(Esta es la versión extensa de mi columna en El Colombiano del 24 de enero de 2013)
Por Santiago Silva Jaramillo
El pasado 20 de enero las Farc dieron por terminado el
famoso “cese
al fuego” unilateral de un mes; el tiempo pasado y las realidades presentes
nos permiten extraer algunas lecciones sobre el estado de la guerrilla, la
guerra y las negociaciones en La Habana.
En primer lugar, que las Farc no cumplieron lo que habían
prometido. Reportes presentados por el Ministerio de la Defensa y la Defensoría
del Pueblo sostienen que la guerrilla violó su propia tregua en más de
cincuenta ocasiones.
De igual manera, estos días nos lograron convencer que el
presidente Santos y su gobierno harán lo que sea para mantener las
negociaciones andando, porque solo en el retorcido universo de la exculpación
cabe decir que se cumplió un cese al fuego con 57 acciones armadas; si una
regla tiene 57 excepciones simplemente deja de serlo. Sin embargo, el
presidente lo hizo, cuando sostuvo con descaro que la tregua se había cumplido.
Pero actuar sorprendido frente a esto es, en el mejor de los
casos, ingenuo. El oficio de las Farc se ha determinado durante años por su
disposición a mentir o por lo menos, a prometer cosas que no están en capacidad
de controlar.
Otro de los asuntos es que el final del “cese al fuego”
evidenció que las Farc si están mermadas. Porque por incapacidad de la
guerrilla o capacidad de las Fuerzas Armadas colombianas (y seguramente es una
combinación de las dos), la temida ofensiva
terrorista de final dela tregua simplemente no llegó.
Y esto es una buena señal, nos habla de una guerrilla que
sigue dividida y que cuenta con bastantes problemas para coordinar y ejecutar
acciones de envergadura en contra del país. Por supuesto, esto no quiere decir
que no puedan hacer daño, pero la magnitud de sus golpes se ha reducido menormente
en los últimos años.
Al final, el efecto que las Farc querían que tuviera su
“gesto de buena voluntad” fracasó.
En efecto, los negociadores en La Habana buscaban extorsionar a los colombianos
y al Gobierno hasta llevarlos a aceptar un cese al fuego bilateral. Por
fortuna, el presidente Santos, en esos extraños momentos de lucidez que tiene a
veces, rechazó las pretensiones
de la guerrilla y ordenó a las Fuerzas Militares que intensificaran su
ofensiva.
Así, el “cese al fuego” nos permitió asomarnos por unos días
a las debilidades internas de la guerrilla, a sus maniobras para mejorar su posición
en la mesa de negociación y a su poca disposición por abandonar sus viejas
costumbres de muerte y terror.
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