jueves, 22 de noviembre de 2012

Lejos del abismo (Versión extensa)

(Esta es la versión extensa de mi columna publicada en el periódico El Colombiano el 22 de noviembre de 2012, incluye enlaces y el desarrollo de algunas ideas insinuadas en el texto original).


Por Santiago Silva Jaramillo

Me resisto a pensar que ocho años de avances puedan ceder completamente con dos años de  algunas torpezas. Y lo hago porque confío en que las cosas que se hicieron en los dos últimos gobiernos se hicieron bien; que los esfuerzos en seguridad, estabilidad macroeconómica y cobertura y calidad de la educación aseguraron pilares sólidos, un sustento para políticas futuras que no pueden ser desarmados por un nuevo mandatario.

Y digo esto porque en los últimos meses se ha convertido en un reto enorme pertenecer al “uribismo moderado”. Es decir, a quienes reconocemos los aportes del ex presidente al país durante su gobierno, pero no dejamos de ser críticos con sus desaciertos pasados y presentes.

En efecto, el uribismo más recalcitrante se ha comprometido con la labor de oposición al gobierno Santos. Lo que resulta valido, incluso rescatable (la oposición política es una de las principales expresiones de una democracia sana). Pero en algunos casos han cometido excesos; han pecado por querer que todo lo malo que ocurre en el país, de alguna manera extraña, sea culpa del presidente.

Los problemas de la seguridad, por ejemplo.

El ejército es el mismo, los soldados y oficiales, la estrategia y el esfuerzo. En realidad, la tendencia de desmejora de la seguridad ya venía de los últimos años del gobierno Uribe, y no por culpa de él (pero tampoco de Santos) sino por la dinámica misma de una guerra que es muy compleja de pelear. Entre otras razones porque nuestro enemigo cambia a cada instante; se acomoda, evoluciona y vuelve al ataque.

Sí, el liderazgo fuerte y cercano sobre la tropa que tenía Uribe hace falta, pero esto ha sido más un cambio de estilo que uno de compromiso.

Otro asunto, más coyuntural, pero no menos importante es el reciente fallo de la Corte Internacional de Justicia, en el que Colombia reafirmó su soberanía sobre los callos del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, pero perdió una porción enorme de territorio marítimo.

Algunos personajes se han dedicado a culpar de esta derrota diplomática al actual gobierno. Pero Santos tenía tanto control sobre esa decisión como de si hace o no erupción un volcán.

La derrota fue de 11 años de proceso, de cuatro gobiernos y tres presidentes. Perdió la nación, no un personaje, y nuestra incapacidad de entender esto nos muestra nuestros desafíos como país. Seguimos empecinados en encontrar nuevas maneras de mantenernos separados; de culpar a un chivo expiatorio sobre las realidades que debemos asumir como nación. Porque reconocer una derrota colectiva es mucho más difícil que buscar a un culpable individual.

Tengo que reconocer que me incomoda sobre manera defender a Santos, pero el oportunismo de algunos me ha llevado a esto. No voté por el presidente, ni siquiera cuando era uribista y no me gusta ahora, que no lo es. Pero existe una distancia muy grande entre la falta de afinidad y el odio; una distancia marcada por la capacidad de ser justo, de dar y reconocer a cada quien lo que se merece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario