentran y las acciones de los últimos días demuestran que harán todo lo que puedan para sacarle el mayor provecho.

Y los colombianos seguimos preguntándonos, ¿hasta dónde aguantará el gobierno?

Entretanto: esta semana Catalejo cumple un año de estarse publicando en el periódico El Colombiano. Este no ha sido ni es un esfuerzo individual; se nutre de los comentarios, reclamos, concejos, regaños e interés de muchas personas a las que solo puedo ofrecer este tímido agradecimiento.

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