jueves, 14 de marzo de 2013

Nuestra crisis de representación (Versión extensa)

(Esta es la versión extensa de mi columna del pasado jueves 14 de marzo de 2013 en el periódico El Colombiano).


Por Santiago Silva Jaramillo

La mayoría de los problemas de los colombianos nacen de una crisis de representatividad en su clase política. La principal responsable por nuestras tragedias e infortunios es esa enorme brecha entre la expectativa y la realidad de nuestros líderes. En efecto, cada día nos trae más pruebas de que a quienes hemos elegido durante años no tienen nuestros mayores intereses en sus cabezas.

Según la Encuesta de Cultura Política 2012 del Barómetro de las Américas, solo el 31% de los colombianos encuestados confían en los partidos políticos. En efecto, Colombia se encuentra entre los seis países con menores niveles de confianza hacia estas colectividades en la región. La confianza en los partidos es la más baja de los últimos cuatro años (aunque desde 2004 nunca ha estado por encima del 41%). La confianza en los concejos municipales fue del 45,5% y en el Congreso de la República 46,4%.

La manera cómo los ciudadanos ven a los partidos y a los políticos puede tener una de sus explicaciones en la falta de transparencia que intuyen en el sistema. De hecho, Colombia ocupa el deshonroso primer lugar en la percepción de corrupción en las Américas con el 81,7% de las respuestas negativas.

Así, solo el 36,2% de los colombianos creen que en general los gobernantes están interesados en lo que piensa la gente, esto se reduce al 29,8% cuando se les pregunta si creen que los partidos políticos escuchan a los ciudadanos. Hay entonces una gran brecha entre nuestros políticos y nuestros ciudadanos; alguien no está haciendo bien su tarea cuando los que deben escuchar no lo hacen y quienes deben ser escuchados no lo son.

De acuerdo a cifras del Latinobarómetro, la participación de los colombianos en las elecciones presidenciales es una de las más bajas de la región, con el 60%, mientras países como Panamá tienen 70%, Bolivia y Venezuela el 80% y Perú el 90%. En 2007, el 74,7% de los colombianos reconocían que nunca o casi nunca hablaban de política. En un estudio de 2006, solo el 7,6% de los colombianos señaló haber trabajado para un partido o líder político.

En 2005, el 82,3% de los encuestados reconoció que nunca había buscado a un funcionario público para resolver un problema de su vecindario. En 2008, el 65,7% de los colombianos afirmaban que nunca contactarían a un parlamentario para que atendiera un problema de su barrio y el 46% que no se podía confiar en las personas que dirigían el país. En 2010, el 75,3% afirmaban que la política les importaba poco o nada, y solo el 33,1% confiaba en el Congreso, mientras el 78% desconfiaba de los partidos políticos.

Por supuesto, este no es un problema de una sola vía. Y para esto lo mejor es hacer un ejercicio personal muy simple, preguntarse ¿recuerdo por quién voté en las últimas elecciones legislativas o en las locales para Concejo municipal y Asamblea departamental? Y más importante aún ¿Estoy ejerciendo control sobre su gestión?

En efecto, según el Barómetro de las Américas, solo el 9,8% de los encuestados colombianos dicen haber asistido a una sesión de su concejo municipal. Y 11,5% sostienen haber solicitado ayuda al gobierno municipal. En ambos asuntos, Colombia se encuentra entre los países con menor participación de la región. La falta de efectividad puede explicar en algo este fenómeno: solo el 40% de las peticiones presentadas por ciudadanos a los gobiernos locales fueron resueltas.

Mi respuesta a estas preguntas, como supongo es la de la mayoría de los colombianos, es “no”. Lo que resulta particularmente inconveniente, porque así como votar es un deber, lo es hacer control político sobre nuestros funcionarios electos. En efecto, una democracia saludable no es solo aquella en dónde se va masivamente a las urnas, sino en la que los ciudadanos se mantienen políticamente activos incluso cuando no se está en temporada de elecciones.

Escribir sobre la realidad nacional se convierte en ocasiones en una retahíla de lugares comunes. Por eso digo que tenemos los líderes que nos merecemos, aunque no los que necesitamos. De hecho, sí hay responsabilidad compartida en nuestro problema de representación política; parece obvio, pero no por eso menos importante: nosotros, al final, los elegimos cada cuatro años y luego los dejamos en libertad de hacer lo que quieran sin el menor amago de control de cuentas de parte ciudadana.

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