Por Santiago Silva Jaramillo
Estudios recientes
en algunas ciudades de Estados Unidos han demostrado que, en el mejor de los
casos, no estamos muy
seguros de qué políticas son más efectivas para combatir el crimen y la
violencia urbana. Esta es una conclusión frustrante para países como Colombia
y ciudades
como Medellín, que enfrentan enormes desafíos en términos de seguridad.
“El Alcalde tiene la culpa”, se
oye en una conversación casual de cafetería, “la Policía no hace suficiente”,
sentencia un segundo comensal. Son declaraciones bien conocidas, incluso
compartidas por la mayoría de los ciudadanos de Medellín. La inseguridad es uno
de nuestros peores problemas públicos; una carga enorme que hemos tenido que
llevar a cuestas por demasiado tiempo y que aunque en ocasiones se haga más
ligera, nunca nos abandona del todo.
Por eso es entendible la
frustración ciudadana cuando los resultados no parecen ajustarse a los enormes
esfuerzos y cuando las políticas de las autoridades locales y nacionales
parecen palidecer ante el firme accionar de los grupos delincuenciales.
Según los hallazgos de la
investigación conducida por el sociólogo de la Universidad de Nueva York, David
Greenberg, la reducción histórica del crimen en su ciudad no se dio por
publicitadas estrategias policiales como “ventanas rotas”, los sistemas de
mapeo o el aumento de las cámaras de seguridad.
De hecho, Greenberg reconoce que
las mejorías en seguridad de la mayoría de las ciudades estadounidenses es
inexplicable; en tanto establecer una relación causa-efecto entre políticas y
estrategias de policía y la reducción del crimen en los últimos veinte años no
ha sido posible.
Algo similar sucedió en Medellín entre
2003 y 2007, cuando la ciudad alcanzó la tasa de homicidios más baja de sus
últimos 20 años. Las políticas del gobierno nacional y del local seguro
ayudaron, pero la dramática caída en la violencia de la ciudad tuvo mucho más
que ver con las mismas dinámicas de los grupos criminales que con las acciones
estatales. En efecto, en muchas ocasiones, los indicadores criminales se mueven
por una lógica que supera la intervención del Estado.
Esto no quiere decir, ni mucho
menos, que dejemos de exigir resultados de las autoridades, pero sobretodo, que
éstas dejen de intentar nuevas aproximaciones e insistir en las que ya se están
aplicando. En esencia, la lección principal de estos estudios es que la
seguridad es un asunto tan complejo que solo bajo la influencia de políticas
constantes e innovadoras se pueden alcanzar mejorías notables en el tiempo.
Incluso, si no estamos del todo seguros cuál ha sido la más efectiva.
Porque en el tema de la seguridad
no importa si cada política es como un disparo en la oscuridad; hay que seguir intentando,
pues nunca se sabe cuál dará en el blanco.
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